› Por Alejandro Dramis
El mundo del boxeo siempre fue un espacio de masculinidades exacerbadas y culturas machistas. Por eso no es nada casual que desde su nacimiento, en 1681, la práctica femenina de este deporte no haya figurado en los Juegos Olímpicos hasta 1904, y sólo a modo de demostración: oficialmente, el boxeo femenino fue incluido en los Juegos Olímpicos de Londres recién en el año 2012, hecho que lo llevó a convertirse en el deporte que más tiempo tardó en ingresar a los Juegos, a causa de la discriminación que han sufrido las boxeadoras en los cuadriláteros olímpicos. Tampoco es nada casual que el primer boxeador en actividad que se animó a reconocer públicamente su homosexualidad lo haya hecho recién hace menos de dos años: así, Orlando Cruz, boricua y de 32 años, se convirtió en el primer boxeador en declararse abierta y orgullosamente gay sin abandonar el deporte y, para redoblar la apuesta, luego de sus declaraciones le propuso matrimonio a su novio a través de Facebook, además de coquetear, de tanto en tanto, con la idea de usar pantalones de color rosa o con la bandera arco iris del orgullo LGBT durante sus combates.
Diferente fue el caso del boxeador norteamericano, ex rival de Carlos Monzón y seis veces campeón mundial, Emile Griffith, que con 70 años y ya muy alejado de su actividad abandonó abiertamente el closet en 2008. Tras una tragedia vivida sobre el cuadrilátero en los años ’70 y el reconocimiento público de su condición sexual, Griffith finalmente pudo declarar las contradicciones que le tocaron vivir: “Yo maté a un hombre, y la mayoría de las personas lo entiende y me perdona. Sin embargo, yo amo a un hombre, y eso para muchas personas es imperdonable”.
La homofobia en el boxeo no es una excepción y de tanto en tanto se sube al cuadrilátero, aunque por suerte, en los últimos tiempos, viene perdiendo sus combates: basta con recordar las recientes declaraciones de Evander Holyfield (aquel que perdió su oreja por un tremendo mordiscón de Mike Tyson), quien sostuvo públicamente que la homosexualidad es similar a una discapacidad, debido a que un médico podría curar ambas “enfermedades”, palabras que condujeron al reality show en el cual hizo tales declaraciones a emitir un comunicado de disculpas por los exabruptos del boxeador.
En estos temas, el séptimo arte tampoco se quedó atrás: estrenada en 2012 en la Argentina, Mi último round, brillante y emotivo film del director chileno Julio Jorquera, retrata la relación amorosa entre un boxeador y un cocinero de una forma completamente desprejuiciada e inteligente, reconfigurando así la imagen del boxeador-macho-mataputos en un personaje opuesto a la construcción típica del boxeador machista y violento, un estereotipo que, con un agregado de sadismo y celosía sexual, se puede apreciar en el personaje de Jake LaMotta encarnado por Robert De Niro en Toro Salvaje de Scorsese, en Gatica, el Mono de Leonardo Favio, o en el boxeador Davey Gordon, y el componente agresivo de su pasión sexual y posesiva por su vecina en El beso del asesino de Stanley Kubrick. Por el ala femenina, Million Dollar Baby de Clint Eastwood encarnó el coraje, la fuerza y la lucha de una mujer por triunfar en el complejo universo masculino del boxeo con el personaje de Maggie Fitzgerald. Todo este falso y absurdo enfrentamiento entre la homosexualidad y el boxeo encuentra una metáfora más que elocuente en Billy Elliot, cuando Billy decide reinvertir el dinero de su padre, destinado a las clases de boxeo, en las clases de ballet que le generan una mayor satisfacción.
En nuestro país, las boxeadoras vienen ganando su terreno y resistiendo arriba y abajo de los cuadriláteros: desde 2002, la Federación Argentina de Box comenzó a admitir mujeres en su escuela de jueces y árbitros, y día a día crece el número de las que dedican su tiempo y su vida a este deporte, preparando así un gancho definitivo para darle un golpe de nocaut al patriarcado boxístico.
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