Viernes, 14 de febrero de 2014 | Hoy
Hablemos de transexualidad, hablemos de amor. Pablo Gasol es director de teatro, Andrea Nogueira es artista plástica.
Por Pablo Gasol
El destino la puso frente a mí en el momento en que más desahuciado me sentía. Era la primera persona trans que conocía en mi vida, era mujer y era hermosa. Se me dispararon mil emociones juntas, y no pude dejar de pensar. Pensaba en ella y pensaba en el ser trans, en cómo ella vivía la vida que yo no me animaba, y se veía muy feliz con ello. Yo, que vivía mi vida en gris, veía la de ella en múltiples colores. A medida que pasaba el tiempo, empecé a buscar excusas para verla más de la cuenta, hasta que un día le confesé que era un hombre trans. Se lo escupí cobardemente por teléfono, de la única forma que me sentí capaz de hacerlo. Su primera reacción fue el intentar ayudarme, así que me invitó a su casa a almorzar. Después de una tarde de charla en la cual le conté cómo me había sentido siempre y por qué no había hecho nada al respecto, se ofreció a tirarme el I Ching.
De alguna forma una cosa llevó a la otra y terminé besándola. De un momento a otro, estaba arriba de ella dándole un beso interminable. Después de eso no pude mentir más. Como si ese beso hubiese roto la máscara que me había construido, decidí abandonar la vida en borrador que llevaba hasta el momento. Atraídos magnéticamente, nos besamos y nos enamoramos profundamente. Ninguno de los dos había conocido antes a un trans del otro género, y mucho menos había pensado en la posibilidad de enamorarse de uno. Ella había iniciado el proceso hacía poco, y yo lo comencé a su lado. No podíamos creer cómo nos entendíamos tan bien en tan poco tiempo, incluso podíamos compartir con toda la naturalidad del mundo los detalles de nuestros tratamientos y las posibles operaciones. Compartir la sensación de la represión nos hacía sentirnos más comprendidos que nunca. Incluso, muchos de los cambios que uno había vivido traumáticamente en la adolescencia el otro los esperaba con ilusión. Inmediatamente empezamos a convivir, y durante unos meses vivimos prácticamente encerrados en el micromundo que habitábamos juntos. Sentíamos que, después de una vida de búsqueda, por fin habíamos encontrado a otra persona en el mundo que realmente podía entender lo que sentíamos. El idilio que tuvimos por momentos se transformaba en lo que podríamos llamar una “comedia romántica trans”, con visitas a hospitales por los tratamientos hormonales, a hacer la rectificación de nombre y género de mi partida de nacimiento, comprar la primera faja, verme por primera vez con una barba pintada por ella, y vivenciar cómo ambos cuerpos iban cambiando. Eramos como dos chicos: un nene y una nena en cuerpos de adultos, profundamente enamorados, viviendo muchas cosas por primera vez. Tuvimos un retiro espiritual urbano y amoroso: fuimos dos hippies comprando en Carrefour, abandonando nuestro ecosistema sólo lo justo y necesario.
Según dicen, la etapa de enamoramiento dura unos meses, algo de cierto debe haber en la frase, porque en algún momento la cotidianidad nos trajo a la realidad. Descubrimos que los “maravillosos tratamientos”, que tanto hablaban de tetas que crecen, micropenes que se desarrollan y barbas incipientes, también traían consigo, como casi todo, “letra chica”. Los tratamientos hormonales nos llevan a una “segunda adolescencia” donde no sólo se desarrollan ciertos caracteres sexuales, sino que también el ánimo se ve de algún modo afectado”. “La libido a él le sube y a ella le baja. Ella llora más, y él se irrita con más facilidad.” Frases como ésas se repiten en las listas de “efectos secundarios” que circulan en Internet. Deberían estar en negrita y subrayado para que uno no deje de tenerlas en cuenta.
Este va a ser nuestro “primer Día de los Enamorados”, o mejor dicho nuestro primer 14 de febrero enamorados. Después de varios meses y objetos rotos, entendimos que somos una pareja como cualquier otra, y tenemos la gran ventaja de pasar por el mismo proceso, pero en veredas opuestas. Es una feliz coincidencia el habernos encontrado, como toda historia de amor.
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