Viernes, 2 de enero de 2015 | Hoy
Más próxima a la clásica escena griega del maestro y sus discípulos que del sórdido destino del viejo puto en manos de su vengador infante, la relación maduro/joven aporta una sutil variante en la cultura gay en tiempos de Internet. Panzas y arrugas sexies se funden con cuerpos esbeltos y marcados, y canas que delatan madurez se calientan en el hedonismo de la eterna y chonga juventud. Sin pelos (o con algunos blancos) en la lengua, SOY se sumerge en el mundo de las relaciones intergeneracionales.
Por Pablo Pérez
En su última película, Gerontophilia, el director Bruce LaBruce deja de lado a los zombis sedientos de sexo y sangre para abordar la historia de amor entre el hermosísimo joven Lake y el octogenario señor Peabody. Lake descubre que le gustan los maduros mientras trabaja como guardavidas: rescata a un anciano a punto de ahogarse y cuando le toca hacerle respiración boca a boca tiene una erección. Más adelante consigue un empleo como enfermero en una residencia geriátrica, donde conoce al señor Peabody, del que se enamora perdidamente. Busca pasar todo el tiempo que puede en el cuarto de Peabody, donde juegan a las cartas y toman whisky a escondidas o se queda contemplándolo mientras duerme desnudo. Peabody no puede creer lo que le pasa, pero con filosofía se deja llevar por el deseo amoroso del joven, que se desvive por él en cuidados y atenciones. Cuando Desirée, la novia de Lake, se entera y pretende asumir las preferencias de su novio, le dice que es un revolucionario, que cuando en el ambiente gay todos buscan cuerpos jóvenes y perfectos, él va contra la corriente. “Sos un santo”, le dice. “No soy ningún santo”, protesta Lake, quien cada vez más enamorado propone al Señor Peabody sacarlo del geriátrico y fugarse juntos. “Para mí —dice Bruce LaBruce en una entrevista— los gerontófilos idolatran y fetichizan a los ancianos por su sabiduría, su experiencia y sus vidas llenas de sufrimiento, alegría y amor. Personalmente nunca sentí una atracción sexual por las personas mayores, pero sí considero a aquellos que tienen este fetiche como santos y mártires, que se sacrifican en el altar de una vida plenamente vivida y experimentada, y como consecuencia consiguen un inevitable estado de gracia.”
Me gusta el encargado de mi edificio, un hombre canoso, pelado, morochón, de unos sesenta años, tiene un culo firme, hermoso, forjado tal vez a fuerza de limpiar diez pisos de escaleras toda la vida. Algunas de las veces que conversé con él en la entrada del edificio le sentí aliento a alcohol. Me lo imaginé solo en su departamentito que da sobre la terraza, sentado en una silla tomándose un vino en calzoncillos, mirando el atardecer como un cuadro en su ventana, y fantaseé con estar ahí con él. Nunca me animaría a proponérselo, es el portero de mi edificio y si la idea no le cayera bien podría terminar todo en una pesadilla.
Otro maduro que me excita es el marido de la mujer de la dietética. Tiene seguro más de setenta años, es robusto, panzón, semicalvo y usa un tupido bigote blanco: un perfecto “oso polar”, según la jerga osuna. Una vez que la mujer no estaba, me atendió él y tuvimos una conversación sobre los beneficios de las semillas de zapallo para combatir las inflamaciones de próstata. Mientras hablábamos nos mirábamos a los ojos; su voz gruesa con tonada correntina me calentaba. A veces, mientras su mujer atiende, él está sentado atrás del mostrador, yo saludo y espero que él me conteste el saludo. Tras la conversación tan íntima que tuvimos aquella vez me parece lógico, pero él está casi siempre ensimismado, pensando en quién sabe qué, y no me contesta. Entonces siento una pequeña frustración y ganas de dirigirle el saludo más enfáticamente para que me registre.
En ambos casos se trata de puro morbo; ninguna especulación económica ni de que inconscientemente esté buscando una figura paternal, cuestiones que suelen sugerirse en los foros cuando alguien propone el tema de las relaciones intergeneracionales. Además ya no soy tan joven, estoy en el medio, tengo 48 años y me gustan los hombres de cualquier edad. Cuando tenía entre 20 y 35, me relacionaba por lo general con hombres mayores que yo, entre los 35 y los 40 me relacioné con hombres de mi edad, y desde hace ya varios años la vida me lleva a relacionarme con chicos que se acercan a los 30. No entiendo bien qué les atrae de mí, pero me buscan. Ahora estoy saliendo con un chico de 28 años. Nos conocimos por Manhunt y combinamos un encuentro esa misma noche. Apenas lo vi, su sonrisa me enamoró. Hace cuatro meses que estamos juntos y a veces siento que la diferencia de edad es un estorbo, que él puede estar saltándose una etapa de su vida. Cuando yo tenía 30 me la pasaba de boliche en boliche, caliente todo el día, y sólo cambié con los años. También me fui volviendo más escéptico, amargo, aburrido, además de que mi deseo sexual disminuyó considerablemente. Pero a él no parece importarle, me dice que le gusto físicamente, que me admira por mi trabajo, que tiene ganas de aprender y experimentar cosas, que le parezco honesto, buena persona y para nada complicado. Yo no le puedo decir que no, con su vitalidad, su inocencia y su belleza me alegra la existencia.
Para muchos maduros el “ambiente gay” resulta hostil. Sienten que no encajan con algunos parámetros estéticos que tienden a discriminar a quien no se viste a la moda o no va al gimnasio, al gordo, al feo, al viejo. Por eso muchos hombres sienten pánico ante la idea de envejecer y piensan que cuando pasen los 50 ya no tendrán más chances. Sin embargo hay una gran cantidad de chicos muy jóvenes y amorosos que buscan con admiración y calentura tipos maduros. El factor “viejo” es el que determina el encuentro. A veces uno de 50 no les es suficientemente madurado y buscan mayores de 60. Se podría ensayar no sé si una historia pero sí algunos mojones locales de esta tendencia que parece ser mundial, o al menos occidental.
En la década del ’90 el surgimiento del Club de Osos de Buenos Aires marcó un antes y un después en la inclusión de hombres mayores y se define como un espacio abierto “no sólo a los osos sino a sus admiradores, con lo que se puede acercar gente de lo más variada (si bien existen ciertas características generalizadas). La única limitante que se definió es que se trata de ‘un grupo de hombres a los que les gustan los hombres’”. La primera vez que asistí a una de las cenas que organizan me encontré con hombres desde 20 a 70 años o más compartiendo la mesa. Los mayores no son discriminados sino todo lo contrario: son queridos, escuchados y en muchos casos deseados. En el ambiente osuno, las parejas intergeneracionales son frecuentes.
También en los primeros clubes leather de Buenos Aires, que surgieron desde el año 2000, una buena parte de los Leather Master que iniciaron a muchos jóvenes eran mayores de 50 años. “Mi primer Leather Master tenía 52 años —cuenta José—. Me deslumbró por su experiencia, y también por la cantidad de ropa de cuero y todos los elementos que tenía: distintos tipos de látigos, dildos, un sling, accesorios para bondage y hasta un aparato para electroestimulación. Era un Master Daddy hermoso, panzón, canoso, de pelo blanco y ojos celestes. En el sadomasoquismo hay prácticas que requieren mucha experiencia. Estuve con algunos pendejos que se autodenominaban Masters, pero que cuando me tenían a su disposición como esclavo no sabían qué hacer o que, en el otro extremo, pensaban que a un esclavo se lo podía atar y cagar a piñas sin ningún tipo de precauciones ni consenso.”
Hoy en Internet existen cada vez más foros y sitios que convocan a los maduros y a los jóvenes que los buscan. En oldmansexyspeedo.tumblr.com, que ya lleva 8000 likes, o en su versión de Facebook, hombres de 40 años en adelante suben sus fotos en zunga. La mayoría responde al ideal osuno y lucen sus panzas con orgullo, otros lucen unos cuerpos esculturales que muchos treintañeros envidiarían. Pero lo que más seduce de estos hombres, peludos o lampiños, gordos o flacos, es la actitud y la audacia. Cuantos más mayores son, más “likes” consiguen. Entre los sitios de contactos está silverdaddies.com. En los perfiles de jóvenes de entre 20 y 35 años que buscan hombres mayores hay varias constantes: los más solicitados son los hombres masculinos, robustos, peludos, con pelo y barba canosos o blancos, pero, sobre todo, lo que más atrae es la experiencia.
“Tuve una relación de dos años con un hombre casado de 60 años —cuenta Daniel, un joven boliviano de 35 años que abrió en Facebook el grupo Amante de los Maduros Terceros, para encontrar un amor—. Fue el primer hombre con el que tuve sexo en una cama y me hizo descubrir el placer como nadie. También compartíamos caminatas, comidas, incluso algunas actividades con su familia. Claro que nadie sabía que yo era algo así como el amante. Soy gay de clóset, y él también era gay (bisexual) de clóset. Lo conocí a través de una página llamada boliviagay.com, ambos éramos de mundos muy distintos: yo vivía en El Alto y él en la ciudad de La Paz; él proviene de una familia con ascendencia europea y yo de familia aymara; él con muchos estudios, yo sólo con estudios iniciales de universidad; él maduro mayor, yo con unos 30...; él con mucha experiencia en este tema, yo me estaba iniciando. Desde el principio quedamos en ser independientes en los gastos. Mi sentir hacia él no estaba mediado por relaciones de dependencia. Al contrario, fue mejor que no hubiera dependencia porque así se pudo construir una relación más seria.”
Algunos jóvenes buscan explícitamente un papito que les dé estabilidad emocional y afectiva, admiran la inteligencia, la experiencia, un adulto bien plantado en su vida y que sabe lo que quiere. Otros se morbosean con el aspecto físico y buscan una relación sexual sin compromisos. Y una gran parte busca una pareja que los mantenga (o al menos que pague viajes y salidas) y lo expresan abiertamente: “Busco maduro generoso”.
“Al principio sólo me atraía el señor porque es vicepresidente de una reconocida empresa de seguridad privada de mi ciudad —me cuenta alguien que pide anonimato en un foro de Internet—. Yo dije: lo único que voy a hacer es sacarle partido, cuando yo tenga mi buena cantidad de dinerito, ¡lo dejo! Y así fue, le saqué dinero, lo enamoré, porque hasta eso: es súper fácil enamorar a señores maduros cuando tú eres joven. Mira, yo creo que es porque ellos ya están grandes y buscan vitalidad y de alguna manera fuerza, consiguiendo una pareja más joven, pero el chiste es que caí perdidamente enamorado de él, pero de una forma como no te imaginas. ¡Cañón mal plan! ¡Y le di mi tiempo, mi corazón y, obvio, mi cuerpazo! Resulta que mi suerte cambió de bando, él me abandonó, jamás me volvió a mandar un mensaje o algo por el estilo. Se fue, me dijo que ya no sentía nada por mí y que el dinero que le había robado ojalá lo hubiera disfrutado mucho. ¡El cabrón se había dado cuenta del dinero!”
Ante la opinión generalizada de que un joven sólo se puede sentir atraído con un maduro por su posición económica, algunos, en sus perfiles de búsqueda, necesitan diferenciarse, como es el caso del grupo de Facebook Jovencitos (NO GATITOS) Enamorados de Maduros o el de Antonio de 34, que en su perfil de Manhunt escribe: “Busco sólo maduros mayores de 55. Me gustan mucho las canas, las panzas gorditas, el pecho peludo. Mientras más masculinos, mejor. Soy versátil 100%, soy fanático de los besos acompañados de muchas caricias y mimos. Me encanta la experiencia que tienen los maduros. No busco un papá que me mantenga, tengo trabajo y económicamente me valgo por mí mismo. NO ME GUSTA QUE ME MANTENGAN. Si crees que sos vos, escribime”.
En el otro extremo, algo malhumorado, escribe Bernardo (por las fotos, un tipo pintón de muy buen lomo, que parece de 60, pero prefiere decir que tiene 99): “Maduro, busco gente coherente. Los prefiero delgados o musculosos, no patovas, con poco vello o lampiños. Las fotos son actuales. Si me vas a contactar, te cuento que me aburre el boludeo virtual. Lo digo de onda. NO PAGO POR SEXO”.
Muchos jóvenes y maduros coinciden en la búsqueda de una relación padre/hijo. En varios de los sitios de contactos como Manhunt o Gaydar, la eligen entre una ecléctica lista de opciones como “sexo oral”, “sexo anal”, “sadomasoquismo”, “juego de roles”, “beso negro”, “amigo sexual”. De veinte perfiles que espié, cinco marcaban la opción “padre/hijo”. Sin embargo, al hacerlo no todos piensan en lo mismo:
“He pensado mucho en eso —dice Daniel— y me doy cuenta de que me gustan los hombres mayores por la necesidad inicial del afecto y cariño de un padre. Ante la ausencia de un papá cariñoso, siempre busqué amigos mayores, luego esto degeneró en una atracción física, mental e incluso sexual hacia adultos mayores”.
Mientras converso con Daniel por Facebook, recibo desde Manhunt una invitación de Johan para chatear: “Particularmente me gusta relacionarme con personas maduras, ya que creo que no todas las personas de mi edad tienen la misma proyección que tengo yo sobre mi vida. Haberme relacionado con personas mayores me ha dado campo a ver un poco más allá de cómo son las cosas, ya sea por su experiencia, consejos y notablemente su tipo de vida; con respecto a padre e hijo va más del lado sexual, ya sea por traumas psicológicos (como piensan muchos) o simplemente morbo. Sería como coger con una figura paterna que te ofrece atención y protección”. “¿Qué tipo de protección?” “Protección en el aspecto de cuidar, atender, estar pendiente.” “Entonces el papito protege, cuida, atiende, está pendiente... ¿Y el hijo?” “Bueno, no soy afectuoso, así que el ‘papito’ no lo aplicaría, sería una fantasía sexual de coger con padre e hijo, solamente hasta ahí.” “¿Un trío con padre e hijo reales, decís?” “Sería ideal: hijastro, relación de crianza tío-sobrino... No sé el porqué de eso, creo que algo me marcó. Tuve una etapa de abuso cuando era pequeño pero no era un familiar directo, sino otro niño de edad superior, creo que por ahí va la cosa del gusto por los mayores.” “¿Fue abuso o consensuado?” “Abuso. Tenía 4 años, el saber sobre disfrute no lo tenía claro, pero fue algo que se impuso. Mi psiquiatra dice que mi sexualidad está impuesta por ese capítulo de vida.”
“Es porque me gusta la mayor —me cuenta Ariel, que también tildó la relación “padre/hijo” en su perfil de Manhunt—. Marqué la opción sólo por ponerle un rótulo.” “Algunos chicos que buscan hombres maduros dicen que, como tuvieron un padre ausente o poco cariñoso —le contesto—, buscan una figura paternal...” “No es mi caso. Tengo un papá que fue amoroso toda la vida, de hecho está viviendo conmigo ahora, tuve una infancia feliz, sin esos padecimientos.”
En El banquete, y sobre todo en el diálogo de Sócrates con Alcibíades, está la clave de la definición lacaniana del amor: “Amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es”. El viejo Sócrates rechaza al joven y rico Alcibíades, que acababa de hacerle un elogio, algo despechado tras varios intentos de conquistarlo hasta que consiguió pasar una noche en la misma cama con el filósofo, quien lo ignoró olímpicamente. Para Alcibíades, Sócrates es físicamente feo, un sátiro descarado, sin embargo hay tesoros ocultos en él por los cuales sería capaz de entregar su belleza y todo lo que posee: “Para mí, en efecto, nada es más importante que el que yo llegue a ser lo mejor posible y creo que en esto ninguno puede serme colaborador más eficaz que tú. En consecuencia, yo me avergonzaría mucho más ante los sensatos por no complacer a un hombre tal, que ante una multitud de insensatos por haberlo hecho”. “Querido Alcibíades —contesta Sócrates—, parece que realmente no eres un tonto, si efectivamente es verdad lo que dices de mí y hay en mí un poder por el cual tú podrías llegar a ser mejor. En tal caso, debes estar viendo en mí, supongo, una belleza irresistible y muy diferente a tu buen aspecto físico. Ahora bien, si intentas, al verla, compartirla conmigo y cambiar belleza por belleza, no en poco piensas aventajarme, pues pretendes adquirir lo que es verdaderamente bello a cambio de lo que lo es sólo en apariencia, y de hecho te propones intercambiar oro por bronce.”
Según un amigo psicoanalista, Freud describe dos tipos de elección de objeto de amor: el amor anaclítico (o elección de objeto anaclítica), amor al objeto del que uno depende, básicamente aquel o aquella que cumple la función parental o sus sucedáneos, y el narcisista, que toma como objeto el propio yo (lo que fui, lo que soy, lo que quiero ser). Los dos tipos de elección de objeto (y en consecuencia de amor) se entrecruzan, se funden, se solapan, se desdoblan, se oponen... la elección anaclítica sería el amor al otro... pero si el otro no es tan sólo un reflejo de uno mismo... al mismo tiempo el amor absoluto al otro (la dependencia total) sin el amor narcisista también sería la alienación de la dependencia... como siempre, el amor es más fuerte... (con musiquita...). Según Freud, entonces, quienes buscan o viven en una relación de pareja del tipo “padre/hijo” estarían en el extremo opuesto del amor narcisista, predominante en el ambiente gay y que se evidencian en anuncios de contactos del tipo: “macho busca macho” “musculoso busca musculoso” o “busco igual”. Y en el medio, habría infinitas variantes.
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