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Viernes, 4 de octubre de 2013

Señales de vida

Despertar con virus hoy, a más de 30 años de la irrupción del sida. Abrir los ojos: progresaron los tratamientos, las expectativas, algunas políticas públicas, va bajando, aunque demasiado lentamente, la dosis de estigmatización. El negocio, el prejuicio, la ignorancia, el amor, los amores, la red social en el mejor sentido de la palabra, las lecturas: escenas escogidas del día después.

1. Barbijos. Hay de varios tipos. Los comunes, a un peso en la famosa cadena de farmacias y los de Darth Vader, que no sólo no te dejan respirar, sino que te “magnettisan” la voz y los hace doblemente macabros a un precio nada feliz: sesenta mangos los más baratos por nueve horas de aire puro. Hechos de material duro y con un orificio que filtra el aire, te mambean como el mejor autocultivado y producen, en lxs otrxs, una reacción más común y repetida que la que experimenté un día entero usando una kipá. Ya no sólo me dejan en los bondis el asiento doble para mis aún redondeadas nalgas que con suerte ocupan uno, sino que hasta en la Iglesia progresista a la que asisto también me dejan banco entero, por lo que puedo extender cancionero, mochila y abrigo, para no sentirme tan solo. Salvo que hayan coincidido en esa celebración algunxs hermanxs de mi Comunidad Eclesial de Base, quienes por el contrario no temen, sino que me apretujan con sus cuerpos, demostrando un amor que me permitió, combinado con veintitrés píldoras diarias, llegar hasta acá.

2. Amor. Esta palabra se convirtió en un dictum grasa para la tilinguería snob criolla que pretende combinar la acidez británica y la barroqueada francesa psicoanalizada o para los devenires mercantilizados de una circulación carnal “capitalizada” que ha devenido como limitada posibilidad de roce, goce y pose a la hora de hablar de lo que antes incluía variadas estrategias, no ausentes hoy, pero sí más comunes en otros años: calles, boliche, boîte o fiestas caseras. ¿Y el amor de la amistad? Cuidado por muchxs y convertido en estrategias autoaduladoras por otrxs (¡Soy amigx de X!), también perdió para muchxs su dimensión de cultivo que puede producir vida, y en abundancia. Y como afirma la creencia popular, lxs amigxs se ven en las malas, aunque ahora en formatos de lo más diversos: el abrazo directo, la carta escrita a mano, el mensaje por mail, el aliento por Facebook. Medios informáticos usados para el autobombo (el Facebook y el Twitter a la cabeza) por más que sepamos que son fuente para la CIA, fueron una caricia a las vías del suero, a las fiebres arrasadoras, a las hasta ahora desconocidas técnicas médicas y, sobre todo, a la tristeza de la noche en el repiquetear metálico continuo de la clínica. Armando, un hermano de mi comunidad, me mandó un video con la canción “Stand by Me” cantada por artistas callejeros de todo el mundo. Cada vez que la escuchaba conectado a nuevas vías de suero que suplantaban a la venas infiltradas no podía dejar de llorar (sin presencia de médicos) y recordar que el amor no es propiedad de Poldy Bird ni de Corín Tellado, a Dios gracias.

3. Médicos. A mediados de los ’80 yo militaba en la CHA. Teníamos una campaña que se llamaba Stop Sida y otra Stop Razzias. Nunca entendí por qué tanto “Stop” y no “Alto” o “Basta”. ¿Era más entendible o de puro mediopelos? En fin. Lo que viene al caso es que nuestro conocimiento de vih y sida era tan precario que en unas traducciones de textos americanos que llegaron a nuestras manos y que tradujimos con un chico muy lindo que se llama Federico, bailarín él, trabajando con un Remington 25 que yo tenía en casa de mis viejos, usábamos la palabra “sueropositivos” en vez de “seropositivos”. A nuestro inglés rudimentario se sumaba que la traducción nunca es literal sino cultural, y la lejanía de lo que ya comenzaba a ser cuestionado como un mero “cáncer rosa”, concepto utilizado por la derecha para re-marcar nuestros cuerpos, encorralar nuestro deambular y depositar los terrores ajenos, nos era un poco extraño. Mucha agua pasó bajo el puente de aquellos rudimentarios discursos: hoy hay protocolos, leyes, derechos y saberes. Toda esta nueva batería en redes complejas cambió la lógica del descubrir que uno vive con el vih, pero muy poco el enfoque utilitario del saber-poder médico que lanza diagnósticos y pronósticos como si estuvieran recitando los ingredientes de una receta en un programa culinario. Por eso cuando un médico y una médica entraron a mi habitación en la clínica me dijeron: “Tenemos una buena y una mala noticia: la buena, no es un linfoma; la mala, tu Western Blot dio positivo”. E hicieron un silencio, corto, incómodo. Ante mi no reacción la médica, en una clara y tradicional división de género, me preguntó si quería hablar con ella. Le dije que no, que prefería estar solo. Cerré los ojos, respiré profundo y pensé “¡Qué bestias estos hijos de puta! Menos mal que algo de esto sé”. Y con ánimo cristiano de corazón extendido los perdoné y recordé que, como bien pronosticó el estructuralismo, lxs sujetxs no hablan sólo por sí sino por las estructuras que los lengüetean: qué esperar de un saber formado en facultades “démodé”, tan del pasado, cuyos decanos llevan a una reunión de su Consejo Superior un feto en formol para oponerse a una declaración a favor del aborto y de políticas antidiscriminatorias que se limitan a publicar cuadernillos para repartir entre convencidxs o para transformar un supuesto “mal saber” bajo un modelo de cursillo maestro ciruela o Jacinta Pichimahuida sin territorio.

4. ¿Pasado? Hervé Gibert escribió su “Protocolo compasivo” en una época diferente. Algo que mi infectóloga me graficó espacialmente de un modo absolutamente técnico, descarnado y con un desenlace abierto, para mi desgracia: la curva de muertes se redujo desde el AZT en adelante. ¡Qué lindo saber que estoy en la parte baja de la curva, pero permaneciendo en una línea que no alcanzó el grado cero! Hervé escribió en lo alto de la montaña rusa, por eso su hermoso libro es un testamento desgarrado y triste que se convirtió en las lentes con las que vimos morir a tantxs amigxs. Si bien mejoraron los diseños del horizonte, sería mentir negar los nubarrones. “¡Pero a esta altura es como una hipertensión!”, te dicen lxs amigxs en un intento de empujarte up, pero la infectóloga la complica con otra metáfora: “Subir tus CD4 va a ser como nadar en Nutella”. ¿No podría decir crema o lubricante para asegurar el deslizamiento? No hay frase parecida para los que si se pasan de sal en las comidas pueden recurrir a alguna medida inmediata, lo nuestro es remar y remar con el nombre técnico de “adherencia”. Soy como cinta adhesiva con pegamento fuerte o endeble cuya propiedad no sólo depende de mí, sino de aquello en lo que nos podemos apoyar en este mundo tan terrenal.

5. Dios terreno. Me hice cristiano antes de saber que vivo con vih, lo mío fue una conversión de fe y no de conveniencia como la que se manifiesta en esas frías manos que recorren los misterios del rosario en forma de mantra sin detenerse a pensar lo que cada cuenta aporta en la búsqueda del reino del amor y la igualdad (mi General) como condición de la Palabra. En esas miradas y silencios tristes cuando estás en la cama de un hospital mi fe se llenó de dudas y recordé mi Getsemaní (retiro espiritual), en donde nos enseñaron que la fe es un camino de dudas y certezas, lo que da, muchas veces, como resultado un buen matete de marote. No acudí a Dios sabiendo que para mí no es un “Tú” al que me dirijo por su esplendor para pedirle las más diversas cosas, sino un “En” que me deja siempre en libertad de vivir lo que me toca y elegir las palabras (el Nazareno dejó cientos de hermosas parábolas) que entran y salen de mi boca como condena o justificación propia. Esas palabras, las de las buenas, me llegaron con la visita de Carlos de la Santa Cruz, quien me dejó un relato oriental de buscar estrellas en la noche, con la compañía del rabino Daniel Goldman, que cumpliendo con el precepto Bikur Jolim se sentó unos minutos a mi lado y me dejó picando la palabra “desolación”, y con la rabina Silvina Chemen, que me llenó de besos y abrazos con tanto amor que hoy reivindico como el mejor complemento de los cuatro antirretrovirales que tomo todas las tardes, con una ensalada de frutas de bananas, arándanos, frutillas y kiwis, imaginando que las píldoras son misiles saliva-sangre contra unos bichitos que se reparten por todo mi cuerpo, ganando tiempo y vida.

6. Vida. San Agustín decía que el tiempo no existía porque el pasado ya fue, el presente deja de ser y el futuro no llegó. Pero contra el obispo de Hipona que hablaba de una metafísica basada en la vida contemplativa lejana a la de sus Confesiones, nuestras cotidianidades circulan cada vez a más velocidad y sin rumbo fijo, o a lo sumo con postas irregulares medibles con un sistema al que podríamos denominar “golpemarca” que pronto (razón a Agustín) dejan de ser, pero que marcan un antes y un después. Hervé Gibert murió pensando que tenía los huevos llenos de muerte: ése fue su después. Para mí ese después a lo Gibert es sólo la heideggeriana idea de “ser para la muerte” un poco más matizada que para “lxs otrxs” por el mes en que postrado en una cama mi cuerpo dejó de ser una metáfora construida para convertirse en la metonimia material de una aparatología interminable que me marcó mi fragilidad y amansó mi soberbia. Pero este “ser para” puede ser también el de la vida fecunda, en la posible libertad de la política y del amor como fraternidades que nos salvan y rescatan de la revisitada pregunta por los sentidos. Cuestión que no puede desacralizar el psicoanálisis y mucho menos la ironía noventista que pretendió “cultualizar” con gesto chic el horror que nos rodeaba (desde la alabanza a lo trash hasta un Estado ausente en políticas sanitarias) y que hoy conjuramos en una construcción que sólo puede ser colectiva: el otro y yo, seres frágiles, en una patria compartida en la que reine el pueblo con amor e igualdad.

Las fotos fueron extraídas del Facebook de Flavio Rapisardi donde va subiendo para amigos y seguidores interesados sus señales de buena vida. Menú sano, cachorra cuidada, lecturas, entretenimientos y otras intimidades.

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