Viernes, 13 de julio de 2012 | Hoy
En qué estado está este mueble donde vive tanta gente luego de la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género.
Por Mario Pecheny
Quienes escriben literatura sobre mariconería (como denomina un amigo a los estudios académicos sobre sexualidades no heterosexuales) han compartido por décadas un supuesto. El supuesto es que la homosexualidad no se define de la misma manera siempre y en todos los lugares, es decir que no es universal, pero que sí hay una experiencia en la que se reconocen todos los varones y mujeres homosexuales.
Esta experiencia universal es la de quienes nacen, se crían, crecen y envejecen en sociedades que son muy hostiles ante la homosexualidad y las personas homosexuales. Estas sociedades son casi todas las sociedades que han existido. De esa experiencia universal de hostilidad a priori se deriva casi lógicamente que las mujeres y varones homosexuales se reserven un espacio de protección para los sentimientos, relaciones, identidades y prácticas que se estructuran a partir de esa forma no aceptada de vivir la sexualidad y los vínculos amorosos. Esta reserva implica, a su vez, que esta circunstancia central de la vida se comparte con los demás sólo en ciertas circunstancias y momentos, a interlocutores determinados, y cuando hay buenas razones para hacerlo.
El gráfico nombre de esta experiencia de reserva es el placard, armario o closet, es decir, un espacio donde se protegen los aspectos de la vida organizada en torno de la homosexualidad. También el placard refiere a un espacio que es habitado, la mayor parte de la vida y del día, por el propio sujeto.
Para la urbana juventud matrimonioigualitaria de hoy en día, hablar del placard es como hablar de la virginidad o la indisolubilidad del matrimonio: es algo del pasado. ¿Será tan así?
La virginidad es hoy más un estigma que un valor deseable o una expectativa. Si, a partir de determinada edad, un varón o una mujer aún no ha tenido relaciones sexuales, hay algo que no anda. Lo que debe justificarse es la virginidad, no su pérdida. Si un matrimonio dura para toda la vida, probablemente sea aplaudido y saludado, pero no sin sorpresa y admiración, y quizás incredulidad. ¿Y el placard? La juventud urbana matrimonioigualitaria dice que no hay ningún problema en “contarlo”. Pero:
uno, nadie comparte, cuenta o confiesa que es heterosexual. Eso se da por supuesto. El proceso hoy de estar en el placard y de salir del placard no difiere, pues, en su lógica de los años y décadas que nos han precedido, aun cuando hayan cambiado sus circunstancias, rituales, costos, riesgos, beneficios y daños.
Dos, la heterosexualidad sigue siendo la norma, y probablemente –aunque más no sea porque Dios juega con dados cargados con más caras heterosexuales que no heterosexuales– seguirá siéndolo por siempre. La estadística de la heterosexualidad como probabilidad esperada se traduce en algo socialmente esperable.
Tres, si la expectativa social a priori es la heterosexualidad, del placard no se sale nunca definitivamente. Eso quiere decir que siempre se puede volver a entrar por decisión propia o ajena. Y que el proceso aclaratorio nunca es definitivo tampoco. Aclarar cansa.
Cuatro, la pregunta sobre si “es o no es” sigue siendo recurrente todavía en tiempos matrimonioigualitarios, así como las preguntas de ¿por qué no lo cuenta?, ¿por qué debería contarlo? No se hacen estas preguntas sobre la heterosexualidad.
Igual, dicho esto, estamos en la Argentina año verde, brindemos por eso.
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