ES MI MUNDO
La besada que se organizó en Madrid para acompañar el paso del Papa y protestar por “el fundamentalismo de la Iglesia Católica” y las “condenas moralistas sobre la sexualidad” mucho más besada habría sido de haber exportado el beso queer, que por estas pampas nunca falla ni aunque llueva y truene.
› Por María Moreno
El Kiss in organizado en Madrid para la participación del papa Benedicto XVl en la Jornada Mundial de la Juventud no fue todo un éxito, o en última instancia, sí lo fue, dado que el Papa lo debe haber visto perfectamente por TV. Porque un beso múltiple y sincronizado al paso de un vehículo, en medio de un millón y medio de peregrinos, más la policía armada de macanas y los indignados llevando al acto su apelativo militante por los gastos estimados en un millón de euros, es dificilísimo de organizar, a menos que haya sido dirigido por un experto en escenas de masas en Hollywood. Tendrían que haberse usado columnas y estatuas o el primitivo sistema a babucha. Los compañeros de la besada antipapal equivocaron su táctica: si bien el beso queer, en ese confuso pool de enciclopedias que es Internet, significa otra cosa, entre algunos de nosotros, es decir esa minoría entre minorías que constituye toda vanguardia y que incluye tanto a Jean Cocteau como a Batato Barea, dimos al beso queer un sentido más preciso, el de un beso colectivo, salivosa negociación entre el beso de lengua y el piquito.
Consiste en que por lo menos cuatro participantes, de diferentes gustos eróticos, por ejemplo (¡dije “por ejemplo”!: no tengo que incluir a toda la constelación glttbi) una lesbiana, un gay, una travesti y un espécimen de lo que el gran utopista Charle Fourier llamaba “pasión gran alternante o mariposa” junten sus lenguas en un punto mientras giran un poco en dirección a las agujas del reloj pero con el ritmo de una cumbia o la Macarena si la hay. Participé por primera vez en esta práctica en la fiesta de presentación del suplemento Las 12 junto con Marta Dillon, Silvia Delfino, Lohana Berkins, Cristian Alarcón y Flavio Rapisardi, aunque no sé si se trata de un dato o de un mito porque, como decía el personaje que recreaba a la señora Schoklender, en la película de Fernando Ayala: conmigo nunca se sabe. La etiqueta del beso queer es rigurosísima y si bien hasta ahora no se conocen sanciones en esta expresión performático-política no es bien visto que una lesbiana gambetee con la lengua de manera que se junte sólo con la de otra mujer o que un gay alargue una puntita seca y huidiza ante la de esa misma mujer. El beso queer suele ser de alta eficacia visual en la Plaza del orgullo.
Militontamente iba a empezar con la cantinela escolástica ante un Papa a quien su ex compañero el teólogo Hans Küng considera un octogenario que se cree la mente teológica mejor amueblada y que dirige a la Iglesia como si fuera un ghetto:
Si Sodoma aparece como símbolo del mal, en el Antiguo Testamento ni una sola vez se identifica sodomía a homosexualidad. Según la línea de investigación de John Boswel, Sodoma no fue destruida por inmoralidad sexual sino por el pecado de falta de hospitalidad: “Para decirlo brevemente, la tesis de esta línea de investigación sostiene que Lot violaba las leyes de Sodoma (donde no fue ciudadano, sino meramente ‘residente’) al recibir por la noche a huéspedes desconocidos en el recinto amurallado de la ciudad sin el permiso de los ancianos de ésta. Cuando los hombres de Sodoma se reunieron para pedir que se llevara a los forasteros a su presencia, pues ellos querían conocerlos, no querían decir otra cosa que ‘saber’ quiénes eran, y en consecuencia, la ciudad no fue destruida por inmoralidad sexual, sino por el pecado de falta de hospitalidad con los forasteros”. Boswel dice que, contra la concepción popular, en la Biblia se usa muy pocas veces el verbo “conocer” como acepción carnal (10 veces por sobre 943 apariciones en el Antiguo Testamento). En cambio recuerda que el Eclesiástico dice que Dios aborrecía a los sodomitas por su orgullo. Por otra parte, el Antiguo Testamento denominaba “sodomía” a toda una serie de “pecados contra natura”. Pero no voy a insistir con esto porque es injusto que se cite la Biblia sólo cuando el tema es el aborto o la homosexualidad y entonces muchos católicos de último momento de pronto se ponen el lente erudito para una interpretación literal o falsa, cuando a nadie se le ocurriría apelar a la Biblia para reimponer prácticas que hoy son repudiadas por muchas culturas, como la lapidación y la ley del Talión.
¿Por qué a esos mismos biblistas no se les ocurrió interpretar la tormenta desatada durante la Jornada Mundial de la Juventud? Si justo se desató luego de que Benedicto XVl mencionara eso del matrimonio “entre un hombre y la mujer” abierto “al don divino de la vocación” –una indirecta contra la ley de matrimonio igualitario que rige en España– y tuvo que resumir ¿cómo gente tan comedida para la hiperinterpretación bíblica no advirtió que Dios, menos papista que el papa, tal vez les estaba mandando un spot de Diluvio Universal como castigo? Porque ni el Génesis describe tamaño chubasco en donde volaron las lonas blancas de dos capillas, el árbol de la vida electrónico que decoraba el trono se agitaba furiosa y góticamente y parecía a punto de entrar en corto circuito, entre truenos y relámpagos las ostias faltaron por disolución sin multiplicarse como los peces y el vino, la pompa eclesiástica fue afeada por las presencias de bombero y electricistas colgados de los estandartes y lo que los diarios llaman con eufemismos “formas sacras” se hicieron sopa, o sus colores se corrieron hasta adquirir el shocking-pink, con que la modista Elsa Schiaparelli bautizó al “tornasolado” que, dicho sea de paso, había descubierto en un traje de diablo durante una fiesta de disfraces parecidamente tormentosa a esta Jornada Mundial de la Juventud en la que hubo siete heridos y 30 internados. Y el Papa, con tanta teología y erudición, improvisó, negador: “El Señor con la lluvia nos manda muchas bendiciones”. ¡Por favor!
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