Vie 05.02.2016
soy

ADIÓS

Amazona del paraná

La semana pasada murió Claudina Marek (1947-2016), coautora del libro publicado en 1994 Amor de mujeres –emblemático testimonio sobre el lesbianismo en tiempos en los que era sinónimo de silencio– y chonga entrerriana pionera de las primeras marchas del orgullo. Aquí la recuerda Ilse Fuskova, su gran amor por más de veinte años y amiga para siempre.

› Por Ilse Fuskova

Claudina pasó los últimos años de su vida en su pueblo natal, Diamante, en Entre Ríos. Todas las semanas hablábamos por teléfono, muchas veces más de una hora. Era increíble que después de tantas décadas tuviéramos tanto que decirnos, pero así era. En parte era por la energía que tuvo toda la vida, que le permitía trabajar de sol a sol como maestra en Entre Ríos para juntar lo suficiente para mantener a sus hijos adoptivos, luego, sus jornadas maratónicas en Buenos Aires, estudiar joyería, la carrera de grabado en la Escuela Prilidiano Pueyrredón. Claudina era, y viviendo juntas lo pude corroborar, un torbellino vital. Estuvimos veintidós años juntas, con las altas y bajas propias de las parejas de larga data. Hoy puedo decir que ha sido mi gran amor. Ella se crió en un pueblito y era maravilloso porque hasta que nos conocimos no tenía idea del término “lesbiana”, pero al mismo tiempo había sido una lesbiana segurísima desde muy pequeña, enamorada de maestras y compañeritas de colegio. Nuestra vida juntas estuvo llena de sorprendentes casualidades. Para empezar, el día en el que yo salí en lo de la Legrand –es historia conocida la del mensaje lésbico que transmití desde su mesa televisada– Claudina estaba en su casa porque se había enfermado y por eso estaba mirando la tele. Hubiera sido imposible que me viera cualquier otro día, porque trabajaba sin parar. Ella me contaba que ahí fue: verme en la pantalla, flechazo y revelación. Empezó a escribirme y llamarme por teléfono. Yo estaba algo miedosa, sorprendida, separada después de haber estado treinta años casada con un hombre, y esta jovencita –porque en ese momento Claulina andaba por los treinta y yo por los cincuenta– me descolocaba un poco. Me contaba cosas tremendas desde Diamante, como que al “enterarse” la habían sacado de su rol de maestra y la habían puesto como bibliotecaria. Pero pronto eso fue un problema porque a la biblioteca también van los niños y en esa época se creía que nosotras éramos realmente peligrosísimas para ellos.

A los cuatro meses se vino a vivir conmigo y comenzó un amor muy entrelazado con la militancia. Nos acercamos juntas a ATEM (Asociación de Trabajo y Estudio de la Mujer), nos reuníamos horas y horas para leer material teórico sobre lesbianismo. La recuerdo incansable, durmiendo conmigo apenas algunas horas para levantarse casi de madrugada para irse a trabajar como docente al Conurbano. Yo por esa época había descubierto que si administraba lo que tenía y me ajustaba un poco el cinturón, podía vivir sin trabajar, que a mí me parecía maravilloso en ese momento. Comenzaron también nuestras vacaciones en el Chuy (Uruguay), a donde íbamos con otras amigas lesbianas y con nuestras gatas. Fundamos Convocatoria Lesbiana, desde donde contribuimos a impulsar la Primera Marcha del Orgullo. Carlitos Jáuregui se volvió muy amigo nuestro y nos invitó a que formáramos parte de su grupo gay, donde leían entre otras cosas muchísimo feminismo. En la primera marcha Claudina tuvo que ponerse una máscara, yo no, porque, claro, yo no trabajaba. Era todo muy osado para la época, o así lo veíamos: marchar y cantar frente a la Catedral, frente a los ministerios, disfrazarnos de milicas y besarnos en plena calle. En 1994 publicamos juntas Amor de mujeres. El lesbianismo en la Argentina, hoy. Surgió después de vivir algunos años juntas. Había contraste entre nosotras. Yo venía de una familia de clase media intelectual. Me interesaba por las mujeres, pero en un sentido más etéreo. Me interesaba lo que escribían, lo que pensaban. Pero el sexo y la piel de las mujeres no habían formado parte de mi mundo hasta que fui bastante grande. Y Claudina que venía de un pueblito rural, que nunca había escuchado la palabra lesbiana, lo tenía todo muy claro desde los cinco años. Entonces pensamos: tenemos que hacer un libro con estas dos historias tan contrastantes. Pensamos en fotocopiarlo y repartirlo de mano en mano. Pero al poco tiempo lo aceptó la editorial Planeta.

Ahora, después de despedirla, releo en Amor de mujeres la historia de Claudina. Revivo su amorosidad. Los recuerdos incalculables después de tanta vida juntas. Y sé que Claudina no va a salir de mí hasta el último minuto de mi vida. Ambas compartimos creencias sobre el alma. Y en esas extensas charlas telefónicas de los últimos años hemos fantaseado con la posibilidad de que en algún momento nuestras almas puedan tal vez encontrarse en algún otro lugar del cosmos. Estoy segura de que todo esto no se termina en el cuerpo. Así que, hasta pronto, amor.

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