No todo es cuestión de ley, pero la ley lo dice en el artículo Nº 12 de la Ley 26.743 de IdG: “Deberá respetarse la identidad de género adoptada por las personas, en especial por niñas, niños y adolescentes”. La exigencia de la despatologización de la transexualidad no tiene nada que ver con la negación a la asistencia médica ni tampoco con el abandono de persona por parte de la ciencia y las instituciones de la salud.
› Por Lohana Berkins
La patologización convierte a las identidades trans y travestis en una cuestión de enfermedad. Genera un discurso de pánico moral y pánico social sobre nuestra sexualidad, nuestra subjetividad e identidad. ¿Por qué? Porque la medicina obedece y es funcional a un aparato de control disciplinario mucho más amplio. Su objetivo es reencauzar a quienes según la mirada médica y biologicista nos apartamos de la norma. La medicina construye esta idea de monstruosidad, pero además interviene siempre como normalización binaria en el sentido de que sólo reconoce como únicos orígenes y destinos a la sexualidad y estandarización, por un lado, del hombre y, por otro, de la mujer. Se combina desvalorización con locura y, en una misma operación, se nos infantiliza. Pasamos a ser sujetas tuteladas al amparo del androcentrismo y del discurso médico –con su fuerte mirada machista que usa como modo de dominación– que nada podemos decidir por nosotras mismas.
Cuando el Estado no se quiere hacer cargo de determinados sujetos y sujetas controla, por una vía, a través de la represión, con los brazos armados de las fuerzas policiales, y por la otra vía, que es el saber científico. Es este saber el que pone en un mismo rubro a los locos, los borrachos, los drogadictos, las prostitutas y prostitutos y las personas trans. Sorprende cómo todavía sobrevive este discurso ramificado, ya que a esta altura ha quedado demostrado que el travestismo nada tiene que ver con desviaciones, perversiones o atentados contra el futuro de la humanidad.
Lo que la Ley de Identidad de Género logró en este país es correr la identidad de una persona de su relación con la genitalidad y con la readecuación quirúrgica obligatoria. La medicina ahora se ve frente al desafío de reconocer las demandas de construcción de identidad como derecho humano, respetando además el derecho personalísimo de las personas trans y travestis a acceder al sistema de salud y a permanecer en él también como un derecho humano. Cuando hablamos de nuestro acceso a la salud, todavía hoy aparece la réplica reaccionaria: “¿Cambio de sexo? ¡Pero con todas las personas que hay en los hospitales esperando una operación!”. No es extraño que lo único que todavía no haya logrado reglamentarse de la Ley de Identidad de Género en la Argentina es la parte de salud.
Despatologizar no es salir corriendo del hospital. Nuestras demandas por supuesto que no van a hacer colapsar el sistema público de salud. Ni siquiera se necesita un presupuesto extra, los profesionales que pueden atendernos están ya trabajando en cada hospital de la Argentina. Los pasos que están faltando son los de la capacitación, no en temas profesionales, ya que la calidad de nuestros médicos y médicas es muy alta, sino en la comprensión de las demandas de salud como una cuestión integral. Es necesario ir deshaciendo el imaginario que existe alrededor nuestro de que nuestros temas médicos son cosméticos, que nosotrxs recurrimos al sistema de salud por vanidad. Y empezar a pensar la construcción de la identidad como un tema profundo. En muchos casos quitarse la barba puede ser igual de importante o más que tener el DNI. Cada uno encuentra su desarrollo pleno de la persona a su manera.
Entonces, el imaginario de lo trans y salud ha ido siempre por dos caminos. Uno es tratarnos como enfermas o incapaces de tutelarnos a nosotras mismas. El otro es frivolizar la cuestión, diciendo que en temas de salud pública se deben establecer prioridades. Pero, ¿y a esas prioridades quién las dicta? La tarea hoy es ir despojando a lxs médicxs de los conceptos de normalidad, y desmantelar el perverso sistema que a través de la medicina nos ha presentado siempre como bichitos de frasco, rareza total, otredad y el fenómeno más sobresaliente del circo.
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