LUX EN INGLATERRA
Inglaterra festeja la media sanción del matrimonio igualitario. O mejor dicho, media Inglaterra festeja como loca, mientras la otra mitad todo lo contrario. Nuestrx cronista estuvo allí y metió cuchara en los dos platos.
Cuando recibí los pasajes de avión para “participar en los fastos y el party de todxs con todxs que se va armar después y donde seguro algo ligás porque los ingleses no le hacen asco a nada”, que así rezaba el mensajito de texto palabras más palabras menos (más bien menos, ya que estaba en inglés y sabemos que del lunfardo a mí no me mueve nadie), me vestí de punta en negro y salí para Ezeiza. Declaré mis plataformas y mis calzas animal print en la aduana y conté que mis amistades me invitaban especialmente para amenizar los festejos por la asunción de la Thatcher a su propio Infierno. ¡La fiesta negra del siglo!, me dije a mí mismx atando cabos, fijate que la bestia de Videla esta misma semana se sintió tan convocado por el evento que allí partió para ubicarse a la derecha de quien sea que esté ahora de campaña. Lo que es yo, fue entrar al Free Shop y chupar cual Thelma Biral todas las muestras de perfume que pude y, en cuanto abrieron la manga, apoltronarme en primera fila de clase turista (que tendrá mucho turista pero nada de clase) pidiendo a dos azafatos que revoloteaban uno más Liberace que la otra, si podían dopar o mejor matar a los cuatro cuatrillizos berreantes cuyas madres —dos psicoanalistas australianas middle age— habían depositado como quien te deja lo que más quiere en la puerta de una iglesia, justo en la fila donde estaba estx pobre cronista que a los diez minutos del despegue solicitaba a los gritos ¡aunque sea un whisky berreta pero que sea de litro!”. Si es que las madres iban a seguir durmiendo como canguras y el donante por lo visto no se iba a dignar a poner orden en la nave, yo merecía un resarcimiento. Ante tal despliegue de incorrección política llegó no sólo el whisky, eso sí, rebajado con lluvia dorada, sino también un azafato del Inadi, muy dispuesto a ponerme en mi lugar... Me puso, sí, lo reconozco y lo agradezco, y a continuación, como no se puede fumar en la cabina, empezó con las reprimendas del caso. “Es una vergüenza, Lux, que con el acontecimiento tan importante y que sin dudas será un paso adelante en nuestra isla y en nuestra sociedad, aunque todavía faltan Escocia e Irlanda, por un pequeño inconveniente pierdas la flema argentina y termines esgrimiendo sinrazones y encima con los mismos términos de los más recalcitrantes homófobos. La idea era que llegaras y pusieras en su lugar a un par de lores que están diciendo pavadas.” Fue escuchar esas palabras y comprender el verdadero motivo de mi visita y, por ende, lo que se espera de mí en esta crónica. El Parlamento inglés discutía la ley de matrimonio igualitario y llamaban a alguien experto en escuchar aberraciones. Fue bajar del avión y poner los pies en el Parlamento, o sea en la Tierra o, mejor dicho, el fango de las argumentaciones. Les aseguro que no hace falta saber inglés para reconocer en los gestos y los tonos, el sello Olmedo, la línea Hotton, o como quieran llamar a la carne que no se exporta porque cada país tiene lo suyo. “A que ese vejete está diciendo que si sale la ley después vamos a querer casarnos con nuestros propios perros”, le dije a mi traductora, quien enseguida me aclaró que acá no se dicen esas cosas tan poco elaboradas, que el lord en cuestión se estaba quejando de que al abrir la tranquera matrimonial a gente del mismo sexo la palabra “matrimonio”, que en todas las leyes aparecía como unión de hombre y mujer, iba a ser un lío en todo el papelerío, que la palabra iba a perder todo su sentido y que pondría, como quien dice, “todo patas para arriba”, como en Alicia en el país de las maravillas. Allí otro civilizado lord lector agregaba que se iba a armar un quilombo padre como en la granja de Orwell. Acá somos muy lingüistas, me dijo la traductora mientras me contaba cómo casi pierden la lengua dos activistas gays que anoche, en vísperas de la votación, paseaban del bracito por uno de los parques de la ciudad, mientras unos contreras civilizados decidieron hacer con ellos una versión local de El señor de las moscas. Si es por rebelión en la granja, allí estaban como locos los del Partido Conservador viendo cómo entre sus propias bancas aparecían unos cuantos votos a favor que dieron vuelta el pronóstico. Los muchachos de las iglesias católicas, anglicanas y de las otras, como locos sin maleta, porque el Estado aquí puede decidir sobre ellas. Los cuáqueros, más buenos que el quaker, por ahora son los únicos que se declaran bien dispuestos a celebrar matrimonios a todo trapo. La media sanción finalmente se aprobó, eso tenía que contarles. Y juro que, aunque no sé inglés, pude reconocer en muchas caras que esperaban en las calles el rostro de la alegría y del amor, dicho a la inglesa: como cuando Julieta conoció a Romeo. O como dicen las malas lenguas, cuando Shakespeare conoció al muchacho que aparece cantado en sus sonetos de amor.
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