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Viernes, 3 de octubre de 2014

CINE

MARCHA ATRA(N)S

Guillaume Gallienne le echa la culpa a mamá en Yo, mi mamá y yo. Una comedia sobre la transexualidad narrada en términos de complejo psicoanalítico y bajo los designios de una madre de aquéllas.

 Por Paula Jiménez España

Yo, mi mamá y yo es una de esas comedias francesas cuyo estilo artificioso y teatral, similar al de la encantadora Amélie, nos imbuye en la especialísima subjetividad de quien narra: en este caso, Guillaume, un showman ocupado en monologar sobre su pasado arriba de un escenario. Esta escena, que es hilo conductor de la trama, puede ser leída como una fantasía de reparación, la de denunciar ante el mundo las injusticias sufridas y lavar, de paso, la falsa imagen con la que se vio obligado a cargar en su niñez y en su juventud: ser visto por su madre como una chica (y terminar pareciéndolo). Gallienne en verdad hace “justicia” consigo mismo, ya que ésta, su ópera prima, es autobiográfica. El título original del film es: Guillaume et les garçons ¡a la table!, que quiere decir Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!, vocativos con los que la madre diferenciaba a la hora de almorzar su género del de sus dos hermanos varones.

Gallienne, que por largo tiempo tuvo dudas sobre su identidad de género, nunca dio el paso decisivo hacia la transformación (aunque se vistiera de chica en la intimidad reiteradamente y apareciera en cenas familiares para vergüenza de su progenitor con un chal que le colgaba del ambo, con la intención de satisfacer, a través del detalle, el deseo de travestirse). Y esta película termina concluyendo que hizo bien en no haberlo dado, ya que su encuentro con lo trans resultó ser una especie de síntoma neurótico por el Edipo mal resuelto. El esquema es muy simple: si él renegaba de ser hombre, jamás se enamoraría de una mujer y amaría por el resto de su vida sólo a su madre. Pero el macabro plan materno, inconsciente por supuesto, fracasa con la aparición de la bella Amandine, quien lo hace recobrar su masculinidad (incluso la caracterización del personaje adquiere a partir de este momento cierto vigor viril ausente previamente en la película). Así es que, llegado el amor que todo lo ordena (¡siempre el amor y si es paqui, mejor!), Guillaume le aclara a su madre que escribirá una obra de teatro donde contará cómo ha hecho para salir de su closet heterosexual en el marco de una familia que lo ha condenado a la “homosexualidad”. Es en este punto en el que el director por un lado parece ignorar algo que el resto del tiempo sabe muy bien y es que homosexualidad y transexualidad no son lo mismo y, por el otro, desconocer un dato que el mismo guión plantea: si bien Guillaume puede no ser homosexual, es al menos bisexual o no es “ciento por ciento heterosexual” (sic Gallienne) desde el momento en que en la secundaria se enamoró también de Jeremy (por supuesto que queda sugerido que ese amor no fue propio y genuino sino impulsado por el deseo alienante de la madre). En Yo, mamá y yo la confusión rebasa todo, confusión entre sexo y género, confusión al pensar que sólo un hombre puede amar a una mujer (¡como si no existieran las lesbianas, mon Dieu!), confusión en suponer que el objeto de deseo define el género del amante.

Esta película tan bien vista por la crítica y proyectada en Cannes, fue dirigida y escrita por Guillaume Gallienne y también interpretada por él en una multiplicidad de papeles: él es sí mismo, es su mamá, es la princesa Sisí que fantasea ser; es, de alguna manera, todas aquellas mujeres con las que va construyendo internamente su feminidad a medida que el film avanza. Y es una pena sepultar con un insight psicoanalítico berreta la riqueza de ese mundo trans que Guillaume va sacando a la luz a través de todas las escenas que hacen al film y que si bien producen risas en el público pochoclero del Cinemark, no siempre nos resultan tan graciosas a quienes miramos la cosa desde otra óptica. Tal vez uno de los momentos más terribles es cuando el padre lo descubre en su habitación con un acolchado atado a la cintura que simula una pollera y un jersey en la cabeza a modo de turbante, y lo mira con ojos asesinos. Ese mirar intimidante persigue a Gallienne gran parte de la película y se sucede en los ojos burlones de sus compañeros que lo hacen objeto de bullying en el internado. Durante la primera parte del film, Galliene delinea con delicadeza una sensibilidad trans que al final se retrae para abrirle paso al gran cine comercial y no dejar abierta, para su propia tranquilidad y la de muchxs, ninguna pregunta.

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