Viernes, 3 de octubre de 2008 | Hoy
X 4
Monjitas poseídas por el diablo del deseo, monjitas enardecidas por la clausura, son algunas escenas básicas de este subgénero conocido como “nunsploitation” que tuvo su furor en los setenta. ¿Sólo para hombres?
Después del estreno de la mítica Emmanuelle en 1974 con Sylvia Kristel, las aventuras de la ninfómana de celuloide más famosa se multiplicaron como plaga. Las hubo con una “m” y con una “l”, negras, orientales, entre caníbales, en Tailandia, en prisión hasta que finalmente después de pasar por cientos de desenfrenadas peripecias, como si fuese la heroína de una telenovela caribeña, Emanuelle se hace monja.
Recibe el encargo de encaminar a una nueva y joven novicia. Ella se esfuerza, pero aunque haya tomado los hábitos hay uno que no puede reprimir y es el de sucumbir ante las caricias femeninas. Sor Emanuelle representa la forma más básica del nunsploitation, la que asegura al espectador que el deseo sexual es una fuerza incontenible, capaz de traspasar aun las gruesas paredes de un convento.
Carmela, la recién llegada, no tendrá respiro. Será acosada por sus compañeras casi de inmediato. Sufre con miradas incómodas, algún comentario o una caricia inoportuna. Finalmente, se produce lo inevitable. La pregunta que se plantea sería: ¿cómo es la sexualidad de una monja? Respuesta: un convento es una fabrica de lesbianas que funciona 24 horas por día. Carmela cuenta con un elemento externo, su novio, que es capaz de escalar las paredes que los separan para poder acceder a ella. Su vida sexual transcurre entonces en ese vaivén, entre las orgías que organizan sus amigas y las apariciones de su furtivo amante. Esta película se centra en la idea del encierro como generador de un comportamiento sexual particular, ignorado por completo por aquellos que permanecen afuera.
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