Viernes, 17 de junio de 2011 | Hoy
LUX VA A RIO DE JANEIRO
Enviada especial como cohete a la luna de Río de Janeiro y sus respectivas noches, nuestrx cronista participa en un certamen de Ladys Gagas en la clásica discoteca Le Boy. Y allí no sólo brilla, como siempre, sino que arde.
Me siento culpable, infeliz, horrible. Me entero por los diarios, desde Río de Janeiro, de que la gorda Rachid y Morgado se cagaron a gritos... ¡por mi culpa! Alguien (no quiero decir quién porque en cuestiones de género el pluripartismo es mi única bandera) me comisionó para que viniera a la Cidade Maravilhosa en representación de la patria para coordinar los esfuerzos concurrentes a nuestra participación en el Gay Pride carioca 2011 (el próximo 9 de octubre, después de una larga semana de excesos). Mis gastos de representación motivaron suspicacias, denuncias policiales y, finalmente, la intervención del instituto en la mitad de mi encomienda y la censura explosiva de La Noy, quien aparentemente codiciaba la embajada tanto como yo. Como todo coincidió con las explosiones telúricas en Chile, me tuve que quedar en Río más de la cuenta, con mi presupuesto diario brutalmente reducido a la nada y el Twitter bramando amenazas.
No me iba yo a ahogar en un vaso de agua, pero la alta misión que se me había encomendado me impedía la solución más a mano: taconear Copacabana, desde el Sofitel hasta el Arena, moviendo esta bunda que Deus me deu...
Por fortuna me enteré de un certamen para el que nadie podía estar en mejores condiciones que yo: Le Boy, la clásica discoteca de la Orla, festejaba la aparición del último disco de Lady Gaga, Born this Way. Y para coronar la celebración que se realizó el sábado 11 pasado (pueden consultar las carteleras, si no me creen), organizaron un concurso de Ladys Gagas. ¿Qué puede ser más trash que Gaga misma? Yo, personificándola.
Me pasé el sábado (que estuvo nublado) juntando latas de cerveja en la praia para hacerme el tocado, que adorné con hilos de cuentas de plástico que robé (con grave riesgo para mi persona) de los puestos de artesanos de la Atlántica. Un negrito encantador del morro, a cambio de ciertos favores, me ofreció unos fuegos de artificio que habían sobrado del último aviso de cargamento entregado, para incendiar sobre el escenario mi entrepierna y mi corpiño de lata y alambres. La peluca no era problema, porque había llevado varias de mi colección. Elegí la más vistosa, la más barata. Y me inscribí en el concurso. Llegué a la disco temprano, para cambiarme. Nos habían destinado un camarín colectivo, que olía a maquillaje rancio y a ropa interior sucia (mis olores predilectos). En dulce montón, las Gagas nos preparábamos para ganar el premio de la noche (un kit cosmético, y una suma dineraria que me permitiría cancelar la cuenta de la pousada en la que me había alojado). Cuando ya estábamos por salir al escenario, me di cuenta de que mi única competencia podía ser una curitibana más linda que una paraguaya (y, por supuesto, que Lady Gaga). Las otras siete parecían unas mendigas mal entrazadas que ni siquiera sabían caminar con tacos. Además, en cuanto prendiera las estrellitas de mi corpiño la disco se iba a venir abajo y los aplausos me consagrarían. Fama, dinero y amor: era mi noche.
No fue tan así, porque cuando hice mi numerinho (me habían asignado “Edge of Glory” para el playback) e intenté encender mis tetas de lata con el encendedor, resultó que eran bengalas de repetición que empezaron a disparar bolas de fuego en todas las direcciones, incluida mi peluca, que se prendió fuego. De inmediato me rociaron con el matafuegos más cercano y quedé fuera de concurso, con el maquillaje corrido y una frustración espantosa (los cariocas y los turistas me señalaban con el dedo y se reían de mí... ¡DE MI! Nossa...). La vergonha me duró hasta el domingo, cuando en la gigantesca manifestación de bomberos que ocupó toda Copacabana sentí que todos me señalaban con el dedo.
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