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Viernes, 26 de septiembre de 2014

TECNOLOGÍA DEL ORGASMO

La serie Masters of Sex deconstruye los estudios sobre la fisiología del placer durante tiempos oscuros anteriores a la revolución sexual.

 Por Marlene Wayar

Cuando era pendejita había una brecha tan grande con el mundo adulto. La Legrand se lo decía a Porchetto (“No entiendo el rock”). Mi papá, a mí (“No entiendo, ¿cuántas veces repite lo mismo?”) cuando Sandra terminaba; uno más uno, más uno, más uno, más uno. De lo que adolecían quienes eran adultos era de sutileza. Mamá era sutil, pero no escapaba de la obligación de acomodarse a lo que pululaba. Los momentos con mamá eran “extracto de sutileza”. Recuerdo cuando mis hermanos mayores recibieron de regalo un rifle de aire comprimido. Nos reunió en medio del cumple de Walter y dijo “Ni a una mosca apuntan con esas armas, y guay que vea una sola de mis plantas heridas de bala... Juntan latas y hacen tiro con eso o los rifles se van”. Parece explícito antes que sutil. La orden y la amenaza son explícitas, lo sutil está en medio: lo que consideraba seres vivos. ¿Cómo explicar a alguien que regala armas a pibes de 12 y 16 lo de “herir a una planta”?

Con Masters of Sex me imbuí en algo de aquello. La historia está basada en el trabajo “Respuesta sexual humana”, de William Masters y Virginia Johnson. Ginecólogo él, ella se convertiría en psicóloga durante la investigación que les llevó 12 años y terminó publicada en 1966 para que entonces las burdas hordas sapiens nos anoticiemos de que el cuerpo humano tenía una dimensión sexual. William era un especialista en fertilización, cuestión que le otorgaba prestigio y riqueza. Pero quería descubrir. Lo no abordado por la ciencia hasta entonces era la sexualidad. Virginia empieza a su lado como secretaría proactiva hasta quedar con igualdad en los créditos de lo que se conocerá como el informe de Masters & Johnson. ¿Cuál es el rigor histórico de la serie? No lo sé, disculpen. Pero tiene lógica televisiva. Al guionar la historia se le aporta claridad y tensión dramática para que quienes observamos no dejemos de identificarnos con algún personaje o alguna situación. Los personajes oscilan de diversas maneras: desde verse absolutamente construidos por una moda que los ficcionaliza al extremo de parecer muñecas Barbies con sus Ken, hasta la desnudez en las intimidades sexo-amorosas o estar bajo luz blanca para la observación de laboratorio y expuestos con sus cuerpos sin los artilugios de las cirugías ni del photoshop. Esos cuerpos caen desde las seguridades a las mundanas fragilidades que exponen sus ignorancias sobre lo propio y lo ajeno.

La sexualidad emerge porque la pareja persigue su propio deseo. Hay un sustrato social que puja por dejar las imposturas. Y una femineidad armada hasta los dientes que puja para ser reconocida. Pasará así la sexualidad femenina de no ser pensada a figurar en las tapas y títulos de los medios masivos de comunicación. La mujer dirá que tiene un clítoris homólogo al pene (ya no hay falta), que goza, que lo hace sola, que tiene múltiples orgasmos. Y la contraparte de la historia: las que responden “no lo sé” a la pregunta de si tuvieron algún orgasmo –a las que Virginia les dice: “si hubiesen tenido uno al menos, lo sabrían”, para que William, acto seguido, las despida– no están comprendidas en la investigación. ¿Y las personas “no convencionales”? Se supone que es un estudio sobre la norma en tanto mayoría y supuesta pureza, pero se habla desde el taxiboy y el esposo adinerado de doble vida hasta de la niñez intersex que le nace en las manos a William. Esa niñez con su fragilidad lo convoca más por solidaridad entre víctimas de padres terribles que por su propio “instinto” paternal. William no puede enfrentar la paternidad propia, pero otra cosa es dejar que cualquier sátrapa se diga “padre” y ordene mutilar. No sabremos qué veracidad tiene esto. Lo que importa es este William de tv que entra junto a Virginia en todos los hogares con sus más de 10.000 actos sexuales observados en un grupo de 382 mujeres y 312 hombres, para instalar su era: la de la idea que todas las personas –más allá del sexo, género, etnia, opción sexual, etc.– tenemos una estructura que responde igual a estímulos sexuales. Lo demás es la vibración particular con la que cada uno enfrenta la sexualidad. No puedo develar mucho más pero me animo a invitarte a que busques la serie en Internet. Si bien no está al aire, la podés ver al menos en su primera temporada y gratis para intuir todo aquello que de sutilmente humanas tenemos las personas. Y ojalá puedas dejarte interpelar por lo retro en tiempos de mediatización tecnológica donde parece que estamos separándonos mal de nuestros cuerpos y sus respuestas sexuales. Tiempos de mucha paja por pantalla.

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