Viernes, 23 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Adrián Melo
No casualmente su popularidad comenzó a crecer a finales del siglo XIX, el siglo que clasificó a los seres humanos en función del sexo y de los usos de sus placeres a la vez que asentaba el capitalismo consumista. Los papeles que se encontraron en el que se supone sea el escondite principal de Papá Noel, ubicados en un ático de un lugar del Polo Norte, estaban organizados temática y cronológicamente y clasificados con una burocracia tan eficiente que hubieran inspirado aún más a Max Weber y a Franz Kafka, cada uno con su estilo. Catalogadas en letras rojas como “Queer pendex”, toneladas de cartas dan cuenta de que, desde hace centenares de años, Santa Claus no sólo viene desestimando deseos, sino que en su lugar optó por ahogarlos con regalos que él creyera convenientes y hasta correctivos.
Si tomamos, por ejemplo, el período decimonónico, uno de los primeros niños “con inquietudes” rechazados por Papá Noel fue Thomas Mann. En un momento histórico en que se comenzaba a desconfiar de las “amistades masculinas intensas”, que se suscitaban en los internados, el Nikolaus del pequeño Mann decidió desechar el pedido de portarretrato en donde el niño iba a poner un retrato de su amado compañero de colegio y enviarle en cambio un ángel de porcelana cuya contemplación le inspirara pensamientos más píos. El ángel que el pequeño Thomas recibió tenía un rostro bellísimo, rizos largos y dorados y labios cuya expresión lindaba entre la inocencia y la sensualidad. Thomas nunca jugó con él por miedo a romperlo, pero pasaba horas mirándolo, casi adorando su hermosura.
Bajo la clasificación de “errores garrafales”, Santa da cuenta de situaciones en las que no cumplió los deseos de los niños pero más le hubiera valido haberlos cumplido debido a las nefastas consecuencias. Así, a la edad de siete años, el futuro escritor Yukio Mishima pedía “dos cuchillos de cazar, una espada de esgrima y algunos libros de fábulas medievales que contuvieran estampas de bellos príncipes y guerreros”. Con la profunda convicción de que los deseos del niño eran perversos, Papá Noel no les hizo lugar enviándole, en cambio, un libro de cuentos infantiles de Hans Christian Andersen. Lo que el adalid de los niños buenos no pudo prever es que, entre los cuentos de Andersen, había uno que se llamaba “El enano rosa”. En el relato, un apuesto príncipe es apuñalado por un villano con un enorme cuchillo mientras está distraído acariciando una rosa que le había regalado su amada. Mishima adulto siempre se refirió a ese momento como clave para entender el inicio de sus deseos sadomasoquistas, sus enamoramientos y su fascinación por la belleza de los cuerpos jóvenes a punto de morir, por las espaldas y los torsos musculosos y desnudos atravesados por el metal y cubiertos de sangre.
Otro error imperdonable tuvo como protagonista a Alice B. Toklas, la amante de Gertrude Stein durante más de cuarenta años. Alice era una apasionada de los trenes de colección. Le envió una carta a Papá Noel pidiéndole uno. Sin dudar, Barbas Blancas le envió un libro de cocina, regalo que consideró más femenino. A partir de entonces, la cocina se transformó –junto con las mujeres– en la gran pasión de Alice Toklas. Varios años después de la muerte de su amada Gertrude, en 1954, Toklas publicó un libro que mezcla episodios de su vida con recetas titulado El libro de recetas de Alice B. Toklas. La receta más famosa que contiene el libro se llama Fudge de hashish y es una mezcla de frutas, nueces, especias y marihuana. Por décadas y aún hoy, frecuentemente se llama brownie de Alice Toklas a los pastelitos que se hacen mezclando cannabis en los ingredientes.
Tampoco le gustaban los signos de debilidad en la niñez. A Marcel Proust le negó el deseo de que su madre subiera a besarlo todos los días a su habitación antes de dormir y a Gabriela Mistral, que volviera su padre que “escribía versos muy bonitos” y que la abandonó a los tres años.
Caprichosamente, el pequeño Coco Manuel Puig no se molestó en contestarle su pedido de que le trajera más rápidamente en su trineo conducido por Rudolph las fotos autografiadas de Rita Hayworth, Greta Garbo y Bette Davis. A la serena Marguerite Yourcenar le negó tan pronto la reproducción del busto del bello Antínoo como de la sensual Safo. Y se escandalizó cuando un Rock Hudson ya maduro, en plan de bromas e incrédulo de la existencia del barbado, le envió una carta en la que le pedía para las Navidades de 1954 que su piscina se llenara de rubios bronceados.
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