La Monita Esteche, campeona mundial de peso liviano y también mucho más liviana de mandatos y represiones que tantos otros deportistas, representa a una nueva generación que comienza a poder hablar naturalmente, sin confesar ni declarar, sobre su opción amorosa. La dura realidad del boxeo, por otra parte, sigue sin muchos cambios.
› Por Matías Máximo
A las 5 de las mañana, La Monita quería dormir un rato más y Yoki le pedía que se levantara: “Dale, gorda, vamos que esta vez se te tiene que dar”. A ella le costaba tomar envión, pero después de un rato se levantaba, salían juntas y corrían con el entrenador, antes de iniciar la rutina de guanteo, haga frío o calor, de lunes a domingo. Por la insistencia y por ese privilegio desenfrenado que es el amor, cuando Ana Laura “La Monita” Esteche tuvo el cinturón de campeona del mundo, se lo dedicó entre lágrimas a Yohana “Yoki” Giménez. “A mi mujer”, dijo sobre el ring y con la cara un poco hinchada, sólo un poco, ya que la noche consagratoria no recibió muchos golpes.
Aunque el lugar común diga otra cosa, el boxeo de mujeres tiene una tradición en la Argentina e incluso figuras que rozan el culto, como Mónica “La Gata” Acosta. La Gata tiene 35 años y se sabe que hace algún tiempo una pareja la golpeó de forma recurrente: eso fue lo que la hizo acercarse al boxeo y predicar evangelismo. La misma mujer, en su versión hot, posó algunas veces envaselinada al estilo Playboy y consiguió la baba de los diarios sensacionalistas.
La Gata pegó invicta diecinueve peleas, en las que definió cinco antes del límite y terminó dos con empates. Pero todo eso terminó la noche del 18 de enero en un ring de San Clemente del Tuyú, donde primero peleó Yoki por segunda vez en su vida (y empató con Tamara “Polvorita” Núñez) y después La Monita le ganó el título mundial. Para La Gata estaba claro que había perdido y no esperó a que el locutor lo anunciara: le quitó el cinto al representante de la organización y se lo dio a La Monita. “Es tuyo, cuidalo, ganaste bien, que Dios te guíe”, le dijo con la respiración agitada.
La Monita es categoría súper liviana y tiene 23, Yoki es peso mosca y tiene 25. Están de novias hace dos años y comparten la pasión y el entrenamiento por el boxeo en un club del barrio Libertad, en San Martín. Viven juntas en la casa de los padres de Yoki y se las arreglan como pueden con los trabajitos que van surgiendo, “porque vivir del boxeo no es fácil”, y menos siendo mujer.
“Monito las pelotas”, dice Gatica en la frase que inmortalizó Leonardo Favio en su film de épica peronista de 1993. A Esteche el apodo no le molesta porque tiene una raíz familiar: a su papá le dicen el Mono, a su mamá la llaman Moni y ella, desde chica, es La Monita.
–Ahora, la mayoría empezó a preguntarme, pero me gusta que también me pregunten del boxeo, porque no tengo ganas de que digan que soy famosa sólo por estar con una mujer. Me gusta que aprendan del mundo del boxeo. Contarlo por la tele fue hacerlo público, pero no lo hice a propósito, sino que exploté de alegría y me salió de adentro pensar en ella. Sé que en el ambiente es raro que una mina le dedique a su mujer el título. Pero en unos años van a ser cosas naturales.
–Nos llevamos bien, porque compartimos mucho tiempo con el deporte. A mí cocinar me gusta más o menos, y creo que también tiene que ver con que no tenemos mucho tiempo para dedicarle a la cocina, aunque a veces lo hacemos juntas. Vivimos en la casa de mis suegros, y la verdad es que, por lo general, de la cocina se encarga la mamá de Yohana. No somos de salir casi nunca.
–El papá de Yohana iba a hacer un negocio al lado de la casa, que aún no se pudo concretar. Ese es el espacio donde estamos y vamos arreglando todo de a poco. Con lo que ganamos en cada pelea le ponemos algo nuevo a la casa. Por suerte estoy muy contenta con mis suegros: cuando ellos no tienen, nosotras los ayudamos, y cuando nosotras no tenemos, comemos abajo, nos tratan como si las dos fuéramos sus hijas.
–Cuando me junté, a mis viejos muy bien no les cayó, por eso también les dediqué al título a ellos, porque los quiero. Ahora nos vemos a veces, pero no tanto, porque ellos están separados y cuesta encontrar un momento para reunirse. Yohana tiene cuatro hermanos y a uno de ellos, el de doce años, lo llevamos para todos lados con nosotras. También tengo una sobrinita de dos años que es todo para mí, es un amor.
–Sí, nos encantaría casarnos y tener hijos, pero primero queremos tener una estabilidad para darles todo lo que necesiten. Estuvimos averiguando el tema de los bancos de esperma y los tratamientos para inseminar. Yohana pondría el óvulo y yo el útero, porque es muy miedosa, parece dura, pero es re miedosa. El otro día estábamos limpiando, se cortó la mano y empezó a llorar, y no paraba... Decía: “¡Yo quiero que venga mi mamaaaá!”. No se quería coser si no estaba la madre, ¡qué miedosa! Pero tuvo que estar una semana sin entrenar porque le cosieron un punto.
–Muchos, hay gente que me conoce y no cree que soy boxeadora. Yohana me dice que antes de entrenar soy Ana, y cuando me pongo los guantes me transformo en La Monita, porque empiezo a entrenar y no me da miedo más nada. Hace unos años peleaba en el entrenamiento con pesos pesado, y no me achicaba. Pero, cuando salgo a la calle, me asusto un montón. La otra vez salimos a correr tarde y nos prepotearon: yo me quedé dura, ni cuenta me di de que nos querían robar. También me pongo a llorar por nada. Soy muy cagona a veces.
–Fue entrenando en un gimnasio de Caseros al que iba, porque ahí bancan el boxeo y no cobran nada. Al principio fuimos amigas y después durante dos años nos dejamos de ver. Cuando yo volví a entrenar a un gimnasio donde estaba ella, empezamos a salir enseguida. Me gustó desde que la vi y las cosas se dieron solas. De eso hace ya dos años.
–Sí, la primera y la única.
–Ella es de otro peso, así que nunca nos vamos a poder cruzar, aunque a veces en los entrenamientos guanteamos juntas. Cuando me veía en las últimas peleas gritaba y se agarraba la cabeza porque decía que le iba a explotar. Ella no es tan tranquila como yo, es más nerviosa y se le nota enseguida.
–Por suerte la última vez no sufrí tanto, pero hubo un momento en que sentí que le pusieron mal una mano. Yo estaba sentada y cuando vi eso no sabía qué hacer, salté de la silla y me agarré la cabeza de los nervios. Apenas bajó, pregunté si estaba bien y me dijo que sí, recién ahí me calmé.
–Para mí hablar de mi relación es nuevo y empezó recién ahora, cuando le dediqué el título a Yoki. Pero no, nunca me acerqué a ningún grupo. Y lo siento raro, porque antes no me preguntaban sobre esto, aunque no tengo problemas en mostrarlo. Los temas del casamiento igualitario y las demás leyes me parecen muy copados, pero reconozco que no pienso demasiado en todo eso.
–En el ámbito donde nos movemos es al contrario, ya nos conocen y nos saludan por la calle. Incluso algunos vecinos que ni conozco me dicen: “Te vimos en la tele el otro día”. De todas maneras, mucho no exhibo, porque así como hay gente buena, hay otra muy mala.
Para que los pelos se ericen del estremecimiento, basta con mirar o recordar Millon Dollar Baby, la película de Clint Eastwood donde Hilary Swank (la misma de Karate Kid y Boys Don’t Cry) se vuelve la obsesión de un entrenador de boxeo retirado que la quiere ver campeona. Swank ensangrentada luce tierna y trágica: es un Cristo. La premiación de los Oscar puede no importarle a nadie, pero como dato anecdótico este film ganó mejor película, mejor actriz y mejor director en 2005.
El boxeo, que para muchos es símbolo de un instinto salvaje y violento, tiene otras realidades cuando se piensa en la cantidad de horas de entrenamiento para algo que puede durar los segundos de un nocaut. Como toda pasión, el boxeo tiene ritos, por ejemplo, hacer alarde en las conferencias de prensa y lanzar amenazas que son puro show, o también la vestimenta combinada con los guantes y los peinados o tatuajes. Nada de esto falta en el boxeo de mujeres.
En el ámbito local, una de las más populares es Marcela “La Tigresa” Acuña, que en octubre de 2013 consiguió su victoria número 40 (fueron 17 por nocaut) y logró el título mundial supergallo a los 37 años. La Tigresa hizo de todo: fue campeona sudamericana de karate a los 14, fue dancer del Bailando por un sueño de Tinelli en 2006 y en 2009 asumió de concejala del FpV en el partido de Tres de Febrero (y le regaló guantes rosas a Cristina).
En la voz de La Monita no está la tragedia de Millon Dollar Baby, ni la experiencia y el paso firme de La Tigresa. Su tono es el de la humildad, pero no el de un adulto humilde: parece una niña buena, de las que comparten.
–Es muy difícil para los hombres y más todavía para las mujeres. Por eso tengo como campaña de este año estudiar para profesora de Educación física y aprender. Las dos quisiéramos hacer esos estudios. Mientras tanto, nos las rebuscamos con los trabajitos que salen.
–Sí, a mí me gustaría enseñar en el barrio y que se transmita el boxeo de mujeres. También me gusta el fútbol desde chica, porque fui criada con dos hermanos varones y siempre jugaba con ellos, pero nunca llegué a una liga profesional y lo hacía como un juego. Acá, en San Martín, el boxeo de mujeres no se ve mucho, aunque de a poco se está visibilizando en toda la Argentina.
–Para mí es el tema de mantener el peso. El día del pesaje lo siento como un round más porque tengo un límite de 63,5 kilos y si me paso 100 gramos ya quedo afuera. Sobre todo son más exigentes cuando está en juego el título. Siempre vivo controlando el peso. En casa tenemos balanza, y además nos pesamos antes y después de entrenar para ver cuánto ganamos o perdimos. Hay que estar pendiente de no tomar ni agua para no pasarte. Después del momento del pesaje me relajo, a veces me tiene más nerviosa que la pelea misma.
–Lo que pasa es que si dejás de entrenar te achanchás, y yo engordo muy rápido. Si como cualquier cosa de más, ya engordo, pero cuando entreno me siento más flaca y no les doy tanto a las golosinas, que me gustan bastante. Antes me gustaba más lo salado, pero ahora con Yohana –que es golosinera– nos acostamos a ver una película y dice: “¿Comemos algo dulce? Total no vamos a pelear, un kilito más, uno menos”. ¡Ja! Y ahí a veces me tiento.
–El Chino Maidana y La Tigresa Acuña. De ella fui sparring hace dos años, que es la persona que te ayuda a guantear. Al principio era raro porque le tenía mucho respeto y no le quería pegar porque la conocía de antes y era buenísima conmigo. Ella es buena y muy humilde, me cae re bien. Y El Chino tiene mucha popularidad, es el primo de mi entrenador El Pileta y a veces va al gimnasio a entrenar y a visitarnos.
–Las dos veces anteriores tuve que ir a Colombia. Fui con mi entrenador y el promotor, y no podía viajar otro porque no había plata y no te lo cubrían. Yohana se tuvo que quedar y fue duro estar una semana sin ella y encima con los nervios del viaje. Porque te acostumbrás a que esté ella siempre al lado y después cuando te falta es difícil. Aunque esas veces hablamos bastante por teléfono, no es lo mismo que tenerla alentando ahí mismo.
–Tengo una calcita blanca que me regaló mi mamá y que uso desde la primera vez que peleé, está re gastada, pero la sigo usando debajo del short porque me trae suerte. También le pido a Dios que me salgan bien las cosas. Un día antes de pelear le pido a Dios que vea todo el esfuerzo que hago para llegar bien a la pelea y lo tenga en cuenta.
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