Viernes, 5 de junio de 2015 | Hoy
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Soy Daniela Flores, activista transexual de la provincia de Mendoza. Hace casi diez años, en 2006, egresé como técnica universitaria en Hemodiálisis de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Cuyo, en Mendoza.
En agosto del año pasado realicé mi inscripción como aspirante en la Oficina de Auxiliares de la Policía de Mendoza. Quería que fuera el Estado quien me ofreciera un empleo digno.
Un mes después, cuando fui citada para la realización de una evaluación psicológica grupal y una entrevista psicológica personal, la Junta Médica Psiquiátrica determinó que era apta para desempeñarme como oficial de la Policía y que mi perfil era el adecuado para dicha función. Las dificultades que enfrenté en distintos espacios laborales parecía que se terminaban. Estaba ilusionada y expectante.
Luego de estas primeras evaluaciones debía realizar una serie de estudios complementarios más enfocados en mi estado de salud: desde electrocardiograma y análisis de laboratorio (que incluía VIH), hasta informe odontológico o un Papanicolaou.
El día que fui citada para darme la conformidad de mi aptitud física las personas encargadas del trámite tuvieron un comportamiento aberrante y discriminador, que comenzó con el pedido de que me desvistiera y me quedara en ropa interior. Dos hombres, mientras revisaban los resultados de mis estudios, me pedían que diera vueltas para poder verme bien.
Uno de ellos me dijo que faltaba el Papanicolaou, lo que hizo que le respondiera que como era una persona trans sería el único requisito que no podría cumplir. En ese momento me dijeron que yo tenía la obligación de “confesar” mi transexualidad durante mi inscripción y también durante la evaluación psicológica y psiquiátrica. Acto seguido me pidieron que me desnudara porque necesitaban “certificar mi transexualidad”, comprobando mis genitales. “Es verdad, tenés pene. tenés testículos”, dijo uno de ellos. Media hora más tarde me comunicaron verbalmente que no estoy apta para el ingreso a la Policía.
Las razones de este cambio de parecer con respecto a mi aptitud quedaron sin explicitar, aunque son bien sugerentes. Pero además, el innecesario pedido de que me desnudara fue a toda vista un acto de violencia intolerable. Finalmente y después de un pedido de explicaciones, negaron lo sucedido y me pidieron que me fuera del lugar.
Escribo esta carta a SOY para dar a conocer este terrible hecho y difundir este tipo de atropellos. El 4 de mayo pasado presenté una denuncia ante el Instituto Universitario de Salud Pública de Mendoza.
Aún espero una respuesta.
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