Una biblioteca lgbti con más de 10.000 títulos, un museo gráfico con notas y entrevistas insospechadas, revistas militantes que duraron pocos números, revistas para adultos que duraron un poco más, que dan cuenta de lo raro, lo diferente, lo invertido en la cultura popular argentina, no siempre oculto. El director de este tesoro, Pietro Salemme, comenzó en su infancia buscando señales. Así, llegó a detectar cómo le habían cambiado el final a la reposición de la película Otra historia de amor. Como quien recorre una tienda vintage en busca de un pasado reciente, el material de este museo demuestra cómo la injuria circuló históricamente en los medios gráficos, cómo el homoerotismo alimentó ratones propios y ajenos y cómo se leyó entre líneas una vida queer que siempre estuvo allí para quien quisiera ver y también para quien quisiera espiar.
› Por Franco Torchia
En 1974, Arnaldo André imaginó (inducido por el cronista) a su “mujer ideal” y expuso en una revista las características generales de la fulana. Es una nota misteriosa y ultraviolenta: la fábrica de heterosexualidad total había empezado a encontrar en la figura del galán paraguayo al arquetipo del “choma” latinoamericano recio y de extrañas damas fajar. Una leyenda extendida cuenta que en 1975, con el exitazo de su protagónico en la telenovela Piel naranja, de Alberto Migré, Arnaldo formó junto a Marilina Ross, Raúl Rossi y China Zorilla un cuartetazo inconsciente: muchos jóvenes se animaron a ser quienes eran a partir de un imaginario cambio de roles. Así, André era para ellos el que tenía en realidad aspecto de “novia”, Marilina el “novio”; China era en apariencia más “padre” que madre y Rossi, a las claras, siempre fue muy “Doña”: la divergencia a partir de la permutabilidad de los estereotipos.
Con la potencia inherente a un punto de vista retrospectivo y el afán de construcción de un archivo ineludible, el dramaturgo, actor y director Pietro Salemme –fundador en 2009 de la primera biblioteca argentina lgtbi, Oscar Hermes Villordo, con sede en Hurlingham– recopila y comparte hallazgos semejantes a esta escena que protagoniza Arnaldo, en su museo virtual disponible en museolgtbi.tumblr.com.
Para no ver lo que siempre se vio ni mostrar lo que siempre fue imposible no descubrir, el espectáculo argentino hizo (y hace) de los rumores, prensa gráfica y medios afines, ficciones. Ficciones en doble dirección: ficciones guionadas o propiamente dichas, y también romances producidos o “vidas privadas” amuradas. En la lógica del candelero, el secreto es la garantía de “normalidad”. Por eso, la museología del sitio insiste en que putos, tortas y travas siempre hubo: fueron disciplinados por la letra de molde pero alevosamente revelados por la lente de las cámaras. La tapa de Radiolandia 2000 de 1991, con la actriz María Leal vestida de hombre en pleno estruendo de la comedia Grande Pa (al calor del más “Opus Dei” de los Telefé posibles), sintetiza el activismo del proyecto: el tiempo de las imágenes no es el tiempo de la historia. Las imágenes coinciden en un tiempo propio. Los discursos no. “¿Por qué se viste de hombre?” es la pregunta que rodea a la portada de Leal, en saco, corbata y peluca. Lo cierto es que está ensayando Noche de reyes de Shakespeare, ésa es la cuestión, pero la ambigüedad editorial del semanario asume la pose de una denuncia. El museo presenta cuerpos, looks y poses que manifiestan el presente perpetuo de la diversidad: aunque a la travesti Cris Miró nunca se “lo” había visto en culo, aseguraba la revista Eroticón, ni el actor Osvaldo Pacheco solía aparecer transformado en Tita Merello, la performatividad de uno y otro nunca dejó de existir: la recorrida por el museo fortalece el carácter insurgente de toda aparición pública en el pasado, el efecto de ampliación de la visibilidad en momentos en que las condiciones parecían no estar dadas. Decirse lesbiana, trans o putérrimo era casi imposible. Serlo y actuarlo, jamás.
Ante la ausencia de libros en su casa natal, Pietro Salemme comenzó a recortar y pegar portadas de películas y noticias a sus 9 años: se sentía diferente y buscaba identificación. “Me daban plata para comprarme ropa y yo comparaba música o libros. Mi papá era cocinero de la Marina Mercante y me traía de afuera casettes de Rafaella Carrà.” Con cuatro hermanas mayores y una infancia rica en recitales de Celeste, Sandra y todas las demás, Salemme confiesa que su intención siempre fue erigir una “cápsula de tiempo”: “un registro de las culturas gays atravesado por mi mirada. Yo de chico solía tener un guante de box en una mano, una muñeca en la otra y una revista porno en el medio”. El eje curatorial de su colección va de la pornografía y la prensa homofóbica al “nuevo periodismo”: hace poco logró adquirir, siempre con fondos propios, varios ejemplares de Cerdos & Peces y El Porteño, primeros espasmos democráticos de un periodismo diverso (“No quiero política partidaria, quiero política existencial”, grita Ney Matogrosso en marzo de 1986 desde El Porteño, mientras la bajada de la entrevista lo define como “Voz de mujer, travesti desnudo, provocación sexual, actitudes agresivas frente al público parecían demasiado incluso para un país que se nos aparenta ‘permisivo’”. Autogestionado, independiente y gratuito, el sistema de Pietro capta atenciones varias en la red y visitantes internacionales que viajan hasta la “perla del Oeste”. A la cabeza, investigadorxs, estudiantes y curiosxs, sobre todo extranjerxs: “Hace poco vinieron unas feministas francesas a grabar un documental. Quedaron enloquecidas al ver por primera vez en papel ejemplares de Arcadie, la mítica revista gay francesa”. Eduardo Bergara Leumann se desnuda para la tapa de Viva con todo, la primera revista erótica de la democracia: después de ver a “Claudia, la de 18” y antes de ver a “Roberta, la salteña”, aparece el cuerpo voluptuoso del artista. Está abrazando a una joven innominada. Juega: ocupa insólitamente el lugar del macho consumidor de la publicación; extraña, diversa inclusión en la serie de formas vaginadas al mero servicio del placer masculino. Posporno en posdictadura. “Todos los libros y objetos son como extensiones de mi cuerpo: puedo recordar dónde los compré, la historia paralela, que es la que más me interesa”, asegura el responsable de un sitio web que esclarece al extremo la brutalidad de las formas periodísticas: la pasmosa reducción de identidades transversales al paso de las décadas. Entre los pasquines para el onanismo y la letra rosa y amarilla de los semanarios del corazón, el Museo Lgtbi presenta hallazgos que no tributan ni a una ni a otra modalidad: por ejemplo, una fotonovela en Diferentes –“la primera y única fotonovela gay de la Argentina”, sentencia la venta, aunque editada en Uruguay– traiciona uno de los géneros más heterosexistas del mito del amor romántico y hace literatura popular con lo que hasta los primeros años ’80 circulaba sobre todo como confesión periodística. La antológica Goles pone en tapa llamaradas de alerta: la discusión sobre la seguridad en los estadios de fútbol y el cupo para extranjeros en las tribunas es equiparada con la “problemática” de la homosexualidad en el balompié. Las noventosas Nexo e Imperio, las memorias del imprescindible Carlos Jáuregui en Noticias y el autor Alberto Migré a los 66 años contándole a la revista Caras que hace diez años que está en pareja: una revelación que el redactor muestra y oculta, en la tradición de las indescifrables parejas de putos, tumbas sin nombre.
Amadrinado por la periodista y gestora Natu Poblet, Pietro Salemme vio encauzada su misión cuando recibió en donación oficial los manuscritos, papeles y volúmenes personales del novelista Oscar Hermes Villordo. Hoy, museo y biblioteca funcionan a partir de las ventas que su fundador
logra cada tanto hacer en www.ayconstanza.com –librería virtual que inauguró en 2005–. Edgardo Cozarinsky, Enrique Pinti, Wenceslao Maldonado, Leonor Calvera y Kado Kostzer son algunos de los que han donado los más de 10 mil libros. Ediciones Tirso, la gesta libresca que en los años ’50 desarrollaron los escritores Abelardo Arias y Renato Pellegrini, ocupa un sección destacada: Salemme logró dar con más de 40 ejemplares que fueron del mismísimo Pellegrini, autor de la novela Asfalto (1964), acaso el texto más crudo de la narratología homo argentina (censura, confiscación y Corte Suprema de la Nación mediante). Abdómenes lisos y shorcitos a lo Conejo Tarantini asoman en la pretenciosa Alpher, que reseña en uno de sus números la edición local de Las amistades particulares (1944) de Roger Peyrefitte, uno de los lanzamientos más valiosos de Ediciones Tirso: el Museo Lgtbi pone de relieve cruces entre referencias cultas y prejuicios acerca de un deseo típicamente “gay”, o cómo el puto bajofondista siempre necesitó actuar al amparo de un horizonte literario que legitimara su devenir, entre la ornamentación artística de su vida y un sexo condenado a la clandestinidad. Mujeres, en cambio, aparecen sólo en situación porno-industrial, a excepción de las pasajeras del tour a Puerto Pollensa. Por lo demás, siempre en función del ojo macho. En el Italpark, en 1990, Pablito Ruiz baja de las hamacas voladoras con su primera novia, en exclusiva para Radiolandia; en abril de 1984, Shock, la revista bomba, anuncia “Los sueldos de la tv” seguido de “¿Por qué Monzón cambia tantas mujeres?”, seguido de “Nos metimos en el mundo gay”: aproximaciones exploratorias, porque la restauración democrática argentina fue una excursión distante. “El cura casado se confiesa,” confirma Destape, y promete a Gogó Rojo en su esplendor español. Sin embargo, se pregunta “¿Es un orgullo ser homosexual?”: pasen y lean. Descubran las “Claves para la virilidad eterna” y comprueben cómo un transexual debate con un médico y “desafía a la ciencia”. En el ’88 Flash, de Héctor Ricardo García, creador de Crónica, ponía el foco en “Travesti casado por civil padre de un chico”: Vanesa Leroy, tal vez la misma que años más tarde solía publicar en el Rubro 59 del diario Clarín “Vanesa Leroy, te parte la cola hoy”. Salemme alterna el recorrido expositivo con objetos de su infancia o juventud: el pijama del grupo juvenil español Los Parchís, los suecos originales de Suecia y originales de ABBA y miles de horas de televisión y cine que conserva todavía en formato VHS: todos los unitarios del ciclo Atreverse, que el director Alejandro Doria produjo entre 1990 y 1992 para Telefé y que en más de una entrega trató historias de conflictos emocionales y dilemas sociales frente a hijos gays o personas trans (hipnótico, en uno de ellos, el trabajo de Miguel Angel Solá): “Para el Mundial del ’86 mi padre trajo una videocasetera. Yo siempre tenía un casette virgen preparado para grabar lo que sea”, cuenta Pietro. Cuando (de vuelta) Telefé programó el film argentino Otra historia de amor, de Américo Ortiz de Zárate, el canal decidió cambiarle el final: Pietro, que había alquilado la película y tenía su propia copia, llamó a la emisora para quejarse, porque para la gerencia Yankelevich en lugar de tener su desenlace “feliz”, la historia de amor entre Arturo Bonín y Mario Pasik terminaba antes, como cualquier relación imposible: besos, caricias y vida en común, afuera. Esa copia del film es la que siguen emitiendo hoy señales como Volver.
El Museo recopila pliegues: con la exhibición arranca el activismo: el pasatismo de Viva con todo anuncia, a lo Jorge Corona, que acaba de salir “El órgano de los homosexuales”, es decir, Boletín, “el medio de difusión quincenal de la CHA”: “Si usted no es, haga de cuenta que no leyó nada. Si usted no sabe bien si es o no es, cómprelo. A lo mejor se decide”, concluye el aviso. Bañista y acompañado por otro caballero, el galanazo Rock Hudson visita Mar del Plata antes de su “peste rosa” y preparado para la peste de ser entrevistado en El pueblo quiere saber. Alejandro Urdapilleta se cansó “del culo y el taco” y en 1984 al artista y curador Jorge Gumier Maier ya no le cabían dudas: “Somos todos maricones”. Aquí y allá, entre anaqueles y pilas, la estrella porno Jekk Stryke y sus 25 cm de pene: el registro de su desembarco menemista y su visita a la disco Búnker, porque de la musculación no era posible liberarse. Son los tiempos en los que el periodista y conductor Juan Castro mete una cámara oculta en una tetera porteña para su ciclo de tv Zoo. A diferencia de un museo destinado sólo a la conservación de la memoria, el historiador alemán Benjamin Buchloh concibe lo museístico en la actualidad como espacio de resistencia, oposición y crítica: un centro de producción y no sólo de conservación. Un llamado de atención y un llamado al pensamiento activo en tiempos de igualdad discursiva y desigualdad ancestral: “Si el Papa estuviera embarazado, el aborto sería un sacramento”. Cerdos & Peces en julio del ’95: veinte años después, la oración es la misma.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux