Sábado, 19 de abril de 2014 | Hoy
LIBROS I
Chispas, eyaculaciones, shorcitos transpirados y más en la pluma grunge de Soto. Ya está en las librerías Electricidad, libro que reúne las poesías que compuso entre 2012 y 2013.
Por Daniel Gigena
Psicólogo, narrador, editor, docente, Facundo Soto inició su recorrido literario por la poesía. Desde 2011, su hiperproductividad textual afloró en ediciones de autor, en las publicaciones cartoneras (establecidas de una vez y para siempre por su amigo Washington Cucurto) y en antologías trash o border, junto con Fernanda Laguna y Pedro Mairal, entre muchos otros. Nacido en 1972, ya cuenta con diez títulos propios –Taller literario y Juego de chicos, sus libros de relatos, fueron publicados respectivamente por Blatt & Ríos y por Conejos, sello en el que integra el comité editorial– y varias colaboraciones en medios gráficos y digitales. Gracias a Juego de chicos, donde abordaba las relaciones entre los jugadores de un equipo de fútbol compuesto por gays y travestis a través de un narrador que modulaba las historias que los demás le contaban, a la manera de una Scherezade con pito, su nombre se hizo conocido en el aún estricto y estructurado ambiente literario local. No en vano su segunda novela tomaba un microcosmos de ese ambiente, el de los talleres de escritura que abundan en la ciudad, y lo utilizaba para registrar estrategias, costumbres y derivas de los aspirantes a escritores.
Ahora Electricidad, la hermosa edición en dorado y gris de Vox, reúne cinco libros de poesía del autor compuestos entre 2012 y 2013: Entrar al sol, Qué hacés campeón, Chucherías baratas y Fuegos artificiales, además del que presta el título al conjunto. “Electricidad” es también el nombre del primer texto –es difícil llamar poesía a los experimentos verbales de Soto, ya que apelan a registros diversos: crónica, relato, verso libre, aguafuerte–, que enumera el sinfín de acciones que conformaron una historia de amor entre dos varones. Las imágenes de la vida cotidiana se perforan desde adentro del poema para iluminar, como cuando en un cuarto oscuro se enciende una lamparita, un quicio (y un modo de mirar) inadvertido: “Un shorcito de fútbol usado. Una cabeza rapada para acariciar como un felpudo. Un perro. [...] Ver cómo un amigo le pasa la pelota a otro para que haga un gol. Esas son algunas de las cosas que tendrían que estar en un museo”, se lee en “El cielo azul. ¿Por qué el cielo es azul?”.
En una zona deliberadamente difusa entre lo personal y lo estético, la escritura de Soto combina el repertorio que el cuerpo masculino ofrece –fluidos y sensaciones, prototipos y singularidades, vestuarios y drogas, escenarios y filiaciones (superpobladas de padres, pero con una misma madre... ¡en la cocina!)– con instantes de reflexión menos prosaicos: “Si lo invisible se viese, sería tangible el zurcido que hicimos de energías, como una telaraña, una constelación de estrellas, un mantra”. De un léxico común, sus fragmentos (casi siempre titulados con palabras o expresiones presentes en el texto) extraen una clave atemperada de sentidos que la lectura debe recuperar y expandir. “Tenía una lengua. Pensé en escribir un poema a la lengua. Cuando dos o tres personas se besan, usan la lengua, la punta de la lengua. Pensé que la lengua transmite cosas que el lenguaje deja afuera, como antenas.” En ese “dos o tres personas” que se besan, casi inaparente, Soto hace jugar sin alharacas un erotismo contemporáneo donde la degradación y la felicidad, así como el abandono y la maravilla, pueden entenderse amigablemente.
La edición de Vox guarda algunas sorpresas: las tres “Golosinas” –episodios infantiles donde un alfajor Jorgito, caramelos o un puñado de corazoncitos Dorin’s dominan la escena– están acompañadas por los iconos de los envases de los productos. Ese predominio de las imágenes en Electricidad, reforzado en este caso por estampas impresas, permite la reconstrucción paso a paso de una pasión acaso compartida. “Metáfora de los días. Eso es todo”, se lee en “Copiar y pegar”. Lo que no es poco. “Yo busco eso con la poesía, la conexión del lector con el texto –dice Soto–. Y cuando digo conexión, digo identificación y la búsqueda de una chispa, de producción de un sentido íntimo, mezclado con una forma estética que te acaricie, no que te golpee. Pero sí que te sacuda o que te despierte. Cuanto más vital, más luz, mejor.”
Chispas, eyaculaciones, cerveza, amigos, la poesía grunge de Soto avanza en espiral, recupera y desecha temáticas, a las que vuelve a utilizar, en rotaciones de tercera o cuarta mano (su propia mano incluida). ¿Planes para el futuro? “Los textos que estoy escribiendo ahora, algunos, tienen otra forma. Y otros, otras temáticas, como recetas de cocina, etcétera; pero finalmente me siguen saliendo desprendimientos inconscientes de ideas, asociaciones o descubrimientos sobre la belleza del cuerpo y la actitud masculina, que me parece algo alucinante y me atrapa para su contemplación.”
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