Viernes, 2 de septiembre de 2011 | Hoy
TEATRO
La prohibición del deseo es un tema tan inquietante como histórico. Gonzalo López reconquista el texto de Büchner –Woyzeck– para que no se nos olvide nunca hasta dónde puede llegar la vorágine del hombre.
Por Leandro Ibáñez
La lucha de clases, fenómeno social en constante estudio desde Maquiavelo hasta nuestros días. Constante objeto de representación, en ficciones y en obras de teatro. El alemán Georg Büchner es uno de los autores que supieron hacerlo muy bien, allí por el año 1836, en su fragmentada e inconclusa Woyzeck. Tan perenne es el texto que se volvió un clásico y, como todo buen clásico, se representó cientos de veces sobre las tablas en muchas oportunidades, o en proyecciones inolvidables como la fastuosa interpretación de Klaus Kinski en la piel del torturado soldado. Y hasta la ópera tiene su propia versión, Wozzeck, proveniente de la pluma del austríaco Alban Berg.
Este invierno, Gonzalo López renueva la mítica obra y Buenos Aires disfruta de una remixada versión posmoderna, y un tanto queer, en Delborde Espacio Teatral. Cada sábado, el elenco recibe al público de manera alienada, geométricamente ordenados y repitiendo incansables movimientos que se reiteran indefinidamente. El director sumó al grupo de personajes –unos víctimas, otros victimarios– un coro de tres implacables damas que, en alemán, sonorizan el ambiente y aumentan la dureza del espacio. La repetición es continua, el agobio permanente, su presencia los vuelve personajes tácitos.
Woyzeck y su mujer Marie son el proletariado que la burguesía menoscaba y el juguete con el que se entretiene. El, siendo el tratado de moral del Capitán y a su vez el trabajo de ciencias del Doctor, que a dieta de bananas y monótono ejercicio pretende erradicar de su conejillo de Indias su naturaleza más instintiva. Ella, la doncella que recibe las embestidas sexuales de estos dos hipócritas sociales.
Mariano Karamanian interpreta a ese soldado raso, pordiosero, abusado y besado por su superior. Un don nadie que se encuentra al borde del colapso, solo y enfermo de celos, que se debate entre el control y la buena civilización que pretenden trasmitirle a la fuerza, y la pasión humana, llena de instintos sexuales, que quieren socavarle a base de estructuras reiteradas, cual perro de Pavlov. “Stimmen” repiten las voces en su cabeza, proclamando corrección y medida. Sólo hay lugar para el final más trágico. Por su parte, Marie, personaje ejecutado por una sensible María Viau, más liberada, pero no por ello menos tortuosa, se deja llevar por sus pasiones y así es cómo las comparte con el compañero de Woyzeck, Andrés, con los soldados, y con quien tenga tiempo y ganas.
Notas musicales estrepitosas junto con proyecciones audiovisuales y efectos de luces acertados actualizan el texto, agregándole un valor a esta versión que la distingue de entre tantas otras. Este Woyzeck es una puesta en escena tan estética y ordenada como inquietante, con la violencia y el nervio propios que devienen de las páginas que se escribieron a principios del siglo XIX, pero adaptada a los tiempos que corren.
Si bien Büchner en su drama hace énfasis en lo proclive al desgaste físico y psíquico que son los individuos nacidos por fuera de los márgenes de una jerarquía social conveniente, aquí López adapta el texto a una realidad temporal donde la constricción impuesta a los impulsos sexuales es la causa de la enajenación moderna, convirtiéndose entonces el libre ejercicio de la diversidad sexual en el nuevo estandarte a seguir.
Woyzeck. Sábado a las 23.30.
Delborde Espacio Teatral. Chile 630
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