Viernes, 3 de agosto de 2012 | Hoy
Con Marilú Marini como una patrona maléfica y robada de un cuento infantil, Las criadas de Jean Genet regresa en la puesta de Ciro Zorzoli para poner en escena esa pequeña revolución de clases y también la rebelión incestuosa, la mirada estrábica hacia la delincuencia y a la servidumbre que instauró Jean Genet, el primer puto punk salido de Francia.
Por Facundo R. Soto
Cuando Las criadas se estrenó en París, en 1947, la crítica especializada se preguntaba de qué lado estaba el autor. ¿Del servicio doméstico o de las patronas? ¿De las asesinas o de las víctimas? Es que Genet no tenía posición moral al respecto. Ponerse en una posición no estaba en sus planes, salirse sí. Todavía estaban frescos los cadáveres de la patrona y de su hija, desfigurados ambos hasta quedar sin ojos, sin sexo se diría, si se piensa que sexo es genitales reconocibles. Las dos criadas, hermanas ellas, una mayor y una menor, pero tan parecidas que luego fueron tratadas como siamesas, que habían trabajado seis años sin un sí y ni un no (esto es literal, ya que la patrona jamás les había dirigido la palabra) y dueñas y soberanas, si de algo lo eran, de unas referencias intachables, cierta noche en que saltaron los tapones por culpa de una plancha y su resistencia desvencijaron a madre e hija, concentrándose en las partes pudendas, les quitaron la sangre que se esparció por las elegantes alfombras y luego se acostaron en su cuartito de sirvientas con sus kimonos azules idénticos, abrazadas las dos. Todo para que la señora no las retara por el corte de luz provocado por la maldita plancha. El crimen de las hermanas Papin (el hecho real que desató la imaginación de Genet para este lado) ocurrido en Le Mans en 1933 fue considerado por la prensa como el crimen del siglo. El hecho no fue un asesinato sino una revolución (si no industrial, al menos en el marco del servicio doméstico), una pequeña revolución, así lo anunciaba en su artículo a meses del episodio la cronista americana Janet Flanner, donde “las rebeldes ganaron con una destreza horrible y las lamentables fuerzas de la patrona fueron literalmente disparadas sobre una distancia de cuatro metros sangrientos, o sea, desde el rellano superior de la escalera hasta abajo”. No hubo patrona en Le Mans que durmiera tranquila después de la noticia, y que se atreviera a levantar la voz a sus criadas sin temer las consecuencias.
Y cuando en 1964 muchos se seguían preguntando, sobre todo conociendo su prontuario y su pertenencia al mundo carcelario del lado de adentro, de qué lado estaba Genet, el autor declaró a la periodista Madeleine Gobeil, de la revista Playboy: “Me da igual. He querido escribir obras de teatro, cristalizar una emoción teatral, dramática. Si mis obras les sirven a los negros, no me concierne. Creo que un sindicato de sirvientas haría mucho más por ellas que una obra de teatro. He intentado que se escuchase una voz profunda que las criadas, las patronas y otros seres alienados no podían hacer que se escuchase. Un crítico me dijo que las criadas no hablan así. Sí que hablan así, pero sólo a mí, a medianoche. Es posible que haya escrito la obra contra mí mismo. Es posible que yo sea los blancos, la patrona, las criadas. Y lo interesante es descubrir lo que hay de imbécil en esas cualidades”.
Las criadas, de Jean Genet, que se acaba de estrenar en el Teatro Presidente Alvear, no habla del amor entre gays ni lesbianas, pero exhibe escenas de sometimiento entre dos hermanas (las criadas), que en un juego de proyecciones se calientan con el odio y el repudio, se excitan con ellas mismas, con el ejercicio del poder, de la supremacía de una clase sobre la otra. La tensión crece, y las tres mujeres, contando a la patrona, que indistintamente ocupan el lugar sádico y el masoquista, con una claridad que estremece, invita a pensar y repensar los límites y las consecuencias del bien y del mal, como dos partes que se complementan, la patrona y las criadas. ¿Habrá venganza? Y en esa pelea paranoica, ¿ganará el proletariado o la burguesía? ¿Qué vemos cuando vemos Las criadas?
La obra no deja de tener el sabor de los temas que inquietan y atraviesan al resto de la obra de Genet: el mundo carcelario, el encierro, la homosexualidad, el crimen, la prostitución. Con tensión y alto contenido sexual, sublimado, al borde de bullir para quemarnos vivos, cuando Clara (Victoria Almeida, la protagonista de El cuarto de al lado) abre sus piernas y mientras Solange (Paola Barrientos, la del aviso del banco y quien debutó en 2010 en televisión con la serie Para vestir santos y brilló en el teatro con Un tranvía llamado Deseo) la insulta hasta escupirla. O cuando las dos tijeretean al borde del peligro, de que llegue la patrona. La obra se despliega con dinamismo, intensidad y sobre todo placer. El odio y el deseo juegan un partido en el que se intercambian los roles, sin juzgamientos morales o con tanto juzgamiento que lo que está mal ya no está tan mal, y lo que está bien, no se sabe dónde está. El argumento no se refiere explícitamente a las hermanas Papin sino a la relación entre Solange y Clara, las sirvientas que construyen un juego, convertido en ritual, sadomasoquista cuando su ama, La Madame (Marilú Marini), no está. Se van turnando para representar, con crueldad y sadismo, el rol de la señora y el de la criada, hasta que el asesinato se produce. ¿Es la servidumbre la que gana? Lacan, en 1931, toma contacto con Aimée, la asesina real, y al año siguiente hace su tesis de doctorado: “De la psicosis paranoica en sus relaciones con la personalidad”, donde demuestra que el delirio “se desvanece con la realización del acto”. Mientras Lacan estudia –no se sabe si tan casualmente– un crimen ultrafamoso, Genet considera a los psiquiatras como una entidad de control, con un tipo de moralidad particular, disfrazada de no moral, elaborada para lograr la adaptación social. Genet se pregunta: ¿de dónde sacan el psicoanálisis y la psiquiatría la autoridad para decir inadaptados a los niños bellos, psicótico al asesino, delirio paranoico al miedo de ser interceptadas por la patrona usando sus tapados de piel?
El juego escénico, las pelucas que sacan y ponen a La Señora-Patrona, encarnada en Marilú Marini, quien trabajó en el ’75 con Copi, en París, y ya representó Genet en varias oportunidades, se luce por su impecable trabajado haciendo de malvada, caricaturizada por momentos, pero creíble hasta el hartazgo, en parte mérito de la dirección de Ciro Zorzoli (Estado de ira fue su obra anterior, que permitió continuar el debate entre lo que se llama teatro comercial y el alternativo) y montó en esta oportunidad una obra plena, que funciona sin tropiezos y sin escrúpulos, pero con delicadeza.
La obra devela lo que hay detrás de escena: un autor que arriesga y expone todo, sin importarle nada; la condena de un mundo que lo rechaza. Genet no acepta la posición de víctima. Es un provocador que busca mantenerse en guerra. Tiene miedo de ser devorado por el sistema, y es ese miedo (quizás el único) el que lo lleva a escribir esta magnifica obra. Representada con una puesta en la burguesa Francia de los años ’30, con la música de un piano exquisito que aparece en los momentos adecuados, permite transferir la paranoia de las criadas a lxs espectadorxs cuando la obra crece. No se preguntó qué aportaron los criminales con los que compartió la celda y con los que también se acostaba, sino que la pregunta recaía sobre los jueces. Decía que para ser juez había que estudiar Derecho. Que los estudios empiezan a los dieciocho años, la etapa más vigorosa de la adolescencia. “A esa edad hay gente que piensa en ganarse la vida juzgando a otros hombres –decía–; juzgar a los otros sin poner en peligro su vida es fácil.” Eso es lo que le han aportado los criminales, la reflexión sobre la moral de los jueces. Conclusión: en todo criminal hay un juez, pero no a la inversa.
Genet nos escupe en la cara, como una criada a la otra, y como la Señora Patrona a la criada. Nos provoca y se ríe de nosotros. Nos ridiculiza. Enfrentado a la sociedad, casi fuera de ella, nos muestra como en una radiografía el mundo del amo y del esclavo, y esa radiografía en la luz nos devela la esencia humana del poder. La pieza conserva la admiración por el Mal. Genet, en sus textos, habla de los malvados y criminales como personas libres, bellas y heroicas. Su odio no se extingue en ninguna de sus obras, donde siempre ubica al enemigo en nosotrxs. No quiere que le tengamos lástima, ni que lo perdonemos. Nos provoca. Nos perturba. Nos persigue. Nos exige que seamos sus enemigos, que tengamos el cuerpo duro. “La indulgencia me ofende”, dijo. La filosofía occidental considera que los hombres buenos expulsan el mal y se quedan con las cosas buenas. Para Genet, el Mal está en él: él se considera El Mal. Pero ésa es su singularidad y hay que respetarla. Las criadas devela la esencia del sistema carcelario y de la condición humana. Como si la cuestión humana se redujera a lo primate, dominar o ser dominado, someter o ser sometido. Coger o dejarse coger. No hay otra.
“Vivir el Mal de manera que uno no pueda ser recuperado por las fuerzas sociales que simbolizan el Bien... Refugiarme sólo en el Mal y en ningún otro sitio, nunca en el Bien.” ¿Siente solidaridad hacia los criminales, hacia los humillados? “Ninguna –aulló Genet–. Ninguna solidaridad, porque, si hubiese solidaridad, habría un principio de moral y, por ende, un regreso al Bien. Si entre dos o tres criminales existiese la lealtad, sería el comienzo de una convención moral, y por lo tanto el comienzo del Bien.” ¿Ha traicionado alguna vez, Sr. Genet? “Sin lugar a dudas”, respondió, sin expresión en sus palabras, como era su costumbre.
¿Por qué decidió hacerse ladrón, traidor y homosexual?, le preguntó la periodista de Playboy, y él contestó: “No lo decidí. No tomé ninguna decisión. ¿Acaso sabemos por qué un hombre elige una posición para hacer el amor? La homosexualidad me ha sido impuesta, como el color de los ojos, el número de los pies. Desde chico nunca me sentí atraído por las mujeres... Estoy completamente dispuesto a hablar de la homosexualidad. Es un tema que me gusta. Si quiere verla como una maldición, es asunto suyo, yo la veo como una bendición... Está claro que he hecho el amor con todos los chavales de los que me he ocupado. Pero no sólo me he ocupado de coger con ellos. He intentado rehacer con ellos la aventura que viví y cuyos símbolos son la bastardía, la traición, el rechazo social y finalmente la escritura. La homosexualidad obliga a cuestionar los valores sociales... Si hubiese crisis de virilidad, no me entristecería. La virilidad es un juego. Pienso en Camus, que se daba esos aires viriles. Para mí, la virilidad sería la facultad de proteger, más que de desflorar. Pero, evidentemente, no soy el adecuado para juzgarlo”.
Cuando la periodista le preguntó: “¿Y sigue robando hoy en día?”, él respondió: “¿Y usted, señorita?”. Ella arremetió: “Hasta los treinta años vagabundeó por Europa, de cárcel en cárcel. Lo describe muy bien en su libro Diario de un ladrón. ¿Se considera un buen ladrón?”. Genet: “¿Un buen ladrón? Suena divertido escuchar las dos palabras juntas. Buen ladrón. Ladrón bueno... Sin duda, lo que quiere preguntarme es si era un ladrón hábil. No era torpe”...
Mientras en Hamburgo le robaba a un viejo, fue asaltado por otro gay. No tuvo miedo, ni dejó de hacerlo. Siguió la práctica en España y Francia. “Prefería a los viejos porque tenían dinero y era más fácil pegarles. A veces no hacía falta pegarles, les robaba mientras los hacía acabar.”
La idea del asesinato le parecía hermosa. Pero sabía diferenciar el plano literario-poético del real. Aunque en 1975 le contó al diario alemán Die Zeit (entrevista que luego aparecería en el libro El enemigo declarado) que una vez, después de jugar a las cartas, vio a un argelino asesinar a un francés. El estaba al lado de ellos. Dijo que vio morir al tipo y le pareció muy hermoso. Pero, ¿por qué era hermoso? “Por la lucha, no por el asesinato en sí mismo. Porque el peligro le daba virilidad.” Cuando el periodista le preguntó por qué él nunca había cometido un asesinato, Genet respondió: “Probablemente porque he escrito libros. Nosotros queremos ser esa fuerza del mal. Seremos la materia que resiste y sin la cual no habría artistas”.
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