Viernes, 26 de septiembre de 2014 | Hoy
TEATRO
El director mexicano Sebastián Sánchez Amunátegui propone con Tiernas criaturas un desvío para cualquier definición de familia tipo y, contra la lógica generacional, monta la salida del closet de un padre sexagenario ante su hijo.
Por Paula Jiménez España
Llueve. El hombre espera en la puerta del teatro del Abasto mientras habla por teléfono. Cuando corta y se da vuelta, saluda. Tiene una sonrisa brillante que contrasta con el gris tremendo de la tarde. Es la sonrisa de satisfacción que le sigue al estreno a sala llena de Tiernas criaturas, la comedia que integra un elenco de argentinos y que dirige él, un chileno radicado en México desde hace veinte años. Se llama Sebastián Sánchez Amunátegui.
El texto fue escrito por Gonzalo Senestrari, un joven dramaturgo argentino. El director explica el encuentro: “Le pregunté a Gonzalo si tenía algún texto de temática familiar. A mí me gusta el tema de la familia. No hay otro modelo que el de la familia disfuncional. Vivimos siempre en el mito de que existe una perfecta, pero no hay ninguna, en ninguna parte del mundo”.
¿No diste en México con ningún dramaturgo que explorara este tema?
–Los argentinos lo exploran mucho más. El texto que me mandó Gonzalo con ese personaje que es un padre gay me encantó. En mi caso, tuve una pareja cuyo padre era gay y lo torturaba silenciando su propia identidad. Se lo confesó después de haberlo vuelto loco mucho tiempo. La manera en que está abordada en Tiernas criaturas me gusta porque no hay ningún juicio de valor. Creo que para la generación de los que tienen hoy sesenta años, el tema no fue tan fácil de asumir. Porque este padre, en el fondo, no podía abandonar su estructura heterosexual. Nuestros padres nos jodieron mucho con ser gay. Que en esta obra sea el padre el que se asume gay es el mundo al revés.
Porque es el hijo el que se tiene que poner en la piel del padre, algo que no siempre logramos hacer lxs hijxs...
–Este es un padre muy poco frontal, porque tarda en decirlo, en ese sentido no se lo hace tan fácil tampoco. Como tarda también en decir otras cosas. La omisión siempre está ahí. Esta es una obra que dirigí también en México y que ha sido muy bien recibida. De hecho, hay bastantes directores que tratan mucho la temática gay, de variadas maneras. Martín Acosta, por ejemplo, ha dirigido dos versiones de Shakespeare donde hacía gays a todos los personajes, en teatro institucional, con gran producción. No es un tema tabú. El padre gay de Tiernas criaturas les ha parecido simpático.
Los personajes de Alberto y Javier, que son pareja, no se dan un beso en toda la obra, ¿por qué?
–No encuentro el momento donde puedan darse un beso. Además, a veces siento que porque tienes dos personajes gays tienes a fuerza que hacerlos darse un beso, ¿por qué tendrían que hacerlo? Hay un momento en que tienen un acercamiento, pero Alberto está en otra. Además él, que es el padre, todavía conserva cierto pudor, puede demostrar su afecto de un modo infantil. Creo que algo así le pasa a esa generación. Si te asumes gay tan tarde, te has salteado algo.
¿Lo tomás como una cuestión generacional, como que hubieran vivido unos años bache en los que fueron padres o se casaron con una mujer?
–Los que tienen más de sesenta años tienen las ganas de expresarse más pero no tienen las herramientas, porque no lo han hecho por mucho tiempo. En la obra, el padre dice “siempre fui un poco gay”. Un poco, como una cosa aproximativa. Así le contesta al hijo cuando le pregunta desde hace cuánto lo sabe. Pero el hijo, en verdad, no se molesta con que el padre sea gay, sino con que ese padre tenga una pareja de su edad. La pregunta sería: ¿Qué haces con un chamaco como yo? Si fuera hétero querría sin duda seducir a la novia del padre. Algo le sucedería siempre con lo que eligiera el papá como objeto sexual.
Los dos gays de la obra aparecen muy afeminados y, a partir de ahí, ridiculizados por momentos, ¿por qué?
–Porque esos personajes son así. Ahí me baso mucho en la gente que voy conociendo en la vida. En esos personajes que son supermaricones, superamanerados y están casados y tienen hijos. Te pones a conversar con algunos y ni siquiera están ocultando nada. Esta podría ser una característica de un heterosexual, y te digo que hay muchos. Piensas que es gay por su gestualidad, por cómo caminan o mueven las manos y resulta que tampoco ahí hay una regla general, que algunos no lo son y otros sí.
Vos sos productor, ¿produjiste otras obras en las que se tuviera como temática lo GLTB?
–Dirigí en teatro una historia que se llamó Los arrepentidos, basada en un documental sueco que trataba sobre un chico que conducía un programa de radio y que un día propone a los radioescuchas que llamen y cuenten de qué se han arrepentido. A los cinco minutos llama uno y dice: yo me arrepentí de cambiarme de sexo. A los cinco minutos llama otro y dice: yo también. Y él decide juntarlos. De eso se trata el documental que yo adapté al teatro. Uno había sido conductor de trenes y el otro tenía una tienda de antigüedades. Los dos fueron mujeres muchos años y querían volver a ser hombres. La obra de teatro es la recreación de ese encuentro. Alguien vino a verla y me dijo que toda la comunidad se me iba a venir encima. Y la verdad es que no. Terminamos haciendo una función para trans. Al final alguien le termina diciendo a uno de los dos protagonistas que no es necesario tener un pene para ser hombre, que no necesita volver a tenerlo, que viva como un hombre si así se siente.
En cine acabás de dirigir una película de temática lésbica, ¿verdad?
–Sí, la filmé aquí en Argentina y la protagonista es lesbiana. La madre es Ana María Picchio; otro de los personajes, el ex novio de ella, lo hace Juan Gil Navarro. Se trata del regreso de una chica argentina que vive en México y que vuelve a su país para enfrentar cuestiones del pasado. La película se llama Lo que nunca nos dijimos. Creo que somos gente de omisión, en muchos sentidos.
¿Y a vos, personalmente, te costó salir del closet?
–Yo se lo dije a mis padres a los quince. Y eso hizo que a los veinte no fuera un tema. Para mí no lo es hoy en día, que tengo cuarenta. Cuando era chiquito yo decía me gusta aquel o este otro y mi madre me corregía, me decía no, te tiene que gustar ella. Por eso cuando le dije a mi madre, me dijo que ya sabía. En realidad, no reaccionó tan ligeramente. Pero para mí no es tema. Desde que se aprobó el matrimonio igualitario fue impresionante, todo el mundo salió de la mano a la calle y se besaban y hubo una revolución silenciosa, que también es como plantarse y decir, así es, punto. Antes te reprimían si manifestabas públicamente tu homosexualidad. Ahora, Ciudad de México es un reducto dentro de un país machista. Sales del D.F. y escuchas unas historias tremendas. El norte es muy católico y conservador. Y es tremendo, porque un gay no asumido genera violencia en sí mismo y en los demás. Sigues escuchando historias de gente del norte que es capaz de hacer cualquier cosa para ocultarlo y que los demás no hablen. Culebrones de la vida cotidiana que complican la vida propia y la de los otros.
Pero aunque Ciudad de México sea un reducto, la situación de las travestis, tengo entendido, no es nada fácil, ¿verdad?
–Es complicada. Tiene que ver con la idiosincrasia. Hay un estudio sobre esto. Al macho mexicano le encanta cogerse a una travesti, más que a una cis mujer. Bueno, la consideran mujer (como si no hubiera prejuicio) en el momento de acostarse con ella. Y el macho es un personaje... y ahí se va la violencia también. Igual, Ciudad de México es una ciudad muy globalizada. Y está un poco de moda ser gay. Ya se han dado cuenta de que los gays tienen poder adquisitivo alto, mucho más que las lesbianas. Si el mercado se da cuenta de esto le da lo mismo todo, no tiene moral. l
Tiernas criaturas. Lunes a las 21, Teatro del Abasto, Humahuaca 3549
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