Viernes, 2 de enero de 2015 | Hoy
FELIZ DíA DE REYES Y REINAS
Lammily, la muñeca recién lanzada al mercado, se presenta como antagonista de Barbie. Pero algo hace sospechar que, en verdad, viene a ofrecer apenas una versión alternativa del mismo molde.
Si jugar es construir mundos y corporalidades posibles, es sabido que la dinastía Barbie en el reino del juguete no ha sido ejemplo de promoción y apertura del abanico de opciones. Todo lo contrario. Se sabe además que si sus dimensiones se reprodujeran en un cuerpo humano, ni siquiera podría mantenerse en pie, sobre una cintura inexistente, por el peso de sus pechos imposibles. Así las cosas, Lammily acaba de hacer su entrada en el mercado del plástico, presentándose como la antítesis de su rubia predecesora nacida en los ’50 y como promotora de reconciliación entre lxs niñxs y (lo que sea que fuesen) los cuerpos reales. La novedad es que esta muñeca se basa en las proporciones de “la media” de una estadounidense de 19 años, según las estadísticas de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de ese país. En el mundo del juguete, hoy dominado por divas, princesas y sirenas, Lammily hace voto de sencillez y cara lavada. Es más baja, más ancha y más castaña que la muñeca más famosa del mundo. Pero aunque esto huela a buena noticia, vale la pena desconfiar, sobre todo porque este juguete ingresa al mercado sacando chapa de “promedio”: la palabra average —o su versión extendida, como lema: average is beautiful— aparece cada vez que su creador abre la boca o cualquier periodista se refiere a ella. ¿Quiénes y cómo delimitarían la feminidad media? Como es obvio, un promedio sólo puede ser un recorte sobre un fondo que por suerte es mucho más amplio que las medidas y la estatura “realistas” de Lammily, que su tez blanca, que su normativa y controlada melena larga y lacia. Por lo menos en el caso de Barbie a esta altura del partido es probable que gran parte de la infancia no la considere algo distinto de una fantasía. Pero quienes no se espejen en la superficie plástica de una muñeca como Lammily, confeccionada a imagen y semejanza de la “normalidad”, ¿deberían preocuparse? El poder corrosivo de Lammily, lejos de fracturar el estándar barbie de belleza, le hace cosquillas. ¿Dónde queda el resto de las posibilidades, las diversidades funcionales, sexuales, étnicas? Los fabricantes de Lammily no las desconocen y las prometen para 2015. Mientras tanto, más vale empezar por el promedio que por sus derivados.
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