El protagonista está solo en el escenario. ¡Oh, si vieran ustedes lo solo que está! Está tan solo como sólo lo estaban los hombres homosexuales en la década del sesenta, un poco antes y un poco después: como lobos en la noche, buscándose y ensayando las estrategias para reconocerse y sobre todo para evadir a los policías encubiertos, las razias, los prejuicios compartidos, ellos, los conocedores exclusivos del código tan amoroso y delincuente a la vez. Michel es el barman del lugar y es lo que es porque es lindo y porque alguna vez le gustó a Freddy, el dueño del boliche, que ahora está enfermo y tirado en la cama por fuera de la vista del público. Porque Michel está solo y además no se llama Michel, pero ha elegido el nombre ideal para servir en El Matelot, otro nombre afrancesado e ideal para lo que se hace allí adentro. Freddy ya no sirve, está fuera de juego, Michel es casi un adolescente, un cínico gigoló en el cuento original de Marco Denevi, un desdichado en la versión de la directora Mariela Castro Balboa, un recién llegado a la noche que lustra mecánicamente la humedad de la barra de tragos mientras cuenta a los espectadores lo que pasó aquella noche, cuando llegó al boliche un hombre de aquellos, inusual, el tipo capaz de reemplazar a Freddy en su rol de iniciador y proveedor. Mientras cuenta ese episodio que terminará en una escena sangrienta (tal vez exagerada), va dejando pistas de un mundo que el mismo Denevi vivía cuando lo escribió. Encantador, gracioso, tierno y amanerado como corresponde, aunque por momentos un poco huérfano de dirección, Patricio Ruiz va armando una postal del estereotipo o el destino homosexual de los años sesenta y así se suma a una serie importante de obras que en tiempos de matrimonio igualitario recuerdan a la vieja guardia. l

Michel, unipersonal con Patricio Ruiz, los jueves, a las 22, en Vera Vera Teatro. Vera 108.