Viernes, 4 de abril de 2014 | Hoy
Santiago Loza en Doce casas y Javier Van de Couter en La celebración construyen relatos donde la diversidad sexual, social y personal forman parte de la vida cotidiana. Dos directores que en el cine comenzaron a delinear su perfil queer dirigen dos unitarios que si bien no son de temática lgbtt, abandonan los estereotipos que la televisión suele apañar.
Texto Adrián Melo
Javier Van de Couter realiza, desde hace años, un arte militante, empeñado en luchar contra la discriminación, en pos de la visibilidad de los sectores y los escenarios más marginados dentro de la comunidad lgtbiq. Lo hizo como actor, en películas como Un año sin amor (2005), de Anahí Berneri, centrada en el sida y el sadomasoquismo gay, o representando en teatro ese manifiesto queer que es La noche que Larry Kremer me besó. Entre otros trabajos como director y guionista sorprendió con Mia (2011), construyendo un entrañable personaje trans que lograba empatizar con el gran público. Y ahora está pateando el tablero de la televisión cuando a partir del unitario La celebración incorpora temáticas tales como las de los cross dressing o la maternidad de las lesbianas mezclada con el mundo de los taxi boys, o presentando con naturalidad en cada capítulo un personaje vinculado con las diversidades sexuales.
Siguiendo una tradición moderna que puede hacer un arco desde el relato “Los muertos”, de James Joyce, en donde en una fiesta navideña se revela un amor del pasado que pone en jaque el presente de un matrimonio maduro, hasta la película homónima de 1998, La celebración de Thomas Vinterberg, el ciclo propuesto por Van de Couter parte de una fiesta para narrar una historia donde la sexualidad siempre tiene su parte.
Foucault criticaba que en la modernidad el sexo aparece como el último secreto, y que revela el ser último del ser humano. ¿Qué lugar ocupa el sexo en las historias que narrás?
–En varios capítulos el sexo aparece no sólo como imagen sino sobre todo como disparador. No se trata solamente de mostrar el acto sexual. Sino que de una situación sexual se desprendan diferentes situaciones que generen conflicto. Por ejemplo, en el capítulo centrado en la temática cross dressing interpretado por Luis Machin, que se llama “Bautismo”, nos parecía interesante poner al sexo en segundo plano y al deseo y no sé si a la identidad en primer plano. Digo no sé si la identidad porque la identidad, que por otra parte es siempre contingente y en formación, no se llega a conformar en este personaje. Quizás en dos o tres capítulos podríamos plantear otro recorrido donde el deseo del personaje se manifestara en el deseo homosexual o no. Pero en 45 minutos de tele sólo basta y tal vez no es un tema menor presentar la temática.
Nos parecía importante investigar sobre este tema que no estaba tan explorado y decir que el deseo de una persona de travestirse no necesariamente guarda relación con lo sexual. En este caso, es la historia de un hombre al que le gusta, le divierte, vestirse de mujer, que se siente mujer y que su deseo es por su mujer, su amor es por su mujer. Como dice el personaje travesti de la Turca, complicado ¿no? Y en ese “complicado” también estoy hablando de las dificultades de comprenderse y de establecer relación entre los mismos miembros de la comunidad.
No se nota ningún miedo de perder la corrección política o interna...
–Hay otro capítulo donde se cuenta la historia de una pareja de chicas que buscan un donante porque una de ellas quiere quedar embarazada, quiere ser madre. Ese capítulo se decidió contarlo desde un tono más fresco, más de comedia. Ellas hacen una especie de casting para posibles donantes y se terminan decidiendo por un trabajador sexual, por un taxi boy retirado del asunto porque ya no le da más el cuero y que entonces busca esto como negocio. Una de las chicas no quiere y siente prejuicios diversos frente al taxi boy y comienza a investigarlo. Entonces llega a saber que él tiene una hija y termina descubriendo algo más de la calidad humana de ese personaje.
¿Qué otros capítulos abordan temas referidos a la diversidad sexual?
–En todos los capítulos, por más que el foco no esté puesto en esto siempre hay un amigo, un tío gay, un personaje que representa a las llamadas diversidades sexuales pero que está más o menos naturalizado e integrado, como suelen estar integrados a las vidas humanas con o sin resistencias, son parte de la vida. Otros capítulos versan sobre el deseo femenino, sobre la tercera edad, sobre las corrientes de amor no sexual que a veces te salvan la vida.
En Cumpleaños, el hijo de una pareja gay está buscando a su mamá biológica. Es una búsqueda no sé si de su identidad porque él ya sabe quién es, pero hay un misterio en su vida. En todo caso, más que una problemática referida a la diversidad sexual es la que puede tener un chico adoptado. Con el condimento de ser hijo de gays.
¿Cómo conciliás hacer televisión con conciencia lgtbiq en una serie de unitarios que no se presentan como tal?
–No dijimos que iba a ser una serie centrada en las problemáticas de las diversidades sexuales. Sin embargo, cuando nos pusimos a pensar y a buscar las historias salía porque es lo que está pasando hoy, es de lo que sentimos que tenemos y que debemos hablar.
Me pasó un poco con Mia, en que si bien el recorrido lo hace un personaje trans yo no pensé esta película como una película queer sino como una película que narra una historia donde una persona se involucra con otra persona. Pero la temática aparece al ser la heroína del cuento una persona trans, cartonera y vinculada con el mundo de la prostitución. Sin embargo es probable que el público “diverso” se aburra más con esa película que no le muestra nada nuevo y quizá tiene mayor alcance para mi mamá o mi tía.
Yo pienso las historias desde personajes que me interesan. Y los personajes que me interesan están con una conflictiva referida a la comunidad. Muchas de las historias las escribí con la actriz de Mia, Camila Sosa Villada, que es una chica trans, que si bien no es la primera escritora trans –porque está, entre pocas otras, Nati Menstrual– sí es la primera que trabaja en la televisión, dentro del mercado, con todo lo que implica para una trans conseguir laburo y lugar intelectual en tele. El hecho de que esté Camila en el equipo creativo me inspira.
¡Sos consciente de que estás haciendo tv militante como en Mía hacías cine militante?
–Sí, con todo el equipo, con Pablo Cullel y Alejandro Quesada, somos conscientes de eso. es una responsabilidad y un gran acierto poder explorar el tema en un ámbito como un programa de tv. Justamente el programa de temática cross dressing fue el más visto y comentado. A la par que a los personajes de la historia, sobre todo a la mujer de Machin interpretada por María Onetto, se interpela al público a intentar comprender.
No será tu primera vez...
–Colaboré como guionista en la miniserie Tumberos (Caetano, 2002), que narraba una relación gay en la cárcel entre los personajes interpretados por Alejandro Urdapilleta y Gaston Pauls, y después en Los Roldán, donde también colaboré y sentí que en por primera vez en prime time aparecía una trans en el personaje de Laisa interpretado por Flor de la V. Fueron mis primeros pasos, yo no tuve que ver con incorporar un personaje trans pero me empecé a interesar por ese universo. Hoy tengo una miniserie escrita sobre travestismo que estoy negociando para poder hacer.
¿Cómo construís tus personajes, cómo los pensás?
–De diferentes maneras. Por ejemplo en Día de la Madre, en que trabaja Susú Pecoraro, partí de una situación trágica familiar para preguntarme qué le pasa a una mujer con el perdón frente a un agravio muy potente, frente a lo que se presenta como imperdonable. Lo del personaje interpretado por Machin fue inspirado en alguien que conozco; la historia me conmovió.
Por último, ¿cómo es que siendo tan lindo estás solo?
–(Risas.) Porque no encuentro a la persona. Pienso que técnicamente estoy preparado para el amor pero no llega. Y no es que trabajo tanto que me ocupa todo el tiempo y me siento pleno. Me aburro como loco. Espero que llegue.
Texto Alejandro Dramis
Nacido en la provincia de Córdoba hace 42 años, egresado del Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica del Incaa y de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático, Santiago Loza cuenta con una abundante producción teatral y cinematográfica en la que participó y fue varias veces premiado en festivales nacionales e internacionales. En esta última década realizó más de una decena de películas, entre ellas el documental Rosa Patria, sobre la vida de Néstor Perlongher, y escribió más de veinte obras de teatro ya estrenadas, como Nada del amor me produce envidia, Todo verde y La mujer puerca, en las cuales trabajó aspectos de la feminidad desde perspectivas introvertidas, con personajes habitantes de micromundos fuertemente condensados de emociones y contradicciones.
Esta semana desembarcó en la Televisión Pública como autor de Doce casas. Historias de mujeres devotas, serie que también dirige junto a Eduardo Crespo y que escribió junto con Ariel Gurevich. A través de doce historias unidas por la estatua de una Virgen que visita doce hogares familiares mes a mes en el transcurso de un año, Loza propone una mirada intimista desde el humor, la nostalgia y el drama con relación al universo de lo femenino y de la homosexualidad, ligado a la devoción mística y pasional encarnada en un puñado de inesperados vínculos que se producen entre los personajes que habitan en un imaginario pueblo del interior del país durante los años ’80.
Loza celebra el ingrediente festivo que rodea a la tira, confiesa haberse divertido mucho con las parejas ficcionales que se formaron para los capítulos y con el look ochentoso que adoptaron algunas de las chicas, en clara reminiscencia a ciertas adorables divas de aquella época.
¿Cómo surge la idea de hacer una serie para televisión que narra historias de mujeres y que tiene a lo femenino como tema principal?
–En parte, la convocatoria para hacer Doce casas en la TV Pública viene por el lado de mis obras de teatro. En el canal había funcionado bien En terapia, y un formato posible para hacer ficción era con esa estructura. De esa serie un poco se objetaba que la autoría era extranjera, y entonces me convocaron como autor y me preguntaron si esos mundos relacionados con la feminidad que yo había trabajado en el teatro podían hacerse en televisión. Así fue que les propuse Doce casas, y también me ofrecí para hacer la dirección y la escritura del guión. Yo soy espectador de tele, vi mucha tele desde chico y la motivación principal para armar esta serie era darme ciertos gustos, trabajar con ciertos actores y actrices, abordando temas que en general la televisión no toca, o que los encara desde otros lugares, mayormente intentando sacar un provecho en el morbo. Yo pensé en poder darles a esos temas y a esos mundos, que suelen pasar desapercibidos, otra dimensión y otros tiempos. En otra tira, los protagonistas de Doce casas ocuparían el lugar de los personajes secundarios, como por ejemplo la mucama o la sirvienta; pero acá tienen un rol central.
¿Cómo se combinan en este contexto de lo femenino las historias de la tira relacionadas con la homosexualidad?
–En un momento, la escritura empezó siendo sobre historias de mujeres, y con Ariel nos empezamos a dar cuenta de que los dos teníamos un interés en entrar en otras zonas en las que yo en el cine fui mucho más cauto y que acá el terreno daba para que hubiera capítulos con una temática clara y abiertamente queer. Hay historias de chicos, de chicas, pero todo súper ATP (“apto para todo público”), como si fuera lo más blando que hay en ese terreno. Fantaseamos con que sería divertido que una señora que está viendo la tele pudiese estar pegada a una historia como la de Susú Pecoraro y Julieta Zylberberg, que es una historia de amor entre dos catequistas. En la serie hay cierto humor y melancolía sobre lo queer, como un último momento de inocencia, y me parecía que en las historias aparecía un mundo descaradamente sentimental, descaradamente emocional, ligado al teleteatro y a la comedia, y que también existe cierta zona de lo gay o de lo queer unido a eso. Además, nos dimos cuenta de que todo era parte de lo mismo, y que había que explorar sobre lo que es ambiguo, porque las historias que tienen que ver con lo homoerótico o lo lésbico tienen algo ambiguo, porque trabajan sobre límites difusos, y porque también la mirada sobre la fe y lo religioso no es unidireccional o simple. Lo sexual, con respecto a la época en la que transcurre la serie, está todo mucho más tapado que ahora; está muy contenido, y hay otra cosa que subyace en la tira, que es el final de la dictadura militar. Eso no está en primer plano, pero influye, porque hace notar cierta zona de los fascismos de medio pelo de clase media del interior. No hay una condena explícita, pero sí está el “qué dirán”, flotando en el aire todo el tiempo. Uno creció con la consigna de que en esos temas “de eso no se habla” y que, en algunos casos como éstos, se hace “la vista gorda”, y mientras algo no se diga y no se nomine, es como que no existe. Como la serie transcurre en interiores, se hace posible que esas cosas no dichas en el afuera acá circulen.
¿Cuál es la relación entre tus creencias personales, la religión, el cristianismo y los personajes homosexuales de la serie y sus posibles contradicciones?
–Lo que me pasa a mí es que, de alguna manera rara, yo soy creyente. Yo no soy católico, pero hay algo en la serie que no está burlado y que convive con una pulsión mística, a veces medio trucha, a veces algo pequeña, a veces ampulosa, pero que se cuela permanentemente en las historias. La tira apuesta a lo amoroso, y entonces la devoción, finalmente, no tiene que ver con un dios sino con que la madre es devota de su hijo, y el hijo es devoto de su mejor amigo del que se enamora, por ejemplo. Lo amoroso va circulando en la serie con sus derivas, a veces con una falta de concreción, como una pulsión. Ahí es cuando yo voy a lo básico, como cuando los curas te enseñaban que Dios es amor. Y el amor no tiene moral, no tiene dogma. El dogma hizo catástrofes, y el amor es eso que va a seguir circulando entre la gente todo el tiempo, y tampoco pasa por el género. A veces lo que hay es cierta reflexión de cómo creer, para qué creer, por qué seguir creyendo. Hay cierta emoción, ciertas formas de fe, pero es una serie sobre lo amoroso, sobre cualquier tipo de amor.
Las historias ¿son reales o están inspiradas en eventos que efectivamente ocurrieron?
–El origen de la idea de Doce casas tiene que ver con ciertas vivencias personales, con mi pasado católico, del cual uno ya se alejó, pero del que ahora puede darse vuelta y mirar con cierto humor y cariño hacia ciertas situaciones que en otro momento darían espanto. Yo soy del interior, y en la serie hay algo ligado a la vida del interior, al chisme, a la zona más baja de lo cultural, y era interesante la idea de trabajar cierto espesor poético o literario dentro de eso. Cada historia está pensada como un folletín romántico, y hay un cruce muy claro entre lo teatral, el cine y la tele. También hay un cruce entre lo que uno escuchó, vio e imaginó, y en todo eso está muy compartido el mundo de Ariel con el mío. Todo los personajes son como arquetipos, como, por ejemplo, el chongo o la tía soltera, que de a poco se van humanizando, y a medida que van avanzando, van apareciendo diferentes aristas que partieron de esos arquetipos con los que juega la serie y que son muy reconocibles. Hay algo de experimento y también de mucha accesibilidad.
¿Ves alguna relación posible entre Doce casas y otras series televisivas de temáticas femeninas, como Mujeres asesinas, por ejemplo?
–Con Ariel nos resultaba divertido pensar que en la tele muchas veces ponen mujeres asesinas, y bueno, acá estas mujeres son devotas. Acá nadie mata a nadie, acá no pasa nada terrible, grave o escabroso. Son universos corridos, dolidos, y en ese aspecto la serie es sumamente reparadora. Los capítulos son como pequeños cuentos o fábulas para antes de irse a dormir. Alguno más alocado, alguno más trash, pero todos arman mundos muy emotivos y conmovedores. Los personajes son muy pequeños y silenciados, están un poco perdidos, pero en el transcurso de sus historias algo van a aprender. Hay mucho delirio profético, y cada tanto estos pequeños personajes experimentan cierto flujo místico casi en contradicción con el tamaño de su humanidad, como si eso los excediera. También hay algo bíblico, pero bíblico trucho, bíblico del interior. Los personajes tienen su momento de gloria y de claridad. Eso me pasa a mí mismo. Yo no soy una persona que debería estar en la tele. Está bueno que nos dejaran pasar un rato y jugar, porque no somos los más indicados para estar ahí.
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