Viernes, 7 de junio de 2013 | Hoy
A LA VISTA
La profesora Romina García Hermelo fue sancionada por el Ministerio de Educación de San Luis por haber dado a leer a sus alumnos de cuarto año la novela Hay una chica en mi sopa (ver recuadro). ¿Qué es lo que molestó del libro y qué de la profesora? Todo parece indicar que, si la ley de matrimonio igualitario no se discute, aún está mal visto hablar en el aula de un deseo que no sea el heterosexual. SOY tuvo acceso a las actas de las reuniones entre docentes, alumnos y padres.
Por Liliana Viola
Lo que más llama la atención en las actas es la firma del escribiente. No se lee. Esa mano alzada que transcribe los dichos de padres, maestros y alumnos enfurecidos, llega un momento que no da abasto para registrar completos los reclamos y dislates (alguien, por ejemplo, dice que la profesora, argumentando que se trata de una escuela laica, pidió que se retirara la foto del papa Francisco, y es cierto. Pero que ¡luego puso en su lugar la cara de Marx!). Así es que de pronto el acta acusatoria son frases sueltas, aforismos que no se sabe si los dice alguien o lo apunta el que escribe. Jamás se puntualiza ni un párrafo del libro que tanto molestó, ni una crítica. De pronto se vuelve cadáver exquisito: "Hay acciones que se hacen pero no son normales./No está bien llevar esa lectura a chicos adolescentes, inculcarles política, sexo. /El libro no puede ser dado en una cátedra de literatura, una cosa es educación sexual y otra es genitalidad (que es lo que el libro propone). /Decir que lo que pasa en el libro es normal no lo es. Lo que ella piensa dice que es normal, pero como es ella, si digo que no es normal puedo hacer discriminación, que fumar marihuana es normal, estoy deformando el contenido./ Es una atrevida, es abuso psicológico, los padres solicitan que la saquen del curso, para liberar el curso de su deformación./ Una alumna dice si a nosotros nos da esto, qué da a los de 6to./Cuando los otros alumnos se enteraron del contenido lo querían leer./ El señor de la fotocopiadora estaba escandalizado del contenido."
Cuando llega el momento de estampar la firma, quien estuvo tomando nota, garabatea un signo borroso, como si evitara ser descubierto. "No puedo saber quién redactó ese texto", cuenta Romina.
¿Será el fantasma del Inadi que anda por ahí? Si es así, también se ve la cola de la corrección en el esfuerzo por aclarar que "no se pone en discusión la sexualidad de la profesora, ni su forma de vida, pero que no lo haga en la escuela, porque la materia no es educación sexual...”
¿Qué es “hacerlo” en la escuela? “Lo que me parece evidente, dado que no me conocen los padres –dice Romina– es que tratan de construir una imagen mía en base a esta lectura. Porque les di a los chicos para leer un libro de tales características (suponiendo que el libro sea así), entonces, yo tengo tales características. Y más: soy atea y soy comunista en base a las zapatillas. Se dice que no se meten con mi sexualidad, se asume que si hay personaje lesbiana en el texto, yo lo soy. Se da a entender que lo soy. Entonces, ¿qué?, tendría que disimular cualquier cosa que piense o sea. Que alguien me explique cómo se hace porque yo no sé…”
Los profesores hétero cuentan historias hétero, y los que no, historias torcidas, parece decir un manual tácito. E inmediatamente, una nueva aclaración, especie de peaje al progresismo obligatorio: "No está en tela de juicio el libro...".
Si no es la profesora y no es el libro, entonces, ¿qué es lo que está en discusión? Mientras se solicita que estas clases tengan un vedor de ahora en más y se decomisan los ejemplares del libro malo, el discurso de las actas propone un doble pacto de silencio: que no se hable de diversidad sexual en la escuela, pero tampoco se diga que no se puede hablar. No es un fantasma, son dos: el del prejuicio que no se achica ni con las nuevas leyes de identidad de género, matrimonio civil y educación sexual y el nuevo paraguas de la tolerancia pero hasta ahí.
Antes que se desaten los cadáveres citados, el acta toma nota de cómo empezó todo: chicos y chicas se acercaron a decir que "se sienten mal", "les da vergüenza leer esto", "la profe nos obliga a leer en voz alta y nos da vergüenza".
¿Por qué minimizar o despreciar el pudor quemándolo en una hoguera donde alguien tiene que ser sacrificado? Ninguna verdad, ni la de la diversidad, ni la del amor, ni la de la biología, por nombrar sólo tres y casi al azar, deberían estar enemistadas con el pudor de los estudiantes. ¿Por qué se silenció esa vergüenza volviéndola silencio en el escándalo? El acta habla de una especie de “vergüenza” en masa. Los chicos y chicas ni siquiera quieren contarles de qué va el libro a sus padres, tampoco quieren decirles que están avergonzados de sentir vergüenza. Entonces las autoridades de la escuela llaman a una reunión y buscan el modo de penalizar la causa. La vergüenza, esa dolorosa respuesta a lo que no se puede decir ni siquiera a uno mismo, pudo haber sido un punto de partida para que quienes escucharon los reclamos empezaran un trabajo que perfectamente entraría en lo que la currícula llama educación sexual. Taponar la vergüenza de unos pasándole la posta de esa misma humillación a otro, parece un recurso pobremente pedagógico, un modo cómodo y perverso de perpetuarla.
Justamente es la misma palabra pero de signo contrario la que se usó para referise a la profesora en el momento más desembozado de las actas citadas: “Es una sinvergüenza y se lo reconoce en su presencia”.
“Tengo ya treinta años, me visto como quiero, no ando con escote ni mini. Tengo rapado a la izquierda, un aro en la nariz, milito en una radio comunitaria, me visto ‘hippie’, si querés, ando con pañuelo de colores en verano y pantalones de bambula. Si me ves, me visto como la típica chica que milita en un barrio. Pedí que sacaran la foto del Papa porque es un colegio laico y no tienen por qué circular imágenes religiosas. Pero es mentira que puse la imagen del Che y de Marx…, ese invento es parte de las características que tendría que tener una profesora que lleva esas lecturas, que debe ser lesbiana, atea y comunista.”
“Cuando nos presentamos en el Inadi –cuenta Romina–, vino el vicedirector representando al colegio. El vicedirector es gay, y está casado. En su descargo, de pronto, les mostró su anillo a la gente del Inadi como diciendo ‘¿Cómo voy a discriminar yo?’. Pero no nos equivoquemos, el hecho de que él sea homosexual no borra el maltrato, no significa que no pueda discriminar a una mujer, que sea gay no significa que no pueda ser un patriarca.”
Si hay que hacer una evaluaciíon sobre lo aprendido con esta lección, como esas que se suelen hacer en las escuelas entre docentes, es que aún no se puede ser lesbiana ni bisexual en la escuela sin pagarlo caro. O mejor, dicho, tomando este caso específico, no se puede parecerlo.
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