Viernes, 19 de noviembre de 2010 | Hoy
ENTREVISTA
Hombres que bailan juntos, mujeres que bailan abrazadas, y el género tanguero que no se rompe por esto, sino todo lo contrario. Del 22 al 28 de noviembre se lleva a cabo la cuarta edición del Festival Internacional de Tango Queer y en la fiesta de apertura canta Lidia Borda.
Por Paula Jiménez
Vas a cantar en el Festival de Tango Queer en un año como éste, que no es un año cualquiera...
—Elegir cantar en el festival no tiene que ver con este momento de apertura que, por otra parte, a mí me parece alucinante; pero hubiera participado también en cualquier otro año. Hay muchos espacios a los que no iría a cantar, acá para mí es una alegría que me convoquen.
¿A qué te referís cuando decís alucinante?
—El otro día vi dos chicas muy jóvenes que se abrazaban y besaban en Callao y Corrientes; era una escena romántica, muy alegre. Eso era impensable hace unos años. Ellas tendrían 16 o 17, y también pensé que no habían formado parte de todo el camino de lucha, de pasar por humillaciones y maltratos por los que tanta gente pasó. Pensé en el mensaje que dio la Presidenta en cadena: que los jóvenes de hoy no pasan por las situaciones que los de décadas anteriores y que esto es algo para festejar. Que haya para ellos otros espacios de participación, sin esa mirada acusadora o represiva viniendo desde afuera. En otras épocas esas situaciones eran motivo de represión.
En los ’90 no eran motivo de represión feroz; sin embargo, tampoco estas cosas tenían lugar...
—Porque se había armado un pensamiento social que no permitía ningún tipo de apertura hacia ningún lado. Ni siquiera había un discurso moralista, porque no había ni moral. Pero ésa era una época muy degradante y desgastante para la gente de mi generación. Yo terminé la secundaria con el comienzo de la democracia. Teníamos todos los sueños intactos y lo que fue pasando a partir de ahí es que cada vez se nos fueron destruyendo. Los ingenuos nos enganchamos con ese discurso de los ’90. Lo que viene pasando ahora, desde los últimos años, es que eso se revirtió. Algo pasó a nivel colectivo y toda esa gente que siguió en la lucha también tuvo una respuesta. Pero aquellos años tremendos, de mucha destrucción de todas las conquistas, se arrasó con todo. El sida fue una cosa terrible en esa época, parecía que todo se conjugaba en ese sentido: todos los males del mundo cayendo sobre la gente que pensaba con más libertad, que se quería liberar de ciertos códigos. Todo conjugado: la política, la entrega del país, a diferencia de los ’80, que fue el despertar de algo nuevo. Pero, por suerte, ésta es una sociedad que no para nunca, siempre hay alguien que está pensando las cosas de manera diferente. Puede aparecer una rosa en medio del desastre en este país. Yo admiro esos seres que salen a proclamar algo liberador.
Como en el caso de Ilse Fuskova en esa década y su aparición en televisión, tan disonante con la indiferencia generalizada...
—Creo que nada se lograría si no hubiera gente así. Yo no tengo ese valor y admiro a la gente con ese valor, como Hebe, también, por ejemplo. Si no vas hasta las últimas consecuencias es muy difícil conseguir algo. Es gente con un valor tremendo que consigue cosas no para sí misma sino para otros. Las reivindicaciones se consiguieron porque las mujeres, aun siendo quemadas en la hoguera, persistían en su pensamiento. Y a lo largo de estas décadas, por ejemplo, las feministas trabajaron para todos.
Que en un ambiente machista y cerrado como lo es el del tango puedan abrirse espacios queer es alucinante...
—Sí.. a mí nunca me interesó si el ambiente es machista o no. Cada uno que haga lo que quiera. A mí me resulta difícil luchar con mi propio enano fascista también. Eso es con lo que más lucho. Yo no me mezclo demasiado con el ambiente tanguero tradicional. No participo. Yo sé que ideológicamente estoy apartada de eso...
¿En qué sentido?
—No tengo estrategias comerciales, no pienso especulativamente, y a mí me da la sensación de que en los grandes ámbitos del rock, del tango, del folklore, muchas veces se piensa así porque hay una industria. Lo que preservo para mí es la identidad de mi trabajo y eso hace que no penetre en ciertos ámbitos donde tendría que hacer determinadas cosas. A mí me gusta lo que me pasa con mi público, que es muy diverso. Hay gente muy simple, no es que soy una especie de rareza y vienen unos exclusivos a escucharme.
Cuando elegís un tema en particular para cantar es porque sentís empatía.
—A veces me encandilo con algo, pero resulta que no es. Es lo mismo que pasa con el amor: cuando te das cuenta de quién es el otro, una vez que trascendiste la pasión, podés quedarte con él o ella, o pensar que no es lo que buscabas. Quizá lo que te enamoró es escuchar cómo lo cantaba el otro, que sería muy distinto de cómo lo harías vos. O te sentís bien interpretándolo. Ahí te das cuenta del valor de la interpretación.
De la expresión propia, de la marca personal...
—En una clase de canto me puse a llorar una vez; mi maestra me preguntó qué me pasaba y le dije que yo sentía que había algo en mí que necesitaba salir, no sabía si un ángel o un monstruo, que no era nada más que la necesidad de decir algo. Algo se fue definiendo, tomando forma. También parte de darle forma a eso fue y es la elección de la gente con la que trabajo. Siempre he tenido músicos que me estimularon. Me ha pasado muchas veces que alguien me lleve para un lugar que me interesó, impensado, un lugar creativo. Ese es también el camino de la expresión. La expresión básica no tiene traducción, no hay una traducción literal que pueda expresar la emoción pura. La búsqueda de eso es eterna, es la de todo aquel que esté entregado al arte.
¿Cómo surgió La jaula abierta, el show que hacés con Rita Cortese, Dolores Solá y Carolina Pelleriti? ¡La jaula abierta es el colmo de la expresión!
—Yo creo mucho en las necesidades colectivas, lo que los grupos van necesitando y que por algún lado se dispara. Cuando yo busco algo, siempre hay otro buscando eso mismo: eso me da la pauta de que está buenísimo funcionar en sociedad, de que hay muchas cosas que se pueden generar porque hay un pensamiento que te excede y te estimula e incluye. Entonces estábamos con Rita una noche y apareció la idea, la trajo ella en principio. Yo, personalmente, tenía como una nostalgia de las peñas de mi infancia, espacios donde uno no tenga que estar sentado esperando que el músico cante. Que está buenísimo también, pero es otra cosa. Empezamos juntas el proyecto, con Dolores, Carolina y Mavy Díaz, que enseguida se bajó. A Rita se le ocurrió como nombre La jaula vacía; me gustó eso de la jaula. Y esa noche se me ocurrió que la palabra era “abierta”, no “vacía”. La propuesta es la de un ámbito de libertad del que se puede entrar y salir como una quiere. Es un espacio de plasticidad y liberación. Es difícil que las cuatro estemos siempre, la que puede va y la que no, no. La idea es sumar invitados cada semana. La invitamos un día a Teresa Parodi y ella también se quiso sumar al elenco estable. La jaula... es una especie de café concert, en un lugar hermoso, además. La idea era hacer algo distinto de lo que hacemos en nuestros conciertos individuales. La idea es divertirnos. Cualquiera hace lo que quiere. Ayer vino la Negra Vernaci y fue un descontrol. A veces viene Fernando Noy y es una perla que aparece dentro del show. Y es maravilloso lo que pasa.
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