Vie 22.03.2013
soy

Las ovejas rosas

› Por Juan Marco Vaggione

La elección de un papa puede leerse desde lugares muy diferentes: desde la vorágine de notas periodísticas que materializan el poder global de la Iglesia hasta la performatividad de un acto donde hombres mayores, zapatitos rojos y fumatas bicolores parecen evocar un video de Madonna. Entre las distintas lecturas, esta elección no sólo es una decisión trascendente respecto del liderazgo de una institución religiosa, sino que también es la selección de quién será la cabeza de uno de los actores públicos más poderosos en la política sexual contemporánea. En este sentido, la elección de Bergoglio es un acto que permite pensar en la simbolización de una etapa política y, específicamente, una geopolítica que se anuda a Latinoamérica. Algo similar significaron las dos elecciones previas de papas. Juan Pablo II, polaco, elegido para luchar contra el “ateísmo comunista”, fue un protagonista en la finalización del régimen de la ex Unión Soviética. Benedicto XVI, alemán, tuvo el desafío de devolver a una Europa laica, y cada vez más islámica, sus raíces cristianas. La elección de Bergoglio también puede ser leída (al menos en principio) como un gesto hacia Latinoamérica. Una región que a pesar de ser mayoritariamente católica ha comenzado a generar importantes cambios en las formas de regular la sexualidad y la reproducción que la volvieron pionera frente a una avanzada neoconservadora en diferentes regiones del planeta. Una región donde las encuestas han ido marcando un fuerte alejamiento en las prácticas, identidades y opiniones de las/os católicas/os de la moral sexual defendida desde el Vaticano.

Si Juan Pablo II tuvo como fantasma al comunismo, Benedicto XVI al laicismo, Francisco deberá enfrentar este “rebaño indisciplinado” que no sólo es amplio y diverso respecto de lo sexual, sino que incluso politiza su identificación religiosa a favor de los derechos sexuales y reproductivos. El relativismo moral viene siendo una obsesión para el Vaticano desde hace años, el tema es que ese relativismo ya no es sólo el fruto de ideologías diversas (como el liberalismo, el comunismo o el laicismo), sino que incluso surge del mismo seno de la tradición católica en tanto religión de liberación. Mal que le pese a la jerarquía, las/os católicas/os son una parte fundamental de los cambios en la región. Así se evidenció en Argentina al discutirse el matrimonio igualitario cuando curas, creyentes y políticos utilizaron su identificación con el catolicismo para justificar el reconocimiento de derechos para las parejas del mismo sexo. Así lo muestran los debates teológicos que, impregnados de interpretaciones feministas y por la diversidad sexual, deconstruyen una religión montada en el castigo y el pecado y abren alternativas para el cambio social y legal. El fantasma, hoy, parece estar adentro y la intransigencia sumada a la falta de carisma del último Papa sólo logró expandirlo.

Esta es la paradoja para el Vaticano: la región más católica del mundo es, a la vez, la que más ha avanzado en la discusión y reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos. Parece, entonces, que un papa disciplinador se vuelve imprescindible frente a los peligros de la diversidad y el pluralismo. Un líder político que podrá, probablemente, flexibilizar algunos aspectos intrascendentes de la moral sexual para, de este modo, evitar seguir perdiendo el control del orden sexual. Latinoamérica es, entonces, un desafío importante, ya que o se encausa y detiene el proceso de cambios en la política sexual o un papa proveniente de la región tendrá que ser el testigo de un mayor reconocimiento de derechos sexuales y reproductivos.

Profesor. Investigador, Universidad Nacional de Córdoba/Conicet

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