Viernes, 9 de mayo de 2014 | Hoy
Tembló el Monumento a la Bandera. Una mujer que no encaja en el modelito de mujer, una mujer que desea a otra, otra mujer que no quiere guardar silencio. Este fin de semana hubo más que eso: más de un centenar de lesbianas reunidas en Rosario durante la segunda edición de La celebración de las amantes, un encuentro político y sexual donde conversaron, se besaron, se lengüetearon, discutieron, bailaron, tortillearon como en una isla cada vez más grande.
Por Paula Jiménez España
No fue la primera vez que a las calles de Rosario las tomó un grupo enorme de mujeres mostrando sus tetas, lesbianas de torsos desnudos, de pieles inscriptas al rojo del rouge con lemas antipatriarcales, anticlericales, con lemas anti anti anti. Tampoco la primera en que el horror acudió a lxs boquiabiertxs feligreses o a lxs ciudadanxs comunes cuando esas mismas chicas subieron la escalinata de la catedral saltando y cantándole al cura, al monaguillo, a la señora que rezaba arrodillada frente a la cruz: Iglesia basura, vos sos la dictadura. O a la otra señora, la que pasaba de casualidad y que se encontró de pie frente a eso que nunca soñó que iría a ver y que por suerte –secretamente pensó que por suerte– vio su propia liberación en los cuerpos de las otras. No fue la primera vez que las lesbianas quedamos afuera. Claro que no. Ni siquiera fue un hecho inédito que estas mismas mujeres hubieran intentado penetrar en el templo católico apostólico y románico de la gran ciudad santafesina (ya existió un mayo de 2008 y una iglesia rosarina perpleja ante la multitud de tortas y bisexuales de todo el país que se reunieron en el Encuentro Nacional para marchar celebrantes, desnudas, enojadas). No fue la primera vez que a esta torva despadrada, desmachada, desinscripta de las tablas de la ley, la Iglesia le cerrara sus puertas en la cara. Y no fue la primera vez, ni será la última, porque esto recién empieza. El sábado 3 de mayo, en la ciudad de Rosario, ese cierre no tuvo un pelo de simbólico, sino que fue pura literalidad: las grandes hojas de metal con sus millones de arabescos santurrones dieron su golpe final dejándonos excluidas de la vida eterna. Sonaron secas, como una guillotina.
Abajo (siempre se está abajo de la iglesia si no se está adentro), abajo, en la plaza, quedamos las más de 130 lesbianas de pechos de variados tamaños, colores y formas sacándoles sus mejores notas a los pitos de cotillón que repartían las organizadoras, disparando fotos panorámicas en las que no entrábamos todas por lejos que se pusiera la fotógrafa, gritando a los mirones Pajeeeeeeero, pajeeeeeeero, mientras discutíamos entre nos qué hacer frente a la irrupción de esos ojos, lascivos quizás, o simplemente asombrados. Si nos desnudamos ya sabemos que nos van a mirar, ¿por qué agredirlos entonces?, preguntaba C. indignada, tratando de sacarle punta junto a otras a una estrategia de política callejera que se va gestando en el camino de cada tetazo, que no tiene reglas fijas –por suerte–, que merece ser discutida una vez más. Para las que discutían con C., por ejemplo, exponer a los mirones, como mujeres y como lesbianas, era saldar una deuda pendiente. Y no era la única: la de ayudar a salir a otras del closet también. En el camino hacia la plaza, frente a cada ventana abierta desde donde se asomaban cabecitas curiosas, el lesbocanto colectivo señalaba: En esa ventana/ hay una lesbiana. Es que las tortas ya no queremos quedarnos con la boca cerrada. Ni la boca ni nada, claro. Porque la apertura es el punto de fuga, la perspectiva, la continua conquista, el bien detentado en esta guerra. Abrir: abrir las zonas cerradas del lenguaje, abrir los cuerpos clausurados por la cultura, abrir las celdas de los confesionarios, de la explotación, del color blanco, abrir lo privado y transformarlo, por supuesto, en experiencia colectiva y preocupación política, abrir la caja hueca de la sacralidad y sacar unx conejx. Abrir la boca y reírnos, reírnos, reírnos.
Una forma de revolución ésa, la risa, raramente asociada a las lesbianas si no es por excepciones como Ellen De Generes, que con su ingenio chispeante parece confirmar la regla que nos convierte al resto en aburridas. Bueno, después de escuchar a la inteligentísima activista Cecilia Marin exponer en el “Conflicto C: Relaciones sexoafectivas”, queda claro que la yanqui es una más. El texto de Marin, con muchísima gracia, analiza una situación autobiográfica. Para ella y su pareja el paso de la monogamia a la poligamia se planteó como una posible forma de resolver una contradicción (una de las tantas) que desde la experiencia cotidiana aparecen entre la elección de la vida familiar o de pareja y el deseo personal, o más bien individual. Digamos que esto es lo que las llevó a abrir (sí, otra vez abrir, por supuesto) los límites conocidos para encontrarse, inesperadamente, con otros todavía más irresolubles. El poliamor, que lejos está de ser un paraíso, terminó siendo un contrato traducido en una seguidilla interminable de pautas. La narradora, acosada por los requerimientos de su novia, concluye: “Ah, ya entendí, ahora puedo empezar a pedir boludeces”. No obstante, aún frente a las mil y una dificultades que la nueva situación les trajo, la pareja ha llegado a conocer otra dimensión vincular y sin retorno. “Es como quien ve algo que después no puede dejar de ver, aunque quiera”, dijo Cecilia, extramuros.
La diversión fue también tónica dominante para el taller de “Conflicto B: Política lésbica” que proyectó un video producido durante la tarde del sábado 3, horas antes de la marcha, cuyo tema era la creación de un “Profesorado de tortas” compuesto de materias como “Clitología: uso y placeres del clítoris”, “Introducción a vos misma”, “Coger es actuar” o “Viejas locas y verdes: historia lesbiana”. Además, el programa daba consejos muy sabihondos que pueden ser muy útiles para la colectiva como “Si nos organizamos, garchamos todas”. Para los recreos, el video documental proponía un juego bastante baboso: la mancha de la lengua. Y ahí se las podía ver a las chicas convirtiendo en “mancha chupadora” a la que atrapaban y lograban chupar a piacere con sus lenguas tan creativas. Y adentro del aula, como buenísimas alumnas que eran, se masturbaban todas juntas frente a la cámara. En fin, una joyita del cine y la pedagogía que las maestras de esta escuela rosarina donde se realizaba el evento, la Nº 8, nunca deben haber soñado mostrar al alumnado. Pero siempre hay una primera vez.
En la muestra del taller de “Conflicto A: Cartografías del cuerpo lesbiano” la risa no fue un efecto buscado, pero sonó alto: ésa fue la reacción del público torteril mientras veía cómo una pasaba delante de la otra tratando de descular (sí, descular) los detalles que la delataban como lesbiana. Las chicas eran muy buenas actrices y resultaba gracioso ver cómo repetían los mismos tics frente a otra lesbiana: prácticas de reconocimiento en medio de la heterojungla. Las integrantes del taller de “Conflicto C: Relaciones sexoafectivas” apuntaron, en cambio, a un ejercicio del tipo gestáltico: en un gran círculo, ellas –que eran muchas– se tomaron las manos, cerraron los ojos y caminaron hacia un centro en el que se encontraron para sentir la cercanía con las demás; corporización del continuum lésbico que años ha acuñó Rich como concepto y que en la práctica sigue siendo para las nuevas generaciones (casualmente de este taller participaban las más jóvenes) un lugar de refugio, apoyo, sororidad. Pero este ejercicio fue la evolución de una dinámica lúdica que había arrancado un par de horas antes con la representación en vivo de poses eróticas que lo incluían todo y si no a todas, al menos a muchas. El juego en los pezones, el clítoris y demases zonas del cuerpo lesbiano les daban argumento a las escenas grupales que lograron sonrojar a más de una.
Esta segunda Celebración, organizada por Faby Tron, María Luisa Peralta, Irene Ocampo, Gabriela Lorenzo, Andrea López Estibiarria y Natalia Vidal, fue la reedición de la primera, la que se hizo los primeros días de abril de 2012 en la ciudad de Córdoba. También, como en aquella ocasión, a ésta acudieron lesbianas de todo el país –empezando por las porteñas que nos movilizamos en masa–. Entre las expositoras se contó, entre otras, con la presencia de la neuquina Gaby Herczeg, quien a través de un power point planteó de modo clarísimo y completo –y apoyándose en teóricas como Monique Wittig– el problema de la disidencia; Marian Pessah también viajó especialmente, en su caso desde Porto Alegre, para participar de la mesa de Relaciones sexoafectivas, donde habló del amor que le sigue al amor, el de las ex parejas.
Como la resurrección, todo sucedió en tres días con sus correspondientes noches y no faltó nada: nada. Ni siquiera Teresa de Lauretis, que presenció las ponencias y en los recreos salía, no a jugar a la mancha de la lengua, sino a fumar. Hace treinta años que te leo, le confesó Ana, una activista histórica del lesbofeminismo que pensó dos veces si acercarse o no a este tótem de la teoría. ¡Cuánto tiempo!, le respondió con falso asombro la italiana. La tamaña fiesta de la disidencia y el orgullo por la que De Lauretis viajó exclusivamente a Rosario arrancó a las dos de la tarde del 1º de mayo y terminó el sábado 3 con la caída del sol. Fue entonces cuando el inolvidable tetazo copó las calles y avenidas de la enorme ciudad erigida frente al río, con alto Monumento a la Bandera y nombre divino.
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