Vie 15.03.2013
soy

El beso de la Barbarella

En Bolivia, dos fiestas enmarcan las celebraciones pascuales: el Carnaval, naturalmente, con sede principal en Oruro, y la Fiesta del Gran Poder, con cabecera en la ciudad de La Paz. Ambas fiestas son un ejemplo de sincretismo religioso y compleja integración intercultural que, ahora lo sabemos por La china morena, el libro de David Aruquipa Pérez, incluyen a las comunidades de travestis y transformistas.

› Por Daniel Link

El autor David Aruquipa Pérez es presidente de la Asociación de Colectivos TLGB del departamento de La Paz y presidente del Comité Político del colectivo TLGB de Bolivia, donde ocupó además el cargo de director de patrimonio del viceministerio de Desarrollo de Culturas.

Como activista, David actúa en dos registros: por un lado, contribuye a la incorporación a la legislación boliviana de leyes antihomofóbicas, como la ley de matrimonio universal que está ahora en discusión parlamentaria, o la ley de identidad de género, elaborada en conjunto con la organización Trébol, Otraf y el Colectivo LTGB de Bolivia.

Por el otro, se involucra en la recuperación de la memoria histórica del movimiento LGTB (en las sociedades precolombinas, durante la colonia, bajo las dictaduras, etc.). “Siempre se ha tratado –señala– de una interpretación de lo prehispánico y lo colonial que obtura la verdadera comprensión de determinadas figuras que tienen una raíz muy distinta de la que puede deducirse de sus equivalentes europeas.”

David es conocido para los lectores de Soy, además, como integrante de la Familia Galán. Danna Galán es el nombre que usó para integrar esa familia en la que la reproducción, naturalmente, funciona por contagio: a fuerza de pollera, la chola se constituye como tal, con independencia del género.

Queer latino La cuestión de las identidades queer en América es compleja, porque para su análisis hay que desmontar un sistema interpretativo previo. Es que lo trans y lo homosexual, en América latina, se inscribe en un complejo entramado de rituales ligados con antiguas creencias (la Pachamama), relaciones comunitarias que poco y nada tienen que ver con los modos impuestos por la Conquista y la Colonia. Por eso, señala David, “estas preguntas siguen siendo objeto de preocupaciones ontológicas. La noción de identidad del o de la ‘sujeto’ presupone una definición a priori construida dentro de una lógica binaria de oposición, donde yo soy en la medida en que no soy lo otro”. David desconfía del eurocentrismo de las categorías usuales en la descripción de los comportamientos sexuales y las identidades. “Cuando yo digo ‘soy gay, soy mestizo, soy transformista o soy las tres cosas’, ¿a qué sistema de autorrepresentación estoy apelando? ¿Qué significado tiene para quien me escucha el ‘ser gay’? ¿Hay como tal un ser gay, una esencia gay? ¿Podemos en Bolivia hablar de una identidad gay?”, se pregunta. Para contestar estas preguntas hay que retroceder en el tiempo unos cuantos siglos.

Oruro El Carnaval de Oruro es una celebración religiosa y un proceso de mestizaje cultural que se remonta a 2000 años de antigüedad. Jururu (Uru Uru), luego Oruro, fue un centro de peregrinación religiosa del mundo andino, hacia las sierras sagradas de los urus, que tenían deidades protectoras llamadas Wakas, Apus o Achachilas. Los incas, cuando extendieron su imperio hasta la zona, convirtieron a esos diosecillos protectores en semidioses malvados o plagas, petrificadas por la Ñusta (princesa virgen) Incaica. Los urus fueron obligados a adorar sólo a la Pachamama que, más tarde, luego del catecismo español, se identificó con la Virgen de la Candelaria o Virgen del Socavón, cuya imagen más antigua fue tallada por Francisco Tito Yupanqui en 1583 para el santuario de Copacabana.

A partir de 1789, la Iglesia estableció oficialmente la veneración de la Candelaria dentro de la festividad del Carnaval. Los mineros crearon por entonces la comparsa de los diablos, que celebraría a la Virgen el día sábado. Aunque los iconos cristianos reemplazaron a las deidades nativas, sobrevivieron las deidades menores de las cosmologías uro e incaica. Tres días antes del sábado de peregrinación, los 48 conjuntos de baile (Antahuara, Awatiris, Suri Sicuri, Wititis, Intillajta, Sampoñaris, Morenada, etc...) visitan al cóndor, luego a la víbora al sur de la ciudad, al sapo al norte y a las hormigas en los arenales del norte.

Horrenda sociedad trina El origen de la Fiesta del Gran Poder (que este año tendrá lugar en La Paz el 25 de mayo) se remonta al 8 de diciembre de 1663, cuando se fundó el Convento de las Madres Concepcionistas. Por entonces, las procesiones llevaban las tradicionales imágenes del dios con tres cabezas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), que luego fueron prohibidas por la Iglesia Católica, que consideró aberrante esa multiplicación de caras que, sin embargo, fue bien característica del Barroco de Indias. En 1904 una de esas imágenes trifásicas fue repintada y se la llamó Señor del Gran Poder como homenaje al patrón de Sevilla, convirtiéndose en una imagen bastante común en las procesiones de Semana Santa. La imagen es atípica porque, a diferencia de las sevillanas, no muestra a Cristo cargando la cruz sino con los brazos abiertos (que se agregaron, originalmente, para tapar las idénticas caras del Padre y del Espíritu).

La Morenada La Danza de los Morenos es una danza del Altiplano boliviano en la que los bailarines se disfrazan como negros enmascarados. No hay acuerdo entre los investigadores sobre el origen de la Morenada, que algunos sostienen originaria de Oruro y otros de La Paz. Tanto en el Carnaval (declarado por la Unesco “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”) como en la Fiesta del Gran Poder de La Paz, la Morenada ocupa un lugar destacadísimo. Como figura insignia de la Morenada aparece la China Morena, que fue objeto de las indagaciones (pero también de performance) de David Aruquipa.

De acuerdo con el diccionario aymara de Bertonio de 1612, el término China es traducido como esposa del Supay (diablo). China Supay Ñaupa es literalmente “Diablo hembra vieja”. Es originaria de la región minera entre Potosí y Oruro y representaba a uno de los siete pecados capitales, la lujuria. En la estructura coreográfica actual de la Diablada, aparece como compañera de Lucifer.

A principios del siglo XX era una de las figuras centrales y estaba, como durante la colonia, desempeñada por varones. Actualmente se ha convertido en un personaje de tropa y está desempeñada por mujeres. En Oruro interviene el lunes de los Carnavales, donde las Chinas representan, entre los pecados capitales, a la tentación de la carne (aquí ya interviene la tradición católica de los conquistadores) o a la parte femenina de la deidad (y del demonio) sin la cual no puede expresarse como unidad.

La China Morena es una adaptación de la China Supay, como atestiguan varias fotografías recopiladas por Aruquipa en su extraordinario libro, donde la figura pierde la máscara y su vestuario se “vedettiza” progresivamente, inspirada, cuenta David Aruquipa, en “las vedettes argentinas y mexicanas, las rumberas cubanas y las modelos cuya imagen aparecía en algunas líneas de cosméticos”. En los Carnavales de Oruro, La China Morena evolucionó a partir de la figura de la Ñaupa Chola o la Negra Antonieta y progresivamente se feminizó y estilizó (pollera siempre llevó, independientemente del género del partiquino).

El libro Humildemente, David se dice mero compilador de testimonios orales y voces de los últimos sobrevivientes de los sesenta y setenta, “maricas” (así se reconocen) que cuentan sus propios relatos y procesos identitarios en La china morena. El libro de David Aruquipa Pérez incluye una serie de entrevistas a sobrevivientes de aquellos días, y también dos artículos sobre la Fiesta (Cleverth Carlos Cárdenas Plaza) y sobre la estética de la China (Varinia Oros Rodríguez). “Este libro surge, como toda busca, de la curiosidad. ¿Quién o qué era La China Morena de los años ’60 y ’70 del siglo pasado? Pero también surge desde un deseo personal y político: escribir la historia de las chinas morenas de carne y hueso, escribirla desde sus recuerdos, desde la añoranza de su sensual presencia en las fiestas populares”, dice David.

La China Morena es una figura popular en los Carnavales de Oruro y la Fiesta del Gran Poder de La Paz y en las comunidades rurales cumplía un papel bien definido: en esas fiestas populares, la presencia trans fue siempre bien visible y respetada. “Fue el encuentro con los centros de poder de las ciudades metropolitanas –cuenta David–, lo que transformó el panorama y propició la fantasía de exterminio. El famoso beso que la Barbarella (una de esas ‘maricas’, como ellas mismas se llamaban) le diera al presidente Hugo Banzer Suárez desencadenó la prohibición de la aparición de identidades trans en esas fiestas. Con el tiempo, el beso de Barbarella adquirió el sentido de una forma de interpelación al poder y también de la marca del deseo y la seducción de la carne que hace bailar a los morenos.

“Lo singular de esta historia es que las chinas no fueron rechazadas por las fraternidades folklóricas; todo lo contrario, en un gesto definitivamente intercultural, las chinas se convirtieron en el toque definitivo de las Morenadas y, consecuentemente eran tratadas como estrellas, como reinas por las familias de pasantes de las fraternidades. Su arte y su aporte a la cultura popular fue reconocido plenamente porque las fraternidades las contrataban con un año de anticipación, les pagaban el transporte, el hotel, el traje, además del estipendio por su participación en la entrada y la fiesta. No había morenada que se preciara de tal si no tenía sus ‘chinas’”, cuenta David.

Estado y Carnaval Sin embargo, el reconocimiento del valor cultural de la gran fiesta paceña, su estatización e institucionalización, “se hizo a costa de la expulsión de la comunidad travesti de la Fiesta del Gran Poder”.

Todo este nuevo contexto se representa en “el mítico beso que Barbarella da al presidente dictador Hugo Banzer Suárez en la Entrada del Gran Poder de 1975, cuando en plena dictadura la fiesta ingresaba por primera vez al centro de La Paz, rebasando los límites del populoso barrio de Chijini (noroeste). Ese beso de la prohibición, el beso de la violación de los derechos, el beso detonante de la exclusión de las compañeras travestis de la fiesta del Gran Poder”.

El 15 de mayo de 1971, la revista Sucesos se había hecho eco de la coronación de “Su Majestad Barbarella I” como reina, apenas meses antes del golpe de Estado de Hugo Banzer.

Después de la coronación, Barbarella (que pertenecía a una familia pudiente de La Paz) fue detenida junto con otras compañeras. Lejos de amedrentarse, ella pidió a sus “maricas” que la esperaran con una camioneta y una banda de música y muchos cohetillos frente a la puerta de la prisión, cuando la liberaran. Así se hizo y Barbarella salió arrogante de la prisión, como quien dijera “me sacaron de mi fiesta, ahora vuelvo a ella”.

“Se va en la camioneta, mientras la banda toca y los cohetillos revientan; y la policía, sin entender lo que estaba pasando, queda perpleja mientras desaparece la festiva camioneta.”

Barbarella hizo de La China Morena, al mismo tiempo, un icono de la cultura popular, pero también de la desobediencia de la comunidad homosexual.

La “administración de la sexualidad andina” (como dice Cleverth Carlos Cárdenas Plaza en El advenimiento de los primeros travestis o la China Morena travesti. Memoria, tradición e invención) operó en los señoríos aymaras del área andina, luego parte del imperio incaico, a partir de dos sistemas patriarcales superpuestos: la dominación patriarcal andina y la dominación patriarcal católica. Si la natural aceptación de hombres vestidos de mujeres en las fiestas populares implicaría la aceptación de otras formas de administración de la sexualidad y los géneros, al mismo tiempo revelaría un componente misógino (“ni las sociedad autóctonas andinas ni la Colonia habrían tolerado a mujeres bailando mostrando las piernas y el poto”, dice David, pero además, agrega, “es la fuerza del macho lo que se invoca en las circunvalaciones que dan las chinas para horadar la tierra, la Pachamama”).

En todo caso, las indagaciones de David Danna se ponen, siempre, bajo un lema robado a la anarquista Emma Goldman: “Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa”.

Parte de este texto fue publicado en el blog de ILGA.

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