Sábado, 8 de noviembre de 2014 | Hoy
La peor pesadilla de Barbie, o la feminidad desarticulada, da letra a la obra de Pablo Gasol Rosa Chicle 2.0.
Por Andrés Mendieta
Qué es ser una mujer, qué es el origen, qué es el cuerpo, qué es el éxito fueron algunos de los interrogantes que Pablo Gasol tomó como ejes centrales a la hora de escribir Rosa Chicle 2.0, obra que se reestrenó mejorada y con un condimento novedoso, la intervención audiovisual.
Se encienden las luces de la sala y nos encontramos en el camarín de los sueños de Barbie, aunque, si la blonda muñeca leyera el guión, se convertiría en su peor pesadilla. Martina (Paula Polo), Selva (Crizia Souza) y Alondra (Andrea Pasut) son las protagonistas de la función. Tres mujeres muy distintas entre sí, pero que tienen algo importante en común, son actrices y persiguen el éxito a toda costa. La historia se inicia en el backstage de la obra que presentarán Alondra y Martina (exacto, es una obra dentro de otra). Ambas son mujeres trans y están ansiosas por el debut que las consagrará. Mientras esperan la llegada de la tercera integrante del elenco y se preparan para salir a las tablas, reciben la visita de Selva, una periodista y actriz brasileña que dará el puntapié inicial del conflicto. Rosa Chicle 2.0 se podría definir como una comedia dramática, ya que contiene un alto grado de humor, pero el guión nunca se desvía del tema central: dejar en evidencia la transfobia, la xenofobia y el prejuicio que muchas veces tenemos internalizados como sociedad.
Con un tono ácido e irónico –pero sin perder el sentido del humor– el director logra recrear escenas habituales de la vida de cualquier persona trans o inmigrante. Jugando todo el tiempo con los prejuicios y las afirmaciones fuera de lugar, tales como “te sentís, pero no sos”, Rosa Chicle 2.0 permite educar al público en temáticas de género y diversidad sexual. De una manera entretenida –y didáctica por qué no– las actrices definen categorías como “cisgénero”, “trans”, “mujer”, etc., así como también dejan en claro la importancia de nuestra Ley de identidad de género. En una emocionante escena, Alondra muestra orgullosa su DNI con su identidad autopercibida reconocida, retrucando a Selva, que la acusa de usar un nombre falso.
La obra no se enrosca con dramas exhaustivos, logra perfectamente mantener al público entretenido y las intervenciones audiovisuales contribuyen a darle una vuelta de tuerca a la trama, brindando soporte para que no nos corramos de la historia inicial. El punto más valioso, a mi parecer, es la posibilidad que le brinda al público de reflexionar y repensar en torno de conceptos hegemónicos de diversidad, pluriculturalidad y género. Así como también habilita a mirar desde otra perspectiva cuestiones relacionadas con la discriminación y los prejuicios. Rosa es el color que por años se utilizó para identificar a las niñas, a las muñecas y a lo femenino en general, pero no olvidemos que este color –mal que les pese a muchas madres de princesitas– forma parte de la bandera del orgullo trans. Bandera que hoy más que nunca flamea en lo alto, porque las historias ahora se cuentan en primera persona. Rosa Chicle 2.0 es un ejemplo de esta conquista.
Los viernes a las 20.15 en Multiespacio Jxi, Gascón 1474. La obra se presenta junto a la muestra plástica Huellas de una identidad, de Andrea Pasut.
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