Viernes, 9 de mayo de 2014 | Hoy
La semana pasada, esa suerte de anti biblia de toda una comunidad, el Poemario Trans Pirado de Susy Shock, fue declarado de interés para la promoción y defensa de los derechos humanos por la Legislatura porteña. Marta Dillon dijo estas palabras durante una ceremonia que fundió a todxs en un canto poderoso al ritmo de la baguala.
No sé por qué raro honor me toca hablar en este acto de justicia, pero desde el primer momento que lo supe me emocionó. Tal vez porque me hace sentir parte de una comunidad, de una corriente de voces, como en el río de Armando Tejada Gómez que se libera en la voz de Susy Shock cada vez que se presenta y reclama su derecho a ser un monstruo, que desplaza lo normal hacia quien lo quiera, sobre todo a quienes pretenden imponerlo, porque el supuesto de normalidad no es nada más que opresión. Hoy me desperté a las seis de la mañana con la idea de garrapatear algunas palabras para intentar estar a la altura del poemario transpirado y confieso que todo lo que conseguí fue transpirar, y no es poco. Porque es el cuerpo el que habla cuando suda y es en el cuerpo directamente donde hace eco ese poemario que crece, se desenvuelve, se cuestiona y se transforma cuando Susy dice. A esa hora sin luz, en la vigilia desesperada por encontrar palabras me encontré con un mensaje de Susy a las que estamos aquí reunidas para festejar sus palabras. Ella estaba nerviosa, reclamaba amor a las amoras, amores y amoris por el FB y me acordé de que no es la primera vez que nos encontramos a horas extrañas. Me acordé por ejemplo de la mañana en que empezaba a languidecer la fiesta de mi casamiento, una fiesta política en octubre de 2010 en la que ella cantó “si yo puedo abrir un camino, voy a hacerlo, voy a hacerlo”, y que a las nueve de la mañana se negaba a terminar. Susy entre las últimas, el taco roto, el rímel corrido, las medias agujereadas; tal y como estábamos todas, tal como merece una buena fiesta. Tal como merece la memoria de los nuestros, esa que habita en el poemario transpirado, los nuestros que no están, los nuestros que abrieron camino, los que habitan también en el temblor de las voces cada vez que se camina un paso adelante como cuando ganamos el derecho al reconocimiento de nuestras familias, cuando ganamos el derecho a ser sin imposiciones biológicas a través de la Ley de Identidad de Género. Parte de su potencia el poemario de Susy se la debe a esa memoria comunitaria que fraguó en esa voz de colibrí, ese tono que conjuga todas las posibilidades de ser y de fluctuar entre ellas, que puede poner en el cielo su nota más aguda y buscar en la tierra, en la Pacha de la que todos venimos y a donde todos vamos, la que da el azúcar y la hiel, el rumor de las hormigas, las raíces que se despliegan, el latido de la vida. No me acuerdo cuándo fue la primera vez que escuché el poemario, cuándo fue la primera vez que me puso a sudar su cadencia, su provocación, su capacidad anticiclón de expulsar vientos y arrasarnos. Sé que cuando lo escuché sentí su latido y también el mío, y cayeron en cascada preguntas que alguna vez me había hecho. ¿Alguna vez escuchaste tu latido? ¿Sentiste la fragilidad de ese ritmo, la constancia de la sangre? ¿Pusiste alguna vez tu oído en la tierra, en el tronco de un árbol? ¿Alguna vez escuchaste el latido de tu amante, el galope del amor, la cadencia del después, su secreta violencia? ¿Alguna vez notaste que alrededor todos respiran y cada uno mantiene su ritmo, y no se confunden por más que uno esté agitado y el otro dormido? Cada cual tiene su pulso, su intervalo; cada cual asiste a su silencio y su sonido, cada uno tiene un nombre como un Código Morse. Una sucesión de golpes iguales que se repiten en el tiempo, con levísimos cambios, ni siquiera perceptibles para vos, que sos el nombre y el latido. ¿Alguna vez esperaste que el mundo haga silencio y todavía estás quieto conteniendo la respiración y el mundo no se calla, ni las hormigas dejan de caminar, ni siquiera vos podés con el murmullo de tu pelo, el agua en tu boca, una catarata que cae en tu estómago? ¿Alguna vez tuviste miedo del silencio como algo que está por llegar y nunca llega y promete lo peor, pero no llega? ¿Alguna vez deseaste que nada en tu casa hablara de nuevo y las cosas igual se rebelan? ¿Alguna vez escuchaste tu latido? ¿Lo escuchaste? ¿Le preguntaste? ¿Sabés lo que quiere? ¿Dice tu nombre? ¿Reconocés tu nombre en tu latido? ¿Reconocés tu nombre en la daga que se clava en tu garganta, los reconocés en el vértigo de los días, en el trabajo mecánico, en los besos que no das? ¿Te das cuenta de que tu boca es un abismo y allí se suicidan tus ideas? ¿Sentiste la intemperie cuando el pasto te acaricia y deja su marca como un tatuaje en la piel? ¿Sufriste vergüenza, alguna vez, por estar al aire con ese latido expuesto sobre la tierra; ese latido derramado como un charquito, ahí, bajo tus pies, cuando te confesaste parte de este dolor cotidiano, de no saber hacia dónde ni desde dónde y sin embargo seguir caminando, buscando, hurgando donde nadie busca, ahí, en las cavernas donde anida tu deseo, sordo de latido, de un latido idéntico al tuyo, que empuja, que grita, que da golpes contra tu sordera y te conquista una noche sin fantasmas porque todos los fantasmas dicen silencio para que vos escuches? ¿Alguna vez sentiste tu latido como una plomada que cae directo al fondo de la tierra, que te lleva al lecho de cada uno de tus muertos, que late al ritmo de los que están enterrados, aun respirando, aun comiendo de tanto en tanto, aun viendo cómo la luna cambia mes a mes, aun así enterrados?
Y me contestó: sí, lo sentí y lo siento, me atraviesa desde el ruido de una caja cargada como un ekeko, un latido que es mío y de ella y de él, que agradezco y al que me rindo, por lo que me pregunta, lo que me contesta y porque puede abrir un camino, y tiene que hacerlo, tiene que hacerlo.
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