El paraíso terrenal
Por estos días puede verse en una muestra de Río de Janeiro el San Sebastián de Guido Reni, una gema que no ha dejado de inspirar ardores paganos desde el siglo XVII.
› Por Adrián Melo
No por ser un lugar común deja de ser cierto que todo es sensual en Río de Janeiro. Cada elemento –la música, el clima, los cuerpos– parecen haber sido puestos allí para dilatar miembros y corazones. A cada paso –en las playas, en las calles, en los balcones de la ciudad– asoman escenas que parecen propias de postales pornográficas.
Y si algo más hacía falta para alimentar la la calentura y la alegría brasileñas es la llegada de San Sebastián. Vale aclarar: San Sebastián está siempre presente en la ciudad carioca porque -como no podía ser de otra manera- el santo gay es su Patrono. Pero conla exposición San Sebastián: un homenaje de Italia para Río de Janeiro que se presenta en el Museo Nacional de Bellas Artes llega a Río el San Sebastián de los San Sebastianes: el pintado por Guido Reni (1575-1642).
El cuadro es paradigmático y modélico para la representación del soldado romano converso e hizo las delicias onanistas de generaciones desde que fuera pintado en el siglo XVII (alrededor de 1625). La imagen mas recurrente de San Sebastián es la que en algún punto forjó Reni: desnudo, atado a un árbol, con los brazos musculados alzados mostrando delicadas axilas y el rostro vuelto en éxtasis hacia el cielo. Una de las escasas posibilidades de representar jóvenes desnudos y deseos prohibidos en la Baja Edad Media, resignificado por pintores gays en el Renacimiento como ícono de belleza masculina, el culto profano a Sebastián llega a nuestros días (Versace, Pierre & Giles, entre otros) y la pose del Santo es incluso imitada hasta el cansancio por modelos masculinos de revistas eróticas.
El escritor japonés Yukio Mishima (1931-1970) fue quien mejor dio cuenta en su novela autobiográfica Confesiones de una máscara (1948) de las sensaciones producidas por la visión de la pintura de Reni: “Aquel día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce… Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos movimientos que nadie les había enseñado. Por fortuna mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara … Esa fue mi primera eyaculación”. Más tarde, en los años sesenta, el propio Mishima fue retratado por el fotógrafo Kishin Shinoyama en la misma pose y actitud del San Sebastián de sus primeros deseos. Y el destino final de Mishima, en cierta forma, convierte en hecho la metáfora de placer, belleza y sadomasoquismo que la figura sacra le inspirara. Aunque solo fuera en honor a ello vale la pena este verano interrumpir unas horas la orgía carnavalesca de Río, contemplar el cuadro y volver a ella, aún más ardiente, si cabe.