A LA VISTA
La semana pasada comenzó la discusión sobre la ley de identidad de género en el ámbito parlamentario. Fue un día en el que se reunieron tantas y tantos activistas trans como no había sucedido hasta ahora: un día en el que primó el consenso por sacar un dictamen para que el reconocimiento de la identidad, la salud y la expresión de género de las personas trans se convierta en ley. Fue, en definitiva, un día histórico.
› Por Mauro Cabral
La historia tiene momentos y momentos. Y hay momentos que le pertenecen por antonomasia. Por ejemplo, aquellos a los que la gente llama “históricos”. Y la gente los llama así porque justo cuando ocurren pareciera que el tiempo se acelera o se detiene (y a veces las dos cosas, al mismo tiempo). O los llama así porque el tiempo se unifica y se condensa, o explota y se dispersa, abriendo muchos futuros donde hubo, tan sólo, un único pasado. Los llama, claro está, porque anhelan su llegada, su regreso y, más que nada, su memoria. Su presente y su porvenir.
Por ejemplo, la gente dice que el 18 de agosto fue un día histórico.
Ahí estuvimos.
Las comisiones de Legislación General y de Justicia de la Cámara de Diputados de la Nación se reunieron el jueves 18 de agosto para debatir los cuatro proyectos de identidad de género, convocando a ese debate no solamente a diputad*s de ambas comisiones sino también a activistas y expert*s. El acuerdo general logrado en esa reunión hace prever la redacción de un dictamen que abrirá la discusión de la ley en la Cámara baja; las expresiones de apoyo manifestadas por otr*s diputad*s hacen prever que existen grandes posibilidades de lograr la media sanción de la ley para su posterior tratamiento en el Senado. Más aún, que existen grandes posibilidades de que el día que se apruebe finalmente la ley de identidad de género será histórico no solamente para tod*s nosotr*s sino para quienes en todo el mundo luchan por lo mismo que nosotr*s luchamos: una ley integral de identidad de género. Una ley que combine reconocimiento con pleno acceso, identidad con cuerpo, ciudadanía con humanidad, humanidad con diversidad, diversidad con igualdad, igualdad con transformación.
A lo largo de la mañana del 18 de agosto hablaron l*s diputad*s Vilma Ibarra y Juan Pedro Tunessi, quienes presiden, respectivamente, las comisiones de Legislación General y de Justicia en la Cámara de Diputados de la Nación. Hablaron l*s diputad*s que presentaban cada uno de los cuatro proyectos de ley de identidad de género, Diana Conti, Juliana Di Tullio, Miguel Barrios. Habló Pedro Mouratian, interventor del Inadi; hablaron el constitucionalista Andrés Gil Domínguez, y el juez porteño Guillermo Scheibler. Finalmente hablaron también las diputadas Adriana Puiggrós, Laura Alonso, Cecilia Merchán y Marcela Rodríguez. Y esa mañana, desde temprano, l*s activistas trans tomamos la calle. Los mostradores y la puerta de entrada, la escalera y los ascensores. Los pasillos. Todos los rincones del recinto, las sillas de atrás y las sillas de adelante, los escritorios del costado y también el del centro. Tomamos el micrófono, y tomamos la palabra.
Hablamos Marcela Romero y yo; Claudia Pía Baudracco, Alba Rueda y Lohana Berkins, en ese orden. Cada un* de nosotr*s representó en ese lugar a su organización, y a las articulaciones políticas más amplias de las que participa o que l* habían convocado esa mañana. Y es cierto: cinco voces no representan ni pueden representar a la extraordinaria multiplicidad de nuestras comunidades, sus geografías cercanas o distantes, la diversidad de sus necesidades, de sus trabajos y de sus esperanzas, ni la fuerza de sus voluntades múltiples. A nuestro alrededor había más activistas trans de l*s que alguna vez hubiéramos contado, y el círculo se extendía a cada provincia, a cada ciudad. No hablamos por tod*s, por l*s que estaban en ese lugar o estaban en otra parte, por l*s presentes y por l*s ausentes, por l*s que vinieron antes, por l*s que nos acompañan o por l*s que vendrán después. Nada de eso. La verdad es que hablamos porque ell*s lo hicieron y lo hacen posible. Hablamos por tod*s ell*s.
Quienes dicen que el 18 de agosto fue y será un día histórico no lo dicen solamente porque esa fecha marca los inicios parlamentarios de una ley. Tampoco lo dicen nada más que porque diputad*s y diputadas discutieron proyectos de ley de identidad de género literalmente rodead*s de activistas trans y sus aliad*s, ni porque algun*s de esos activistas además hablaron. No lo dicen, aunque podrían decirlo, porque la diversidad política trans se conjugó ese día y en ese lugar como un encuentro constante, amistoso, celebratorio. Lo dicen, seguramente, porque a partir de ese momento la historia está por cambiar. Lo dicen, sobre todo, porque la historia, por fin, ha cambiado.
Hasta hace apenas unos años, el sentido común político y jurídico nos imponía sin más un paternalismo insoportable, y era así como el diagnóstico diferencial constituía la piedra de toque de la identidad; y las cirugías, su prueba ineludible. Nuestros derechos reproductivos no existían, nuestros derechos sexuales tampoco, y la posibilidad misma de nombrarnos y ser nombrad*s estaba sujeta a nuestra capacidad de producir la máxima reacción compasiva del juzgado que nos tocara en suerte. Y sin embargo, apenas unos años después, las distintas intervenciones del 18 de agosto prueban que el sentido común hoy es otro.
Costó construirlo, es cierto. Hicieron falta dos décadas de activismo. Decenas, cientos y cientos de entrevistas, de marchas, de reuniones. Mucha carne expuesta a la pericia, al juicio, al devenir destino del expediente. Imperdonablemente, demasiadas vidas rotas, cuerpos rotos; demasiadas muertes. Hicieron falta mil y uno de esos debates donde todo parece perdido y hasta en verdad se pierde, y sin embargo algo pasa. Hizo falta la Corte Suprema, hicieron falta las resoluciones y las ordenanzas. Hicieron falta los amparos. Hicieron falta la reflexión teórica y la imaginación jurídica. Hizo falta que el paternalismo de los derechos personalísimos empezara por fin a articularse como derechos humanos.
Es precisamente en nombre de esos derechos que nadie vaciló, ni por un momento, en reconocernos, que la historia del reconocimiento es y puede ser otra. La voluntad legislativa expresada el 18 de agosto pasado habla de un reconocimiento de la identidad de género que ha de volverse innegociable. Ni a cambio de hormonas y cirugías, ni de pericias degradantes, ni de procesos judiciales, ni de esterilidad, ni de exhibición frente a un comité de expert*s, ni de indignidad alguna: reconocimiento y punto. Y por primera vez en la historia de nuestras comunidades la palabra “autonomía” dejó de ser un grito de guerra para transformarse en una palabra acordada y repetida.
La gente se pregunta, nos pregunta, pregunta, en definitiva, si la ley de identidad de género va a salir. Pregunta qué ley va a salir, y si es posible que salga la ley que tod*s quisimos el 18 de agosto. Pregunta si será posible que en un país del mundo –pongamos, la Argentina– será posible que las personas trans podamos cambiar nuestro nombre y género por vía administrativa y sin requisitos vejatorios. Si será posible combinar la despatologización de nuestras identidades con el acceso pleno a modificaciones corporales; si será posible, entonces, que podamos operarnos en el sistema público de salud y que en el mismo sistema encontremos las hormonas, y todo lo demás. Pregunta si será posible que ese derecho a encarnar un cuerpo no se transforme legalmente en la obligación de encarnarlo. Pregunta si será posible que la ley considere los derechos inalienables de niñ*s y adolescentes trans. Pregunta si la ley será capaz de extender la protección contra las intervenciones compulsorias hasta alcanzar las orillas escarpadas de la intersexualidad.
Yo no tengo ninguna respuesta. Es más: me hago exactamente las mismas preguntas. Es que a pesar de todo lo que ganamos el jueves pasado, y precisamente por todo eso que ganamos ese día histórico, es que ahora el futuro está en verdad puesto en juego; y debemos asumir que ese día que vivimos, tan histórico, es uno de esos momentos cuya articulación política exige, como decía Walter Benjamin, reconocerlos como lo que son: relámpagos que cruzan la historia en un instantes de peligro.
¿Habrá ley? ¿Una ley? ¿Una ley integral? ¿Dos leyes, una para la identidad y otra para el cuerpo? ¿Y qué pasará el día después de la ley? ¿Qué pasará cuando llegue el tiempo de su reglamentación? ¿Y qué pasará, entonces, el día después, cuando vayamos al registro civil y al hospital y a sacar el pasaporte y a votar y a cambiar el título del secundario y a buscar trabajo y a...? ¿Qué pasará con la expresión de género, con las identidades no reconocidas, con los cuerpos no identitarios, con la carne que no hace cuerpo? ¿Qué pasará cuando la ley ya no sea suficiente, cuando la ley devenga eso que siempre fue, una ley, nada menos y nada más que una ley? Nadie lo sabe, porque el futuro está por hacerse. Aquí es donde estamos, así que, vení y sumate. Sumate ahora, éste es el momento. Porque ahí estaremos.
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