LUX VA A LA PRESENTACION DEL FRENTE NACIONAL POR LA LEY DE IDENTIDAD DE GENERO
Haciendo acopio de la energía necesaria para la lucha colectiva, Lux evalúa desde su ventana los avances del otoño y se tira el placard –y no el closet– encima para estar listx para la revolucionaria instancia de juntar en un mismo escenario a políticxs K con PTS. ¿Y si ésa no es la diversidad, la diversidad en dónde está?
Relojeo la calle, casi con melancolía, por la ventana de mi bulo y me doy cuenta de que el otoño todavía juega a las escondidas, pero igual el colchón de hojas que amarillea la vereda delata que le llegó el turno hace rato. Piedra libre. El cambio climático hace más leve la estación, problemas planetarios que puedo ver por mi pequeña ventana. Hoy empecé a media asta, con ganas de ser voyeur de mi barrio y de guardar la energía mientras mateo un poco, para que la tarde me agarre con la frescura de una lechuga, porque hoy se presenta el Frente Nacional por la Ley de Identidad de Género y quiero llegar con la pila que el acto merece. Tardo mil en empilcharme, porque siempre a “la revolución hay que ir bien vestida”, decía la Sarduy, que era severa. Y ya en la puerta de la CTA, sede de la presentación, el fervor de cambio se olía: alguien se fumaba un faso, así que me acerqué al fogón para ver si con un saludo ligaba una seca y así entraba con el perfume que más me gusta. Ligué y, como estaba en buena onda con el mundo, saludé al portero (una especie de Homero Simpson con charme), que me extendió la mano en respuesta y me apretó de una manera que me hizo temblar un poco. Mmmmm... si ésta es la entrada, cómo será la salida. Como él estaba laburando, hice como si nada y le pregunté para dónde había que ir, aunque era obvio porque veía a la gente enfilar por las escaleras arriba y no había más que seguir a la manada. Me indicó el camino con voz suave y ronca, una combinación explosiva para mi libido. No venía con el deseo encendido, pero soy de sangre inflamable. Así caliente, llegué a la sala donde se presentaba el Frente. Y me reciben los aplausos para el abogado Emiliano Litardo, que comienza a explicar algunas de las bases sobre las que fue redactada la Ley de Identidad: despatologización y desjudicialización, como los puntos más importantes. O sea, sacar del medio la medicina correctiva y la ley disciplinaria. Sabía perfectamente de lo que hablaba porque es algo que me atraviesa, nos atraviesa, pero las palabras de Emiliano lo dijeron de una manera que sentí que accedía al conocimiento otra vez. Entre quienes colaboraron para la redacción de la ley figuraba Mauro Cabral, y la mención de su nombre provocó el primer aplauso multitudinario. Es que todxs, la comunidad Glttbi a pleno, aplaudíamos aquello que hace rato se busca, y que ahora tiene una ley a la medida de los reclamos de muchas personas, tantas que no entrábamos en el salón de la CTA y mucho menos entraba la dimensión de nuestro sueño de cambio. El fervor nos invadía, nos comprometía, nos alegraba. La voz era plural y justa, y por eso estábamos con el pecho inflado de emoción activista. La conductora Vida Morant pasó la palabra a una mesa formada por Claudia Puccini, de la CHA; Fernando Rodríguez, de Encuentro por la Diversidad de Córdoba, y Diana Sacayán, del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL). Todxs dieron cuenta de necesidades, testimoniaron las situaciones trans en toda su dimensión de injusticia actual y pasada, para dejar en claro cuáles son los beneficios de una ley que por fin dé derechos un poco más concretos para transitar por el mundo. Luego aparecieron más voces que no estaban planeadas, y aquello se convirtió en un foro democrático, en la verdadera “diversidad política”, como dijo Lohana Berkins, luminosa como siempre, que fue una de las que hablaron fuera del menú, pero tan necesaria con su aporte, como lo fueron la legisladora kirchnerista Gabriela Alegre, Claudio Morgado del Inadi, Pedro Paradiso Sottile de la CHA, y representantes del PTS, de la FUBA y de la Izquierda Socialista. Y yo ya no sabía si gritar de euforia, hacer un strip-tease o salir corriendo a estamparle un chupón al portero para así celebrar que, pase lo que pase, ya había nacido una nueva identidad que va al frente. ¿Adivinen por cuál opción me decidí? Sí, la CTA abrió un poco más tarde al día siguiente, pero cuando abrió, les juro que la gente no sabía si entrar por la puerta o por la sonrisa del portero, que era casi, casi, una puerta a la vida.
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