Viernes, 5 de julio de 2013 | Hoy
LUX VA AL II COLOQUIO DE LA DIVERSIDAD SEXUAL DE LA UNIVERSIDAD DE ROSARIO
Mientras la Universidad se rompe la cabeza tratando de aclarar las diversas categorías que hacen a la honorable sigla de la diversidad, nuestrx cronistx aporta lo suyo, y se hace los claritos.
Me encontré con la Pecoraro, no Susú sino su prima, que andaba repartiendo su último libro de poemas, Deseo, a cuya presentación ya había asistido, con mi sistema nervioso ahíto de prozac y de alucinaciones. “Camila, no sé qué hacerme en el pelo. ¿Me acompañás a la peluquería?”
Se negó, diciéndome que se iba a la cuna de la bandera a presentar su libro en un congreso queer. “Llevame, y me hago unos regios claritos”, le dije. “En ningún lugar los hacen mejor que en Rosario”. Me sacó un pasaje con el producto de la venta de su libro y el jueves temprano nos fuimos para allá, yo con lo puesto, ella con una valija llena de libros y de afeites.
Llegamos justo después de almorzar a la sede del Coloquio. La Pecoraro se instaló en un borde de la mesa, donde ya estaban mi amiga de toda la vida, que supo revolucionar la red con un diario de tortillera en formato de blog, un chico que, si no entendí mal, se hizo puto gracias a los versos, una chica bi que se rehusaba a aceptar cualquier categoría salvo las del arte, un traductor de poesía inglesa marplatense y la Pecoraro, que repetía “yo soy una marica que escribe poemas”. Yo pensé que nadie iba a creerle, vestida como estaba, toda de Adidas (como Martín Kohan), y si eso es una marica no sé qué le queda a Pepito Cibrián.
Pero parece que estaban en una contienda de acción afirmativa: “yo soy”, “yo soy”...
Al final me paré en el medio del salón y grité: “¡Yo soy Soy!”, y me fui corriendo a conectarme a contactossex a ver si conseguía donde dormir esa noche (estaba sin reserva). Volví con un par de números agendados para arreglar más tarde y me encontré con que estaba hablando una eminencia local de los estudios literarios, el Prof. Giordiano, que exploraba otra categoría, reconociéndose como “hétero curioso”. Todo en primera persona. Me temblaron las patas y traté de acordarme si lo había visto en algún chat, pero mi memoria, con las pastillas, está muy dañada.
Me propuse seguirlo cuando terminara la jornada. Lo hice disimuladamente y me subí al mismo colectivo que tomó en la puerta de la facultad donde el evento se desarrollaba. Traté de comprobar si era sensible a la apoyadita, pero nada parecía sacarlo del ensimismamiento en el que se encontraba. Cuando decidí bajarme del colectivo, no sabía dónde estaba ni cómo volver al lugar del evento porque no me había fijado qué línea había tomado. La noche era cerrada y apuré el paso en la dirección que a mí me parecía era la del centro, que siempre suele coincidir con el paso de algún chongo mesmerizante. Esta vez mi instinto fue infalible y acabé (en todo sentido) en los escalones del Parque España, mientras el chongo se ajustaba el indisimulable paquete que había sido mi estrella de Belén en la noche rosarina. Ya listx para la cama, volví a los tumbos donde la Pecoraro terminaba de cenar con unas amigas con bigote. No se mostró preocupada por mi ausencia, lo que me resultó un poco hiriente. A mi demanda de un lugar para pernoctar me ofreció el cuarto de su hotel, ya pagado, dado que ella había decidido volverse a Buenos Aires esa noche (si deja a su novio una noche solo, lo pierde).
A la mañana siguiente, me atiborré en el desayuno y con eso calmé la ansiedad matutina. En el evento seguían con la calesita de las categorías, pero esta vez me encantó escuchar una nueva: “asexual”. No sé qué militancia se podría organizar a partir de esa noción herética, pero me enamoré de ella y quise que la asexualidad me acariciara la frente y las demás partes de una vez y para siempre, como a María Moreno.
No me quedé, por eso mismo, a escuchar la disertación sobre el fisting y la lluvia dorada. Antes de que la crecida del Paraná me arrastrara, me fui a la peluquería y me volví a Buenos Aires, con la cabeza radiante de mechitas rubias y de ideas nuevas. Me esperaba un mail de Nikolai Alexeiev, Mamushka, desesperado por la ley de Putin, que la verdad es que me explotó cual fallido cohete ruso mal. Me explica mi amigo que el mandatario acaba de sacar una ley que pena con tremendas multas a todo aquel que promueva la homosexualidad entre los jóvenes y más todavía si lo hace por internet. “¡Pero qué boomerang!, con ese apellido que tiene el muy Putin no va a ganar para multas, apenas lo anuncien en la cadena nacional”, le replico estrenando mi platinado símil Susana. Cuando acto seguido entro en un chat ruso preguntando qué es exactamente lo que el Putin considera “sexo por fuera de las categorías tradicionales” me encuentro con una variedad de acorazadas poses y categorías que echa por tierra, por barro y por sábanas a todas las estudiadas durante el transcurso del Coloquio. De Rosario a Moscú, anoto en mi cuadernito como título provisorio de mi próxima crónica y aquí levanto vuelo para enseñarles a estos rusos cómo hacer propaganda subliminal y así sortear a ese 88 por ciento que se declara a favor de la prohibición.
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