Hace dos años Alejandra y yo nos casamos. Ya habíamos tomado la decisión de ser madres. La ley de fertilización asistida, que celebramos profundamente, aún no estaba sancionada. Fueron tres intentos duros: ilusiones, desesperanza, temores, llantos, hormonas haciendo de las suyas, ansiedad, la mayor de las esperanzas y después el vacío profundo; hasta que llegó el positivo. Dos bebés crecían en las entrañas de Ale y en el corazón de toda la familia. El 28 de septiembre, con treinta y seis semanas de gestación, llegaron nuestras hijas. Eran prematuras, y alguna dificultad respiratoria hizo que estuvieran durante largos e interminables días en neonatología, lejos de nosotras. Sacamos turno en el Registro Civil para anotarlas, necesitamos con celeridad la partida por la cobertura de la obra social. Fuimos las dos con nuestros documentos perfectamente actualizados y el acta de matrimonio. El jefe de sección “Nacimientos” del Registro Civil de calle Salta 2752 de la ciudad de Rosario, luego de mirar nuestros papeles, se retiró con ellos. Al volver nos dijo que no podía inscribir a nuestras hijas porque somos dos mujeres que están casadas y no sabe cómo hacerlo, que el director se había retirado y que esperásemos a que él nos llamara para continuar con el trámite. Parece ser que en tres años de ley no pudieron aprender a hacerlo. Parece ser que nuestro matrimonio no es realmente igual que el de una pareja heterosexual. Parece ser que nuestras hijas no tienen los mismos derechos a la identidad que otros hijos. Parece ser que, aunque hay una ley, tenemos que seguir luchando por lo que nos corresponde. Mañana inscribiremos a nuestras hijas porque vivimos en un país que garantiza nuestros derechos, pero sobre todo los de ellas. Mañana inscribiremos a nuestras hijas aun en contra de la voluntad de personas que no respetan la ley y que, evidentemente, trabajan en el lugar equivocado.

Loreley Flores

DNI 23.645.321