Viernes, 17 de mayo de 2013 | Hoy
LAURA FUE CONOCIDA POR SER LA PRIMERA TRANS EN CONSEGUIR SU DNI EN TIERRA DEL FUEGO
Mataron a Laura Aguilar. Ni crimen pasional ni otra muerte más. La inercia y el desapego con los que se trata la violencia contra personas trans constituye una forma de encubrimiento.
La muerte de Laura nos obliga a preguntarnos cómo hablar, ahora, de otra muerte travesti sin que se naturalice como “una muerte más”. El crimen de una compañera a nosotras nos lleva no sólo a atravesar una situación muy vivida, y muy sentida después de tantos años de abandono y de violencia, sino que también nos mueve para ponernos a pensar qué es eso que, por lo visto, producimos en términos de rechazo. Un rechazo que puede ir lejos y llegar hasta las puñaladas. ¿Qué es eso tan fuerte que producimos en términos culturales que desencaja al violento? ¿Qué es lo que generamos en el otro para volver a encontrarnos a nosotras una y otra vez en esta situación de vulnerabilidad extrema?
Lo primero que a mí me dispara el pensamiento cada vez que me entero de la muerte de una compañera es la precariedad de nuestras vidas. Porque, aunque en materia legal y en muchos otros terrenos hayamos avanzado tanto, todavía no logramos revertir las estructuras más grandes, más duras, más enquistadas. Esas estructuras están en la cultura y ahí hay que ir a buscar la fuente de la precariedad del desarrollo de nuestras vidas durante tantas décadas.
En estos tiempos en que tanto se insiste en la necesidad de democratizar la Justicia, yo diría que también hay que preguntarse qué significa eso de que la Justicia sea ciega. ¿La Justicia sufre de ceguera? Evidentemente para muchos sectores fue y es ciega, porque hay cosas que no puede o no quiere ver. Esa es una paradoja que ya es tiempo de que se caiga. Hay que preguntarle a la Justicia cómo construye a su víctima. En su ceguera hizo siempre diferencias frente a nosotras, le ha resultado fácil vernos como testimonios, pero no le es tan fácil vernos como víctimas. Espero que esta vez la Justicia se pueda correr la venda.
Otra vez, la muerte. Y no deja de impactarnos, de revolver viejas historias de dolor y de esa desigualdad en la que se ha forjado nuestra comunidad. Con la noticia del crimen de Laura Aguilar arrancamos la semana contra la homofobia. Y es justamente en esa palabra “homofobia” donde ya puede leerse la territorialidad de la lucha. Está toda concentrada en ese prefijo “homo”. Como si la violencia y el odio fuesen sólo contra los varones gays. Que le hayan puesto el “homo” a este día habla de la facilidad de acceso que tienen los varones para instalar agenda, acceder a espacios de poder y hasta a la construcción de días memorables como es el del orgullo, y este día de reflexión y repudio de la homofobia. Es obvia la dificultad que tienen las lesbianas para instalar la palabra lesbofobia y ni hablar de las dificultades que tenemos en ese sentido las travestis, que seguimos siendo tan castigadas. Se entiende que no es lo mismo la lesbo, la homo y la transfobia. No producen lo mismo; son odios distintos. Cambiar una ley es fácil. Lo que es mucho más duro y difícil es cambiar las costumbres. A nosotras todo nos sigue costando el doble o el triple de esfuerzo. Debemos enfrentarnos todos los días a quien se cree portador y defensor de la heteronorma, se siente con derecho a golpear, a menoscabar un derecho y hasta a negarle a alguien el derecho a la vida.
Sólo nos queda seguir insistiendo en la pata educativa de todo este asunto. Insistir en temas fundamentales como la educación se vuelve cada vez más urgente. Mientras nosotras sigamos siendo incultas, analfabetas, menos posibilidades tendremos de conocer nuestros derechos, de defenderlos y de defendernos. Algunos pasos se han dado para que podamos acceder a la escuela. Poder ir con nuestro nombre es uno muy grande. Pero, insisto, no sólo se trata de educarnos a nosotras. Hay toda una sociedad que debe ser reeducada. No me canso de decirlo: hay que revisar los contenidos curriculares. No es que no se hable de sexo en la escuela, pero se habla de una sexualidad hegemónica. Si una niña travesti todavía no puede ver su subjetividad y su cuerpo reflejados en los contenidos que nos enseñan en la escuela, entonces, en el fondo, seguimos en la misma.
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