Viernes, 3 de mayo de 2013 | Hoy
Lukas es trans y Elías es gay. Amigos, cómplices y militantes, hace unos días fueron al registro civil de Santiago de Chile a pedir un turno para casarse. Según la Justicia chilena, donde no existe el matrimonio igualitario ni la ley de identidad de género, esto es posible, ya que Lukas figura en su documento como mujer. Pero al verlos llegar los funcionarios se negaron a darles un turno. ¿Las apariencias engañan? ¿La realidad supera a la ficción de la ley? No se casan por amor sino por molestar y de esta y otras contradicciones hablaron con Soy .
Por Dolores Curia
La semana pasada se puso fecha para el primer matrimonio entre dos hombres en Chile, en respuesta a un pedido que Lukas Berredo (26) y Elías Jiménez (25) habían hecho el Día de los Enamorados, es decir, el 14 de febrero de este año. ¿Se trata de la concreción de un reclamo histórico para el movimiento Lgbtqi trasandino? La respuesta es “Ni” y está dada por una alianza entre la argucia política, la performance y la actividad militante. Sin llamar la atención de casi nadie, el Registro Civil chileno dio a conocer por estos días que el 4 de julio a las 10.30 de la mañana se podrá reservar asiento para asistir al primer matrimonio legal entre personas del mismo sexo. Ningún recurso de amparo ni decreto posibilitaron esta unión, ni los contrayentes solicitaron el favor de ningún juez. Alcanzó con ir y pedir turno en el Registro para recibir, tiempo después, la carta que hoy asegura que Lukas y Elías serán los primeros hombres en dar el sí ante la ley del país vecino. ¿Cómo es posible que esto sea completamente legal en un país donde no se ha sancionado el matrimonio igualitario, y sin que en nada se parezca esta unión a la de Alex Freyre y José María Di Bello en Ushuaia?
¿Cuál es la solución a este enigma? El intríngulis se aclara parcialmente con el dato de que Elías es gay y Lukas, un hombre trans brasileño y radicado en Chile. Lukas, quien en su adolescencia cambió el nombre que le pusieron al nacer por uno masculino, no cambió su sexo registral porque ese dato es indistinto en la documentación brasileña. Es decir, se siente un hombre, se ve como tal, también se hizo una operación de cambio de sexo en Chile, pero a los ojos miopes del Estado todavía es formalmente una mujer, y es por eso que en teoría puede casarse con un hombre. Según esta lógica, nada les impediría entonces, siguiendo lo que las mismas leyes chilenas normalizan, pedir un turno para casarse. Y así lo hicieron, pero no sin miradas de sospecha, ceños fruncidos por parte de los empleados judiciales y una primera respuesta negativa. Finalmente, la ley –no sin poco aturdimiento después de haber entrado en contradicción consigo misma– tuvo la última palabra: no pudo ir contra lo que ella misma pregona (dícese del sacramento entre el hombre y la mujer) y los autorizó.
Pero esto tampoco termina acá. Lukas y Elías son amigos. No son pareja ni podrían serlo, ya que sus orientaciones sexuales son, según ellos mismos lo indican, incompatibles. Además, Lukas no tiene la menor intención de casarse, y tampoco –por más que haya asumido en un ciento por ciento su identidad masculina y haya hecho el tratamiento de hormonización y la reasignación sexual– tiene ningún deseo de cambiar la palabrita que designa su género legal, cosa que obviamente jamás podría hacer en el país donde ahora vive, amparado por algo parecido a la Ley de Identidad de Género. El fin de la performance era dejar en ridículo la actual legislación, ya que la misma lógica segregatoria que no le permitía a Lukas formalizar su unión con la chica que era su pareja puso el grito en el cielo cuando lo vio llegar al Registro de la mano de un hombre. “Nos pidieron todo tipo de documentación porque desconfiaban del carnet que ellos mismos, en su momento, me dieron. O sea, si deseara casarme, no podría hacerlo con nadie. No podría hacerlo fácilmente con un hombre, y de ninguna manera podría hacerlo con una mujer. Eso explicita la inconsistencia del sistema judicial chileno”, explica Lukas.
Lukas Berredo: Hace unos cuatro o cinco años, más o menos, que todas las organizaciones Lgbt, incluido el MUMS (Movimiento por la Diversidad, que existe en Chile desde 1991), mandan parejas del mismo sexo a pedir turno. La respuesta obviamente es no. Una y otra vez, ése es el método. Queríamos hacer algo distinto que revolviera un poco la situación. En una de tantas reuniones mencioné que todavía tenía el carnet en género femenino. Nadie se acordaba de ese detalle y nos dimos cuenta de que lo teníamos ahí para aprovecharlo.
Elías Jiménez: Pensábamos que en una primera instancia íbamos a perder, pero que legalmente teníamos todas las cartas para ganar. Dijimos: “Ya que ustedes exigen que la unión hay que hacerla entre el hombre y la mujer, entonces aquí tienen un hombre y una mujer, y nos van a tener que autorizar”.
L. B: El empleado del Registro no entendía nada. Yo le decía: “Me llamo Lukas, pero mi carnet dice sexo femenino”. Traté de explicarle, le conté mi vida, le llevé toda la documentación necesaria. Pero en ese momento nos prohibieron casarnos.
E. J.: “Yo veo a dos hombres frente a mí, por eso no les puedo dar hora”, decía el funcionario. Luego una superior llegó, nos llamó a su despacho y nos hizo explicarles la situación. Después de mucho tiempo accedieron a reservarnos la hora, pero con la observación de que debía ser ratificada por la Subdirección Jurídica del Registro Civil para ver que no se transgrediera la ley. Esa ratificación nos llegó recién hace unos días.
No es la primera vez que el MUMS busca métodos alternativos para hacerse oír, que están más cerca del happening político-cultural que de los instrumentos más clásicos de protesta. En la campaña de prevención del VIH, durante diciembre de 2010, la participación del movimiento consistió en invadir la fuente del Palacio de La Moneda en Santiago con un líquido rojo. Se corrió la voz de que esa pócima espesa era sangre infectada. La jornada terminó con presencia policial, sirenas de bomberos, grave indignación vecinal y, finalmente, la llegada de una suerte de escuadrón químico para verificar la toxicidad de ese fluido al que ningún ciudadano biempensante se hubiera acercado sin barbijo. Muchos activistas marcharon presos para ser liberados una vez que se demostró que aquel terror rojo no era más que tintura. Para Lukas, “lo que pasó aquella vez demuestra un desconocimiento social sobre estos temas. Aunque hubiese sido sangre de personas con sida, el virus muere en ese tiempo que estuvo en contacto con el aire. Tratamos de hacer este tipo de cosas para llamar la atención. Se vuelve necesario. Todos los años, en septiembre, se hace la Marcha del Orgullo. Vienen entre 40 y 50 mil personas, pero no aparece en ningún lado, salvo en unos pocos medios en los que se le da un enfoque morboso. El año pasado, el mismo día de la marcha, hubo una protesta católica a la que no fueron más de doscientas personas. Pero ahí sí estuvieron todas las cámaras de televisión y todos los cronistas.”. El día de la performance del 28F y los posteriores, el grueso de los panelistas de los programas de TV no pudo llegar muy hondo en su análisis, que se limitó a la expresión de su propio desconcierto. Por lo menos captaron la consigna: repitieron al aire, con un tono que lo teñía todo de amarillo, que lo particular del caso era que en los papeles se trataba de una unión tal cual lo dictaba la ley vigente pero, en la práctica, Chile estaba frente al primer caso de matrimonio igualitario. Y sobre todo no pararon de hacerse preguntas sobre el chico con la F en su documento, quien le contó su historia a Soy.
L. B.: Viví en Brasilia con mi familia hasta marzo de 2006. En ese año, a mi padre lo transfirieron a un trabajo acá en Chile, entonces nos vinimos con mis padres y mi hermano para acá. El trabajo de mi padre sólo era por dos años, así que en 2008 todos se volvieron para Brasil, pero yo decidí quedarme. Tengo residencia en Chile, donde vivo desde hace siete años. Mi nombre lo cambié en Brasil. En Chile no hizo falta tomar ninguna acción porque simplemente aceptaron el documento con los datos tal cual lo traje de Brasil: nombre masculino y sexo femenino.
L. B.: Durante mi infancia asumía que mi cuerpo era igual al de mi hermano. No lo vivía con distinción entre un cuerpo y el otro, simplemente imaginaba que un día me iba a despertar y me iba a transformar en ese que yo suponía que debía tener. Alrededor de los once años me empecé a dar cuenta de que las cosas no eran como esperaba. Desde los once hasta los dieciséis estuve en una etapa de reclusión total, de antisociabilidad. No podía comunicarme casi con nadie y lo único que hacía era tratar de entender por qué la gente me percibía de una forma mientras yo me sentía de otra forma. Pensé que estaba enfermo y que tenía algún problema. En esos años, ni para mí, ni para mi familia y amigos, existía el concepto de transexualidad. A los dieciséis conocí a otro chico trans y eso fue lo que me salvó. El organizaba algunas charlas a las que asistí y ahí todo empezó a tomar sentido.
L. B: Cuando le dije a mi papá que me gustaba una compañerita del colegio me dijo que, mientras fuera algo íntimo, no había problema. Para él la gente no tenía por qué saberlo, y para mí esa extraña forma de aceptación fue la que me dio carta verde para expresarme. Me corté el pelo y empecé a vestirme como yo me sentía cómodo. Pero eso causó conflicto porque, según mi padre, que a mí me gustaran las niñas no significaba que tuviera que comportarme como un hombre. Todo esto sin estar al tanto, ni mi padre ni yo, de qué era la transexualidad y qué implicaba. Después les conté que me había hecho un amigo que era trans. Mi papá lo tomó mal, me dijo que nadie iba a poder quererme, que yo solo me estaba metiendo en un limbo físico en el que no era ni una cosa ni la otra. Ese fue un período de negociación en el que mi padre intentaba convencerme a mí de no hacer nada y yo me la pasaba buscando alternativas para definir una identidad. Entonces empecé a asistir a un grupo trans en Brasilia, en donde por primera vez me llamaban “Lukas”, pero enseguida la empresa para la que trabajaba mi padre lo transfirió a Chile.
L. B.: No me quedaban opciones, tenía dieciocho años, no tenía trabajo como para quedarme solo. Me dio mucho miedo mudarme, sobre todo con la reputación que tiene Chile, un país tan conservador. El divorcio se aprobó aquí recién en 2004. “Me van a matar”, pensé. Entonces dije: “Voy a tratar de pasar desapercibido hasta poder volver”. Pero no aguanté. Al año ya estaba tomando hormonas. En noviembre de 2007 yo tenía veinte años y ya había juntado la plata para hacerme la mastectomía. Después me extirpé útero, ovarios, todo. Cuando a mi familia se le cumplió el plazo acá, yo estaba en pleno proceso, así que me quedé.
L. B.: Sí, además en ese momento ya estaba metido en la organización, pololeaba, etcétera. Había muchos motivos para quedarme: acá en Chile hay muchísimos menos activistas en general y también muchos menos activistas trans que en el Brasil, por eso creí que iba a ser más útil quedarme acá. Mi aporte, aunque no fuera grande, iba a ser siempre más significativo en Chile. Mi militancia acá empezó en un pequeño grupo de hombres trans, pero después me pareció más útil incluir nuestros temas en un movimiento mayor y me pasé al MUMS.
L. B.: Quiero mantener la incongruencia. Esa incoherencia a mí me viene como anillo para poder militar. Para incomodar. Pero sobre todo para generar curiosidad y poder explicar. Como mi documento de identidad es brasileño, no distingue sexo. En Brasil es así, no figura ahí ese dato. Entonces tampoco me cambia tanto cuando voy para allá. Y en mi documentación chilena no quiero cambiar el sexo por esto: para que la gente perciba la diferencia, para discutir y explicar.
L. B.: Igual que acá y que en la Argentina antes de la ley. Vos lo pedís y depende del juez que te toque. A mí me tocó una muy simpática que no me hizo problema. Si yo me pongo a hacer la solicitud de cambio de sexo en Brasil, probablemente me van a decir que sí. Pero no tengo ningún beneficio práctico para hacerlo, no mejora mi calidad de vida.
L. B.: No me importa. Prefiero mantenerlo así porque tiene una finalidad. Además, como soy extranjero, todos piensan primero que es un error. Has visto que no hay más ciego que el que no quiere ver. Te cuento una, por ejemplo: voy a pedir una tarjeta para mi cuenta de ahorro en el banco. Muestro mi RUN (DNI) y la que atiende empieza a reírse. Le muestra el RUN a su compañero y le dice: “Qué desatentos que están en el Registro”. Me dice la mujer que cómo hicieron eso conmigo, que me vaya a quejar. Le explico –y tarda mucho en creerme– que no nací como un hombre biológico. Entiendo todos los problemas que esto les trae a hombres y mujeres trans, pero a mí ahora esta contradicción me conviene.
L. B.: Mi familia ni se enteró. En los medios de Brasil no salió. En Chile apareció en la televisión y leí algunas notas, pero en muchas la información estaba tergiversada. Decían que había cambiado mi nombre y sexo en Brasil, pero que acá en Chile sólo habían aceptado el cambio de nombre. No sé de dónde sacaron eso. Hay cosas que yo no sé si son maldad o desconocimiento. Vi titulares que decían “Se casa pareja homosexual”. Yo aclaré cien veces que soy hétero. No es que no haya trans homosexuales, pero a mí me gustan las mujeres. Queríamos mostrar que aunque nos resignemos a vivir en el sistema hétero que Chile nos impone, tampoco lo podemos hacer sin trabas. La cobertura de Chilevisión fue una vergüenza y los políticos no entendieron nada. De mi novia hace un tiempo que estoy separado y la chica con la que salía se lo tomó a risa. Muchos de sus amigos me conocieron a partir de esto. Todas las personas con las que salí en mi vida supieron siempre todo lo que hago. La visibilidad, en todos los sentidos, es muy importante para mí.
En poco más de un mes, el matrimonio igualitario vio la luz en los parlamentos de tres países (Nueva Zelanda, Francia y Uruguay), se llevaron a cabo marchas y contramarchas en Estados Unidos, México y Colombia por el mismo tema, y Río de Janeiro se convirtió en el onceavo estado brasileño en autorizar la unión entre personas del mismo sexo. A pesar de este mapa, Chile parece estar a años luz de ese debate, y ni hablar de una ley de identidad de género. En las tierras de Piñera, en pleno año electoral, apenas se asoma la idea de una unión civil cristalizada en el proyecto de ley que crea el Acuerdo de Vida en Pareja (AVP), que suena menos a avance que a apartheid para demarcar ciudadanas y ciudadanos de segunda. Pocos días atrás, la OEA validó una demanda al Estado chileno a favor del matrimonio igualitario pero, según Elías (abogado y asesor jurídico de MUMS), no es motivo de esperanzas: “Este tipo de acciones nos suman argumentos para obligar al Estado al respeto por la diversidad; sin embargo, Chile padece una esquizofrenia jurídica: firma cientos de tratados internacionales de DD.HH. sin que tengan eco en la legislación interna. Chile es un violador de derechos humanos. No lo decimos nosotros, lo dijo la Corte Interamericana el año pasado, cuando condenó al Estado por el caso Atala de discriminación por orientación sexual (le quitaron la custodia de sus hijas por ser lesbiana)”.
E. J.: Tanto la Concertación como la Alianza dicen defender la igualdad y no discriminación, pero ello no se traduce en políticas efectivas. Piñera durante su campaña se comprometió a aprobar una unión civil y eso terminó en el pésimo proyecto de AVP, incluso tituló un capítulo de ese proyecto “Carácter Heterosexual del Matrimonio”, lo cual habla de un afán de mostrarse progresista sin una real comprensión de estos temas. Hoy Piñera dice que cumplió con enviar el AVP al Congreso, pero que no le dará ninguna urgencia. Bachelet dijo la semana pasada que estaba de acuerdo con un matrimonio igualitario; sin embargo, no indicó si enviará un proyecto de ley. Del resto de los candidatos presidenciales (nueve hasta ahora), cuatro señalan que el matrimonio es entre un hombre y una mujer.
E. J.: Se parece mucho a un premio consuelo. Las consecuencias prácticas, si fuera aprobado tal cual está hoy, son nefastas, crea una suerte de derechos especiales para personas cuyas familias no terminan de ser reconocidas como tales. Estamos hablando de 34 mil personas, según el último censo, que conviven con alguien del mismo sexo. Como MUMS hemos hecho llegar observaciones al proyecto y esperamos que el Congreso pueda revisar esos puntos. Ni Lukas ni yo creemos en el matrimonio. Pensamos que es patriarcal y sistémico, pero sí queremos hablar de igualdad de derechos y que éstos sean otorgados a todas y todos con los mismos nombres.
En las pampas del Che Gay, tanto el cambio de nombre como de sexo registral queda librado a la ideología de un juez. Si bien la carta de confirmación que Elías y Lukas recibieron les permite concretar la performance matrimonial, van a iniciar acciones legales, ya que el texto no respeta su identidad de género y se refiere a Lukas como “señorita”. La situación de las personas trans no sólo es de una precariedad absoluta ante el Estado sino también, según relatan estos dos chicos, está última en la agenda de la diversidad: “La única organización que incluye hombres trans es la mía. En Chile, como en la mayoría de los países de Latinoamérica, la mayoría dentro de las organizaciones Lgbt son hombres gay. Casi no hay lesbianas. Y las mujeres trans tienen sus propios espacios. Casi no hay activistas trans. No digo que para ser activista haya que ser un profesional graduado, pero hay que tener un mínimo acceso a la educación que la población trans en general no tiene. Muchas veces a duras penas pueden escribir. La chilena es una sociedad tan machista y brutal que hasta te diría que los hombres trans terminamos estando mejor posicionados que las mujeres trans. Somos más invisibles. Y hasta he llegado a escuchar cosas como que al ‘pasarnos’ a varón, por lo menos, tratamos de ‘subir un escalón’. No es chiste. He tenido un jefe al que después de tratar de explicarle qué es un trans masculino, me respondió: ‘Bueno, mientras seas tranquilo, está bien, pero que no venga ningún huevón vestido de mujer a la pega (laburo) porque lo saco cagando’”.
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