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Viernes, 9 de noviembre de 2012

HOMENAJE A LEONARDO FAVIO

Dulce amistad

 Por Adrián Melo

En políticas de la amistad, el filósofo Jacques Derrida parte del pacto que parece ser fundante de toda amistad: de dos amigos, uno de los dos morirá antes y el otro deberá recordarlo. Esa es la verdad desde el primer saludo, es algo que los amigos saben desde el momento en que se conocen. El duelo está adelantado, está siempre allí, antes de la muerte:

“No hay amistad sin la posibilidad de que uno de los dos amigos muera antes que el otro, tal vez incluso en su presencia o ante sus ojos. Pues incluso cuando los amigos mueren juntos o, mejor dicho, en el mismo momento, su amistad habrá estado desde el principio estructurada por la posibilidad de que uno de los dos vea morir al otro, y que el sobreviviente se quede solo para enterrarlo, para recordarlo y guardar luto por él”. Al sobreviviente le toca la responsabilidad de llevar el mundo del amigo muerto, después del fin del mundo, de ese mundo singular y único que se ha muerto.

Leonardo Favio fue el cineasta dickensiano que narró las infancias desdichadas de los niños pobres. También el que captó las miserias y las ambiciones miserables de las clases populares en obras tales como El dependiente. O el erotismo como único escape a la pobreza de la vida pueblerina en Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedo trunco, comenzó la tristeza y unas pocas cosas más. A su vez, Favio combinó un mito de la religiosidad popular con el más trágico melodrama en la entrañable y melancólica Nazareno Cruz y el lobo. A grandes rasgos, de eso trató su obra cinematografía: de captar la cultura popular, sus leyendas, sus ídolos, de retratar las vidas y las voces de las clases subalternas, la de los vencidos de la historia.

Pero también Favio fue el cineasta de la amistad. Al menos tres de sus films rondan en torno de seres que no tienen nada que perder excepto sus cadenas y que salen a conquistar el mundo y que precisan de la compañía y de la lealtad incondicional y hasta la muerte de un amigo. Son amistades viriles, de una intensidad tal que dan sentido a la vida de sus protagonistas y que sin poder definirse como homosexualidad hubieran fascinado a Foucault.

Es la amistad entre los gauchos Juan Moreira y Julián Andrade. O la devoción de “Charlie” (Carlos Monzón) por Mario el Rulo (Gianfranco Pagliaro) en Soñar, soñar. O el mismo amor tardío que hace que Mario el Rulo cuide a Charlie cuando está enfermo de pulmonía. O la abnegada amistad entre el boxeador Gatica (Edgardo Nieva) y el Ruso (Horacio Taicher).

Leonardo Favio dijo una vez que uno muere cuando desaparece de la memoria de la gente. Todos los que aún sin haberlo conocido lo consideramos un amigo, llevamos la responsabilidad de que su vida y su obra, su mundo singular, fantástico y popular sigan existiendo como cuando él estaba vivo. El que supo hacer un canto de la amistad merece ese tributo de todo amigo.

Y empezar hoy en esa tarea de hacer sobrevivir el mundo del amigo, una escena memorable del film Gatica:

Gatica: ¿Me querés?

Ruso: ¿Acaso no sabés?

Gatica: Decime si me querés.

Ruso: Sí, José, te quiero.

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