Vie 18.10.2013
soy

LUX SIGUE EN BRASIL

Copacabana, mon amour

Después de conocer los vericuetos del sistema de salud carioca, Lux llega a Copacabana y se suma a la marcha del orgullo gay mais grande do mundo.

En Facebook, mis enemigas me acusan de “mufa” y “yeta” por las muchas desgracias que arrastro cada vez que vengo a Río (las pérfidas todavía recuerdan la vez que se me quemó la peluca en la boîte Le Boys, en mi imitación de Lady Gaga). No es mi culpa que los cables eléctricos me hayan arrastrado por las calles de Icaraí, con grave riesgo para mi integridad espinal. Es esta lengua infantil que hablan por acá y que a mí me suena a bobagem.

Retomo: después de mi caída durante la parada gay de Niteroi me hospitalizaron. Mis contratantes tuvieron que juntar dineiros para cambiar mi pasaje y me ponían mala cara porque mi recuperación se demoraba. En los hospitales de la bahía de Guanabara hay menos camas disponibles que en el conurbano bonaerense, así que peregriné de aquí para allá a medida que alguna se desocupaba.

El shock eléctrico me dejó un temblor en el músculo orbicular del ojo derecho y la caída del camión un hematoma considerable en la rodilla y una fisura ósea que me obligó a movilizarme en cadeira rodante.

Mi optimismo proverbial me sugirió convertir mi handicap en fiesta y transformé mi vehículo en monocarroza, para desfilar, ¡ahora sí!, en la parada gay de Copacabana, porque a la vista estaba que hasta después de esa fiesta (el domingo pasado) mis contratantes no iban a poder desembarazarse de mí.

El día amaneció tessudo (como en ese poema de Eduardo Kac) y la ambulancia me dejó temprano en el posto 6 de la Orla, donde ya estaban los gigantescos camiones, esta vez multiplicados por cuatro, a los que miré con odio.

Para mi sorpresa, no era el único ejemplo de optimismo y las sillas de ruedas con espásticos, ancianas y locas recalcitrantes se multiplicaban bajo las mangueiras (eran las 11 de la mañana y hasta las 18 la marcha no empezaba).

Recorrí los puestitos de las militantes para ver qué se decía, qué había que decir: “Río sin homofobia”, una convocatoria para un casamiento civil “homoerótico” masivo en la praia, incitaciones al uso del condón y a la vacunación masiva contra la hepatitis, que está haciendo más estragos que el virus de HIV mismo, en fin: las consignas al uso (ahora bien, en cuestión de leyes, el Brasil atrasa). En un puesto de saúde protesté porque no entregaran, con los condones, lubricante. Yo ya había sentido el efecto de esa falta más de una vez (hay que decirlo: los brasileños no trepan bonito, y yo creo que es por exceso de calistenias matutinas en la playa).

Después del mediodía, la concurrencia empezó a cambiar y a las familias domingueras se sumaron contingentes de negritos desejantes y ahítos de alcohol, recién salidos de la boîte La cueva, que es una especie de Contramano mezclado con Glam, regenteada por una loca vieja escapada del franquismo hace mil años. Me mordí el labio por no poder pararme para lucir mi bunda, pero mi condición era severa y sólo podía tirar besos (hasta a los bombeiros que ciudaban el orden).

Aquí había más policía que en Niteroi y, sobre todo, más policía del discurso: la alegría descontrolada de la semana anterior se mezclaba con las cosas graves de las demandas civiles. Los camiones estaban alineados (el de las lésbicas, el de los viados, el de las trans) y, al costado, una gigantesca bandera arcoiris esperaba para ser desplegada.

Cuando ya no cabía un alfiler entre sunga y sunga en la avenida Atlántica, empezaron a llegar las estrellas, con sus trajes de luces y sus alas de anjos. Un carnaval cuyo protagonismo se me escapaba entre los dedos. Parecía militante, con mi cara grave.

Había algo raro en los preparativos, hasta que me di cuenta de la presencia de los Pink Block, enmascarados de rosa y tirando purpurina rosada a los paseantes, inspirados en el grupo anarquista Black Bloc, pero esta vez orientados más hacia la defensa del amor libre que a la destrucción del capitalismo y sus emblemas. Otros grupos sumaban sus reclamos en apoyo a la huelga educativa que tuvo paralizadas las escuelas del Estado.

Arco Iris es la organización que organiza la Parada desde 1995 (ésta fue su 18ª edición) y su presidente, Júlio Moreira, tuvo que aceptar mi presencia a su lado en varias fotos. Más allá, Jean Willys, un bombonazo del Partido Socialismo y Libertad (PSOL, izquierda radical opositora al gobierno de Dilma) me hacía ojitos y me señalaba los carteles oficiales de la Parada: seis puños en alto, cerrados, coloreados según la bandera gay manda. Cuando me di cuenta de lo que me quería insinuar, le dije que sí con la cabeçinha y me fui rodando rápidamente para conseguir lubricante. ¡Nossa! Es tanto lo que hay que enseñar en esa tierra, que me pareció que iba a cumplir una misión pedagógica y beneficiosa para el pueblo carioca sin distinción de clases.

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