Viernes, 3 de agosto de 2012 | Hoy
Jean Genet estuvo preso, y desde la celda (entre 1944 y 1946) escribió y publicó cuatro novelas y tres poemas largos. Al año siguiente apareció su primera obra de teatro: Las criadas. El mundo intelectual de la época estaba fascinado con este punk que no tenía pelos en la lengua, que caminaba enojado, pateando y escupiendo a todxs. Se puso de moda en Francia. Tenerlo de invitado en las fiestas de la alta sociedad era el colmo del snobismo. Si Genet no iba, la fiesta no existía. Los guitudos se mostraban encantados de poder decir, al día siguiente de la fiesta, que Genet les había robado un cenicero de plata, y las expectativas de especular acerca de qué les podía robar en la siguiente fiesta eran el motivo de otro encuentro ridículo. Pero Genet sufría. Sufría la condena de la libertad. Después de publicar esta obra entró en una etapa de tristeza e improductividad. El miedo a ser asimilado por el sistema se acentuó con la admiración de los intelectuales por sus actitudes de repudio a la sociedad en la que vivía. Abandonado por su madre –una puta– a los siete meses; jamás conoció a su progenitor. Despreciado desde chico por todos, incluyendo su madre, se pasó los primeros años de su vida robando, hasta que se lo llevaron preso. Después del éxito de Diario de un ladrón, el filósofo Jean-Paul Sartre y la loca Cocteau lo eligieron para apadrinarlo. Fue por la intervención de ellos que el juez dejó pendiente la condena de dos años que le faltaba cumplir. Pero le dijo que, si reincidía, la condena podría ser para toda la vida. “Una rápida decisión para salvar a un hombre cuya vida entera estará, a partir de ahora, dedicada sólo al trabajo”, escribieron Cocteau y Sartre en 1948 al presidente de Francia. La carta salió publicada en el periódico Combat, y al año siguiente se le concedió el perdón. Pero Genet en libertad, lejos de los chongos, faloperos, camorreros, travestis y ladrones como él, perdió la inspiración para su obra y su vida. Sartre escribió un ensayo de seiscientas páginas sobre Genet, y dijo que “él era su propia obra”. Cuando a Genet le preguntaron sobre Sartre, Genet dijo que Sartre se repetía. No hacía religión del agradecimiento, ni era recíproco. Sobre Cocteau, que lo sacó de la cárcel junto al filósofo, dijo que no lo admiraba como poeta, ni como persona.
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