Viernes, 5 de agosto de 2011 | Hoy
LUX VA A AGITAR A LA DOCTA
Para opacar la desazón de la ciudad de los globos amarillos, Lux huyó a Córdoba y se entregó al calor de las masas y el roce militante poniendo brillo donde sobraba fuego para pedir justicia para La Pepa Gaitán. Eso sí, no se privó de teteras, cines ni bares, que no hay corazón militante que aguante la abstinencia de la zona oscura. Lástima, tímidx como siempre, nuestrx cronista tomó la foto, pero se negó a salir en ella.
No es la primera vez que me pasa: cuando viajo al aeropuerto siempre la radio del taxi anuncia el fin del mundo. O casi. Ahora escuchaba un alerta meteorológico bastante peligroso, aderezado con los efectos, cada vez más eternos, de las cenizas volcánicas. Todo bastante mal, pero nada iba a detener mi fuga activista a la ciudad de Córdoba para asistir al juicio por el asesinato de La Pepa Gaitán. Flagrante crimen de odio que quiso ser ninguneado por los medios y ahora tenía la ventaja de contar con una familia que amaba y apoyaba a La Pepa en sus elecciones de vida y con Nato Milisenda, abogada activista que ponía cuerpo e ímpetu para dejar claro que La Pepa fue fusilada por lesbiana. En el edificio anguloso de los Tribunales II, la mañana del martes 26, me encontré tête-à-tête con la troupe familiar y jurídica, pero también con sus amigas (La Turca y Lorena eran siempre madrugadoras), y con una comunidad local de resistencia de primera línea (Fabiana Tron tuvo asistencia perfecta, pero también desfilaron por esos días Juan Manuel, Noelia, Mauro, Andrea, un chongo que se partía y terminó siendo hermano de La Pepa y otrxs tantxs a lxs que me vi compelidx a seguir al baño). Los primeros días no sabía si el calor que sentía era mi elevada temperatura corporal o una irradiación de la pasión y la entrega de compañerxs que me rodeaban y que me hicieron parte de su grupo; o si tenía que ver con el sol que brillaba impune, sin nubes, en un cielo serrano que prometía primavera. O si era simplemente que el ambiente estaba caldeado, porque el abogado de Daniel Torres, el que gatilló la escopeta contra La Pepa, era un sujeto desagradable, irrespetuoso, casi salido de una mala película de juicio, pero era muy real, casi como darse las narices con la cara más cruda de la realidad, una lesbo.transfobia que él creía poder desplegar como si fuese un derecho. Pero no me quedé con eso, me quedé con los cuentos que recogí –y recogí bonito– sobre la vida de La Pepa para darme cuenta ahí de que era el espejo que mejor reflejaba mis aventurillas, mis revuelques, mis brillos. Así que, no bien terminaba la jornada del juicio nuestro de cada día, quise ver si le hacía honor a su memoria, a su legado de libertad amorosa, y me iba por ahí a transar con cuanto chongo estuviera dispuesto, sea del género que fuera. Fui a las teteras del Cabildo cordobés (no vaya a ser cosa que sospechen que no ejerzo mi patriotismo queer), me tomé el gin tonic más cargado que sirven en la provincia, me metí un rato al Woof Bar para que me cobijen los osos, y terminé durmiendo en la casa de una torta tan caliente que se comportaba como un puto. Y una noche, en el Asentamiento Fernseh, asistí a la proyección de un programa de tv, aún inédito, basado en una investigación sobre el asesinato de La Pepa Gaitán. Allí, entre el calor de un horno que escupía sabrosos panes dulces y salados, la emoción de ver las imágenes y palabras que hacían justicia a la memoria de La Pepa hizo que surgiera un desborde activista entre las decenas de personas, que terminó fraguando una nueva marcha porque más allá del juicio, había que seguir en la calle, entre la gente, para hacer visible la lógica de la homo.lesbo.transfobia. Y por la belleza de ser como queremos ser. ¡Ay cómo duele y como me gusta el dolor militante! Dolor, sí, que me quedó en los pies por no bajarme nunca de mi altura pero jamás en el alma, que ésa está siempre lista para otro entrevero.
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