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Viernes, 8 de enero de 2016

TEATRO

Las Merecidas vacaciones

Se estrenó Casa Valentina, la obra basada en la historia de la Casa Susanna, un oasis de fin de semana que funcionó en los años sesenta en Estados Unidos para placer y esparcimiento secreto de un grupo de cross dresser o como ellas se identificaban: varones heterosexuales que disfrutaban de ser mujeres. Del autor de La jaula de las locas y dirigida por Muscari, la obra propone educar sin que el morbo decaiga.

 Por Liliana Viola

“¡Señores grandes!” le acota el marido a la señora, igual que debe estar acotando Javier Portales a Olmedo, convertidos ambos en estatuas para el churrete turístico a pocas cuadras del teatro Picadilly donde transcurre la acción. Colas de público buscan su entrada para ver cómo lo hacen Boy Olmi, Gustavo Garzón, Fabián Vena, si Diego Ramos es más lindo de hombre o de mujer, si Nicolás Scarpino o Roly Serrano se aguantan los tacos y si les sale la pluma, a qué actriz de carácter se parecerá Pepe Novoa y qué pito toca María Leal, elegante, joven y bella en el medio de tanta inversión de testosterona. La sinopsis es sencilla: Casa Valentina es una casa de esparcimiento para hombres que se definen como heterosexuales (muchos casados y con hijos) que disfrutan su lado femenino en cuotas, vestirse de mujer, llevar nombre de mujer, ser mujer por un rato. Es la definición de cross dresser. Aunque la palabra no aparece en la puesta de Muscari, no se entiende muy bien por qué.

Las bromas sobre la mariconería atrasan en el siglo XXI y una de las pruebas más contundentes es que el mismo autor de La jaula de las locas, manual cantado e ilustrado de la vida gay en el seno de una casa de familia, a más de 30 años de aquel éxito se ha aggiornado escribiendo Casa Valentina. No hay maricones, esto es otra cosa. Lo cual no significa que no haya desviación sino que hay vida más allá de la disputa heterosexualidad vs homosexualidad. El teatro de Muscari se podría definir como un “teatro de ristra”, suena parecido a teatro de risa pero a no confundirse, su gran apuesta no está en el humor sino en la ristra de nombres, gran elenco que se vuelve escandaloso por lo que se anima a representar. Actuar en las obras de Muscari, uno se imagina desde la platea, no solo es animar sino animarse. Puede ser cruel y a la vez previsible, excesivamente correcto y de golpe erosionador. Figuras prestigiosas, cero prestigiosas, ancianas o principiantes se expusieron ya en Bernarda Alba, 8 mujeres, Póstumos, Extinguidas y ahora en Casa Valentina, donde el afiche anuncia una ristra de 7 actores, hechos y derechos, en bata y a medio maquillar como señoras trans o señoras no trans, como cross dresser o para una fiesta de disfraces. Nada se sabe a simple vista, pero aquí se sabrá. O se hará un gran esfuerzo para que se sepa. Porque Casa Valentina aunque no parezca y el público salga bastante mareado, se compromete a exponer, presentar y explicar lo fluctuante de los géneros, los límites difusos entre masculino y femenino en una misma persona y de una persona a otra, la diferencia entre género y sexo, entre género y preferencias sexuales. ¿Demasiado para una sola pieza? Usted traiga su morbo, dice el afiche, que acá va a recibir una lección, dice la puesta.

Me gusta ser mujer

La obra está basada en una casa real, llamada Casa Susanna. Hace unos años se encontraron las fotos de estas señoras tomando el té, maquillándose, siempre radiantes de felicidad por estar haciendo juntas lo que se les cantaba hacer. Las esposas de estos señores, en general, afuera. Alguien encontró las fotos en un mercado de Nueva York y se volvieron libro, investigación, película y ahora material de obra de teatro. Señores burgueses y por lo tanto respetables de día eran por un rato Felicity, Cynthia, Gail, Sandy, Fiona, Virginia y la dueña de casa, Susanna en tiempos en que la biología determinaba quién llevaba los pantalones, quiénes eran los anormales y quiénes debían gastar el sueldo de sus maridos en diseños de moda, make up y otros afeites. Un personaje de Casa Valentina se queja de este reparto con todo el peso de la frivolidad: “Las mujeres tiene la moda, espumas para baño, teleteatros y vestidos de novias. ¿Nosotros qué tenemos? Trabajo, guerra y cambios de aceite.” Estos señores en los años sesenta encontraron un atajo porque tenían recursos económicos, claro está aunque se jugaban la vida si se tiene en cuenta que lo hacían en un momento en que de haber sido descubiertos habrían sido separados de la sociedad como a las travestis relegadas a la prostitución, como se despreció a lesbianas y homosexuales en el otro siglo. El dato de que eran casados y eran heterosexuales no los habría disculpado. El cross dresser es hoy tan sospechado como el bisexual, y ambos son tan corrosivos de las normas como pocos. De algunas normas, no todas: María Leal, Rita, la esposa de Valentina (Gustavo Garzón), que todo lo comprende, es la encargada de cocinarles y servirlas en la velada. La elección de lo femenino en estas señoras reunidas, también consiste en un recorte de lo más conveniente.

Harvey Fierstein y su Jaula de las locas en estos últimos años fueron acusados por un sector del activismo de haber convertido la injuria y el desprecio a los homosexuales en una suerte de La vida es bella para entretenimiento de los héteros. En 2014 el mismo actor regresó con este tratado práctico (y mucho menos divertido que La jaula) sobre la fluctuación de géneros. Cada personaje tiene su pequeño monólogo, su definición o sus dudas sobre sí mismo, también su sentido del humor mientras impone la duda en la platea. No constituyen un grupo de hombres hétero que disfrutan disfrazándose como definen algunos de los actores de Muscari ni las sinopsis de la obra. Son una conmovedora (con una música menos arriba y menos ochentosa lo sería aún más) muestra de la heterogeneidad dentro de un grupo que intenta definirse aunque preferiría no hacerlo. Es la llegada de la amenaza (patrulla de la normalidad) lo que los impulsa a dar definiciones. Hay masculinos, machistas, homosexuales y no, hay al menos un personaje que hoy se definiría como transexual. Fierstein presentó la obra en Broadway, en Londres y ahora en Buenos Aires donde se lucen todos y todas, con mención esencial del vestuario, que aunque decidió no serle fiel a las fotos donde las señoras están vestidas para el té, logró para cada una un estilo y una adorable sutileza en sus trajes de gala. El vestuario es un personaje más, como corresponde al caso, que las contiene y protege de absolutamente todo.

La jaula de las mujeres

Presenciaremos una velada muy atípica para una reunión de este tipo, según lo que cuentan las mismas cross amigas de este suplemento. Aquí no hay armonía, las masas que están servidas no se van a comer, se hablará poco y nada de cosmética, el baile y el playback. La casa Valentina está en bancarrota, la dueña (una ingenua y adorable Gustavo Garzón) acaba de ser acusada de recibir fotos porno, pronto podría caerles la policía y en ese contexto Georgina (aristocrática y sexy Fabián Vena) tratará de convencer a las damas a que se blanqueen en una asociación que acaba de conseguir personería gracias a sus intercambios con lo peor del poder. Esto implica no sólo blanquearse ante la sociedad (y las esposas) sino firmar una declaración donde se declararán como heterosexuales y tomarán distancia pública de la anormalidad de los gays en pleno momento de lucha y opresión. La oferta de Georgina es quedarse del lado de los normales señalando al resto. ¿Acaso existe otro modo? Las diferentes reacciones frente a estas dos propuestas, sirven para llevar adelante los parlamentos y la definición de cada matiz en una línea infinita de identidades. Georgina, que probablemente hoy se llamaría a sí misma trans, sin dudas vieja activista, colaboradora de la policía a cambio de andar como mujer noche y día, es una suerte de villana. Pero nada está cerrado en esta pieza, Muscari y Vena la han dotado de tanta gracia y presencia que cualquier antipatía se diluye en el público. Espléndida y dulce anfitriona, María Leal es Rita, la esposa de Valentina encargada de dar definiciones amorosas y también agrias, “estas están más preocupadas por su ego que por cualquier otra cosa, se ven a sí mismas”. La única esposa que “sabe” y que no solo acepta también es la que enfrenta a su marido con su deseo. Sin duda Casa Valentina se ajusta a los tiempos no sólo más cuidados sino más cuidadosos de las palabras. Como en los documentales, al final aparecen los carteles que anuncian el derrotero de algunos personajes y se pierde una gran oportunidad de cumplir con su fin didáctico precisando la definición de cross dreser que aparece diluida en travestismo. El público sale, como mínimo, marado. La pregunta más contundente que queda en el aire es “Y al final, ¿qué era entonces la heterosexualidad?”. Tal vez la respuesta está en el personaje que interpreta Mariela Asencio, la hija de la lánguida y romántica Boy Olmi que irrumpe al final y culpa a su padre y sus costumbres de que su marido la haya dejado con dos hijos. La heterosexualidad parece ser eso, un refugio para cross dresser que no las cuida en absoluto y una sombra que se queja y culpa a los otros de lo que no le sale como dios manda.

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