A LA VISTA
La ciencia y sus buenas intenciones siguen buscando el origen de la homosexualidad, aunque en el intento rueden cerebros, hipotálamos y mapas de ruta.
› Por Liliana Viola
La noticia aparece hace pocos días en el progresista diario inglés The Independent, y aparece como una progresista noticia: “Ante 3 mil prestigiosos neurólogos reunidos en Lisboa durante el 21º Encuentro Europeo, Jerome Goldstein, director de San Francisco Clinical Research Centre, lo dijo: la orientación sexual no es cuestión de elección, es una cuestión neurobiológica y viene de nacimiento”. Investigadores de Karolinska Institute, Estocolmo, detectaron a través de MRI Scanners diferencias en el flujo de sangre al cerebro y en el tamaño de una glándula que juega un rol fundamental en las respuestas a las emociones. Aunque parezca salida de un laboratorio de discípulos de Mengele, la declaración tiene buenas intenciones: “El cerebro de los hombres homosexuales se asemeja más al de las mujeres heterosexuales y el de las lesbianas, al de los hombres hétero”. Otro estudio presentado allí por Qazi Rahman de la Universidad de Londres encuentra que tanto los gays como las mujeres hétero comparten su poco sentido de la orientación... Mientras que los hombres hétero saben leer con mayor facilidad los mapas. En fin, el tamaño de los hipotálamos y otros menudos darían por zanjado el dilema que nació en el siglo XIX junto con la homosexualidad: ¿cuál es el padre o la madre del fenómeno?, ¿el huevo o la gallina?, ¿cómo es posible que un porcentaje de la población no responda al mandato de la preservación de la especie (aunque es cierto que las familias homoparentales vía adopción, subrogación de vientres, donante anónimo o no anónimo, intervención de la misma ciencia mediante, ha dejado en orsai a dicha pregunta) y cómo no pensar, en términos evolutivos, en la inferioridad de estos encuentros que no llevan a nada...?
La noticia, hay que reconocerlo, se produce en el marco de una polémica en Inglaterra sobre si se aprueba o no el matrimonio entre personas del mismo sexo. Las razones en contra tienen el mismo tono aberrante que tuvieron por estos pagos, incluyendo las advertencias sobre que se empieza por aceptar la homosexualidad y se termina con el casamiento entre perros y humanos. (A propósito: ¿por qué será que el sexo con perros es una de las primeras asociaciones que provoca la sexualidad gay?) El jefe de la Iglesia Católica Romana en Escocia, el cardenal Keith O’Brien, por ejemplo, dijo que “no se trata de derechos sino más bien de un intento de redefinir el matrimonio por la orden de una pequeña minoría de activistas, y que redefinirlo tendrá enormes implicaciones para lo que se enseña en nuestras escuelas y para la sociedad en general”. ¿Suena a Hotton? Sí, pero la distancia y el resultado de la votación en el Parlamento argentino en julio de 2010 nos permite revisar también los argumentos de los buenos, los que están a favor: ¿debe concluir la discriminación a homosexuales porque “ellos son capaces de sentir amor” o porque las hembras de una especie de albatros, las Laysan, son más eficaces en la pesca cuando van en yunta que cuando van solas, o porque la homosexualidad favorece a la especie ante el peligro de la superpoblación, o porque es un destino fisiológico y al final entonces la moral no está en juego? La complejidad ya no sólo de las identidades sino de las prácticas, los modos de definirse a medida que cambian los tiempos, y los deseos y el tan renombrado orgullo no parecen buenos argumentos a la hora de hablar de diferencia por un lado e igualdad en términos de derechos por otro.
En Inglaterra, en febrero de 2010, apunta la misma nota de The Independent, el Colegio de Psiquiatras se vio obligado a sacar un comunicado, reafirmando que “la homosexualidad no es un desorden mental”. En una encuesta realizada entre 1500 terapeutas, uno de seis admitía que ante el pedido de un paciente, procedería a la cura de la homosexualidad. “Es cierto, dicho en bruto –opina un activista mientras lee esta misma nota– usamos el lenguaje del enemigo. Pero es que estamos en un mundo en el que cientos de padres y madres de buena voluntad envían a sus hijos a los centros de terapias aversivas como quien manda al chico al médico ortopédico. ¿Te acordás de cuando nos llenaban de botines y plantillas? Esto ya no se hace tanto, la homosexualidad se sigue tratando de curar en las mejores familias.”
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