Vie 15.03.2013
soy

A LA VISTA

Fuera de serie

¿Una lesbiana deja de serlo si se enamora de un hombre? ¿La heterosexualidad y la homosexualidad son estructuras rígidas que no admiten variantes? ¿La identidad sexual es una y para toda la vida? La activista Ana Rodríguez se reconoce como lesbiana aun ahora, que vive con un hombre trans. Las experiencias y la fuerza del deseo imponen una reflexión sobre cómo nos nombramos y cómo dependemos del nombre que nos dan los otros.

› Por Paula Jiménez España

Cuando a Anita, que era una chica muy rebelde, la echaron de la escuela secundaria, su padre la inscribió –como corresponde– en un colegio de monjas. Entre plegaria y plegaria se hizo amiga, muy amiga, de una compañerita que la ayudó a preparar aquel verano las materias que se había llevado a marzo. A diferencia de Anita, la otra ya sabía que le gustaban las chicas. Ella, en cambio, tenía que pasar la prueba de la cama para averiguarlo y, cuando eso sucedió, el primero en ser informado fue su novio. Que ya no iba más, le dijo, que se sentía lesbiana. En ese mismo acto arrancó para Anita Rodríguez la construcción de una identidad que, imaginó, la acompañaría toda la vida. Fueron diez años de amor y vida familiar compartida con aquella mujer y ahora, mucho tiempo después, aunque su objeto de deseo ya no es una mujer, asegura seguir sintiéndose lesbiana. Porque ser lesbiana, dice, es una construcción de pensamiento que tiene que ver con la igualdad, con el compañerismo, con una posición frente al patriarcado. Y ella se siente así, aunque en el documento de la persona que ama en este momento conste la palabra “masculino” y ella disfrute acariciándole la barba, la piel áspera, la dureza de los músculos flamantes. Anita es lesbiana porque le gusta y se le da la gana, más allá de que haya llevado el tema de su nuevo amor a terapia, de que algunas amigas suyas no la entiendan y de que ciertas activistas hayan dejado de chatear con ella desde que comenzó a salir con Ian Breppe, el famoso chico trans que a raíz de su intervención quirúrgica copó la pantalla y los medios hace unos meses. Claro que ella, que tiene una energía radiante, un modo indisimulable de ser y estar en el mundo, no se le queda atrás y como Ian también le da, sin recelos, la cara al periodismo. “El otro día en una entrevista respondí: yo soy lesbiana y estoy con él. Esto es medio loco para que determinadas personas lo entiendan, porque a una lesbiana le gustan las mujeres y estar con un tipo, con documento de varón, les parece una incoherencia. Pero yo no me acuesto, ni vivo con el documento. Y además no es algo para entender sino para aceptar. Si no te gusta, ahí está tu camino”, sugiere, un tanto enojada. Sin embargo, no tarda en reconocer que este sismo en su construcción identitaria es, ante todo, a ella misma a quien deja perpleja: “Para mí es un cambio en la vida bastante heavy. Esto es algo nuevo, toda la vida estuve con mujeres. Por momentos no sé qué hacer. Hay un tema porque ahora empiezo a hablar en masculino. Es un trabajo cotidiano”. Pero, probablemente, no sea un océano de distancia el que separe la mirada de los otros de la vivencia personal y, como ella dice, la identidad propia se constituye también con la ayuda de esa mirada que nos viene desde afuera. Mirada, por otra parte, siempre presta a sacar sus propias (¿propias?) y apresuradas conclusiones. “Yo lo sé: frente a la mirada del otro, que es donde se refleja mi identidad social, soy una mujer que está en pareja con un varón. Y percibo cada vez más rótulos de parte de la sociedad: es la mujer de Ian o él es su marido. No puedo andar aclarándole a todo el mundo. ¿Al vecino le voy a aclarar que Ian es trans, que ni pensamos en casarnos, que no somos marido y mujer? ¿Al amigo de mi papá le voy a explicar? Sí pongo los puntos a los prejuicios dentro del activismo cuando me molesto. No siento que la mía sea una pareja heteronormativa. Hay que romper con la estructura de pensamiento que impide el cambio, la rotación, el ir y venir. Esta experiencia para mí fue un abrir de cabeza total. Ojalá les pasara a todas las tortas, aunque sea una vez en la vida.”

Desvestite y quedate

“La noche que nos conocimos, fuimos a mi casa y fui yo la que dijo ‘sacate la ropa’. El me arrinconó y terminamos teniendo sexo. Pensé que sería un encuentro y punto, pero de a poco me fui enamorando de sus ojos, de su mirada, de su forma de ser, la ternura, el cuidado; esas cosas que a uno le gustan del otro. Ahí no hubo ningún cuestionamiento. Simplemente está bueno estar con alguien así de copado”, cuenta Anita. Pero este relato empezó por el final y, en realidad, de ese modo terminó la larga noche que había comenzado en El Burlesque, durante el recital de Susy Shock, donde quedaron en encontrarse por primera vez, tras un flechazo que se inició en el chat de Facebook. Anita, al principio, había creído que Ian era una lesbiana butch y durante la charla comprendió que su intuición había fallado. De tortón bonito a trans fachero, había unos pasos que él, hacía tiempo, se había animado a dar. Pero el destino, que siempre viene completo, les traería a ambos algo más que el amor: la parte más importante de la transición de Ian todavía no había comenzado y la viviría al lado de ella. Claro que esa noche Anita no lo supo. Se dice que en el tarot hay una carta cuyo nombre es La Torre y que al aparecer en una tirada indica que el consultante está a punto de derrumbar todas sus estructuras. Hagamos de cuenta que esa carta cayó sobre ellos dos. “Después de él no tengo más tapujos. Yo siempre fui liberal sexualmente, pero con Ian llegué al grado máximo. Creo que tiene que ver con que él es trans y que llegó en un momento de mi vida donde caían mis propias estructuras. Lo que logramos juntos no lo logramos con otras personas antes. El, estando con una lesbiana que lo acepta tal cual es, disfruta de su cuerpo como es y como lo tiene.”

Para Anita, la masculinidad de Ian tiene “un diseño propio”. Más allá de los caracteres comunes por efecto de la hormonación, ella reconoce en él la impronta de una marca personal: “Va adquiriendo caracteres masculinos secundarios, la voz, los músculos, la piel, los brazos, las venas, lo noto día a día, pero en él es como una marca registrada, una marca registrada de Ian Breppe. Tiene la masculinidad más dulce que puede tener un tipo. No se compara en nada con la historia patriarcal, por lo menos conmigo. Si yo tuviera que describir, según lo que establece la sociedad, cómo es una lesbiana, que se supone que somos más dulces, más suaves, y bueno, sí, él tiene todas esas cualidades, pero no significa que sea una mujer.

¿Alguna vez lo viste como una lesbiana butch?

–Nunca lo vi como una lesbiana butch. No se compara. Yo estuve con lesbianas butch. Es un tipo de romance diferente. A veces cuando hablo de esto se confunde, yo no me refiero a la cama, de si ahora soy más pasiva, o a los roles, donde él es el masculino. No se trata de esto sino de la libertad de los cuerpos. No tiene que ver con que si lo penetro o me penetra. O si usamos aparatos o no, porque eso yo lo viví con lesbianas también. Con lesbianas butch y lesbianas pasivas con las que yo fui la activa. Siempre fui en mi intimidad muy versátil, y con Ian aprendí a relacionarme de una manera más abierta, más plena, a descubrirnos. Y descubrirlo a él no es comparándolo con una butch sino pensándolo como un trans.

Deconstruyendo a Anita

Ian, que durante 2012 logró la autorización para la histerectomía en un hospital público tras la sanción de la ley de identidad de género, contó con la compañía incondicional de Anita durante el tiempo que duró la internación: “Para mí fue un orgullo. Orgullosamente trans me sentí de estar ahí, hablar con todo el mundo, la gente, los enfermeros y explicarles para qué era la operación, por qué. Las enfermeras y las pacientes se recoparon. Compartir esos cinco días nos unió. A él le sacaron algo de adentro y me ligaron a él”. Ahora su novio está muy próximo a atravesar el último y definitivo paso de la transición: la mastectomía. “No es fácil”, dice Anita, para quien, en cierta medida, el pecho está en la memoria de su placer y, por lo tanto, de su identidad: “Para mí es como una reconstrucción y deconstrucción de valores y de cosas metidas en la cabeza, de que me gusten las tetas de las minas a estar con una persona que ya no va a tenerlas. Pero a mí me gusta él. Ian dice que soy la primera lesbiana con la que puede ser realmente libre. Antes no hubiera sido así. Mi libertad de pensamiento es mucho mayor ahora. Rompí muchos esquemas familiares, sociales, culturales, del activismo, para lograr esta libertad. Y eso tuvo un costo, por supuesto. Parece que hay que separarse del colectivo lésbico cuando tenés una elección de vida distinta a la de las otras lesbianas. No permitimos la diversidad dentro de nuestra diversidad. Ese es un tema de debate”.

Lo excluyente

Anita tiene una amiga uruguaya que, al comienzo, cuando ella empezó a salir con Ian, le confesó no poder entenderla. Con el tiempo se desdijo. Esa dificultad de relación con la nueva pareja de su amiga, arguyó, se debía a los celos. Sea como fuere, el tema pudo ser charlado y ahora Ian es para ella “un hermano”. Se trata de una lesbiana de sesenta años y pertenece a una generación que, para Anita, está mucho más cerca de la liberación que la de las mujeres de cuarenta: “Me ha pasado con otra amiga, también de sesenta años, una de las primeras tortas del movimiento en Buenos Aires, que con lo de la ley de género se puso un segundo nombre de varón en el Facebook. Hay muchas de esa edad que transicionaron en el último tiempo, como lo vienen haciendo las pendejas. Es nuestra franja etaria la que quedó como estancada”.

Para Anita, la invisibilidad hacia los chicos trans es fomentada también de parte de las mismas lesbianas. El ejemplo más claro es, para ella, la reivindicación de Pepa Gaitán como estandarte del lesbianismo: “A Pepa Gaitán la llamaban Gordo, se sentía varón y, sin embargo, se transformó en el estandarte del lesbianismo. ¿Qué hacemos entonces, invisibilizamos lo que sentía o reivindicamos la palabra trans? Si ella hubiese tenido la posibilidad, si no la hubiesen matado y hubiese llegado a tener DNI, quizá sería Pedro; entonces, ¿sería un fusilado de la comunidad? Por otra parte, gran parte de las activistas han aprovechado el colectivo trans como bandera para lograr un montón de cosas, más allá de favorecerlos a ellos, para favorecerse a sí mismas. Y otra parte del colectivo lésbico las acepta cuando son butch, pero cuando son trans los excluyen. Hay una exclusión implícita. Yo me doy cuenta de que algunas lesbianas en mi Facebook ya no me hablan, y me doy cuenta de que es porque estoy con un trans, porque no soy una lesbiana pura”.

¿Qué es ser una lesbiana pura?

–Una lesbiana que se acuesta sólo con lesbianas.

¿Dejo de ser lesbiana si me acuesto con un hombre?

–Si te ponés en pareja o convivís, dejás de serlo.

¿Por qué?

–Porque tienen la mente cerrada. También hablo de mí en otro momento de mi vida. Una vez me acosté con un hombre y tuve orgasmos, y después me acosté con una chica y también tuve orgasmos. El lunes fui a terapia llorando y sentía que había fallado al colectivo lésbico. Cuando vos te metés en un grupo, llega un momento en que tu cabeza hace como un click y te apartás del entorno. Soñás con el mundo lésbico, con que todas seamos lesbianas, pero quedás por fuera de la realidad, que es la convivencia con gente diversa. Y el amor y el deseo pueden ser hacia cualquier ser humano. Cuando yo conté que me había acostado con un chico aquella vez, todas me dijeron: “Bueno, eso es libertad, una encamada y nada más”. Y yo pensaba: ¡qué prejuicios! ¿Y si yo a ese tipo lo quiero tener de amante toda la vida y sin embargo ser lesbiana?

Discontinua

Durante la época de la dictadura, cuando era una nena, Anita se encerraba con su tío a leer el Manifiesto comunista o El capital de Marx. En su familia la mayoría eran militantes y ella los acompañaba “para ayudar a la gente que lo necesitaba”. “No quiere decir que tuviéramos dinero –cuenta Anita–. Todo lo contrario. Pero desde entonces yo forjé un espíritu solidario.” Se podría decir que aquéllos fueron los momentos fundantes para su trayectoria activista, aquellos en los que se comenzaba a perfilar ese cooperativismo que aún hoy la caracteriza y que hizo que, más allá de su amor por Ian, tuviese tanta participación en todo lo relacionado con el proceso de transición de su pareja. Cuando había que explicar para que los demás entendieran, Anita estaba ahí, explicando; cuando había que hacer, también. Es de esas personas para las cuales el trabajo cotidiano es el verdadero sedimento del gran cambio. Las abstracciones, contrariamente, no son para ella: “El pensamiento queer requiere de una consecuencia en la realidad. Y para mí todavía a nivel comunidad es una teoría. Muchas personas que piensan sobre esto se van muy al carajo con cosas que no tienen que ver con la realidad de la gente. A mí no me da, yo tengo que laburar, no puedo hacer autogestión. Otras se van en discurso y en su vida no lo practican. Y para mí lo peor que puede haber es la incoherencia, pregonar lo queer y no serlo en tu casa”. Por eso ella lo es. Lo fue siempre. Y llegó a explicarle con pelos y señales la historia de Ian a su sobrino Panchito, sin prejuicios, sin ocultamientos. “Listo, tía, es un chabón”, dijo el pibe. Estar ahí es lo mejor que Anita sabe hacer. Como cuando salía con aquella mujer heterosexual a quien ayudó, ante todo, a romper las cadenas de la opresión de género que sufría en su matrimonio. También aquél fue un tránsito, también aquélla una liberación: “Logró separarse. Toda la vida me va a agradecer haberla ayudado a que abriera los ojos a su realidad”. Segundos después, Anita dirá, bajando los decibeles de ese modo enérgico, efusivo, que tiene de hablar: “Acompañar... lo mío es acompañar. Soy enfermera, soy acompañante terapéutica, tiene que ver conmigo, con lo que soy”. Sin embargo, ese modo de ser, esa inclinación a caminar a la par de aquellos y aquellas que la necesitan, no la exime de su propio brillo ni la convierte en un apéndice de nadie. Anita no es la mujer de, ni la señora de nadie, Anita es Anita, te guste o no te guste: “Con algunas chicas ya no es conmigo la camaradería sino con él. Ante ellas, yo quedo como la novia de Ian, esto es más frente a la gente nueva que voy conociendo del activismo. Y ante ciertas personas quedo como la hétero por estar saliendo con Ian, se olvidan de mi identidad”. Pero esta identidad, tan firmemente arraigada en su sentir, en sus deseos, en sus convicciones, no se identifica ciento por ciento con ningún colectivo. En este momento ninguna de esas cosas que están fijas parece ser para ella: “Hay una agrupación de chicas, las femme. A ese colectivo le gustan las trans. Una vez María Gold, que es su principal referente, me dijo: ‘Vos sos reubicable con un trans’. Yo no lo conocía a Ian todavía y le pregunté: ‘¿Qué me estás diciendo?’. A mí me gustan las mujeres. ¡Fijate lo que le respondí! Ya tenía el prejuicio incorporado. El colectivo femme tiene cosas marcadas muy femeninas y no me siento para nada parte de eso. En verdad, yo no sé a qué colectivo pertenezco. Quizás a uno mío, a mi camino”.

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