Viernes, 19 de febrero de 2016 | Hoy
TEATRO
Desde la platea del Teatro La Plaza donde se repone Yo soy mi propia mujer, una cronista trans descubre sutilezas, risas nerviosas en la platea, y entrecruza una profunda mirada con el actor Julio Chávez y con aquella transexual alemana que logró sobrevivir a su madre, al nazismo y a otras pruebas macabras.
Por Karen Benett
“Mamma, Ich bin meine eigene Frau” (Mamá, yo soy mi propia mujer), respondía una Charlotte adolescente luciendo su vestido largo frente al espejo, al ver que su madre confirmaba con mezcla de resignación y amor incondicional, que los atuendos femeninos que llevaba su pequeño Lothar habían traspasado peligrosamente el inocente juego de disfrazarse de niña, y el “se le va a pasar“ ya no ofrecía el cálido refugio temporario para la negación. “Hijo, ya no podés jugar así. Ya no sos una criatura. ¿Acaso no sos el hombrecito de mamá?” Entonces, como salvoconducto para el descolorido y romántico sepia fotográfico en el cual suelen quedar impregnados aquellos escenarios expresionistas de tragedia, muerte y horror del nazismo en nuestras retinas, la respuesta de la niña Charlotte lograba abrirse paso para llegar límpida y sin interferencia como una dulce melodía a los oídos de su madre, entre los ensordecedores estruendos del incesante bombardeo aliado sobre Berlín del Este. “Mamma, Ich bin meine eigene Frau”
Charlotte von Mahlsdorf nació en Berlín en 1928, sobreviviendo como travesti públicamente visible no solamente al horror nazi del Tercer Reich, sino también al régimen socialista de la Alemania Oriental de posguerra. Además de ser pionera en el incómodo asunto de abrir y frecuentar reductos para la comunidad gay-lésbica, fundó el Gründerzeitmuseum de Berlín, museo que aún hoy se encuentra funcional, exhibiendo aquellos objetos de arte rescatados por ella en plena guerra, como gramófonos, fonógrafos y otros mobiliarios de la República de Weimar en tiempos de Wilhelm II. Este emprendimiento le valió la Orden Alemana de Mérito tras la caída del muro. Se radicó unos años en Suecia, tiempo después de la unificación de ambas Alemanias, sufriendo acusaciones de haber sido cómplice de la policía secreta alemana. Regresó a Berlin para vivir sus últimos años como activista lgtb hasta su muerte en el año 2002 a los 74 años.
Esta obra, cuyo guion original pareciera haber sido escrito como borrador apresurado por el autor norteamericano Doug Wright, en forma de diario y entrevista entre el propio Wright y la protagonista, se vale a su vez de tres aristas determinantes como para equilibrar un poco la balanza: la exquisita historia de vida del personaje central Charlotte von Mahlsdorf, la maestría incuestionable del director Agustín Alezzo, y la sublime clase de actuación teatral ofrecida por un actor fuera de serie: Julio Chávez. Con un intérprete de semejante calibre, no hace falta nadie más sobre el escenario; de hecho, no lo hay.
Se corre el telón y Chávez irrumpe en escena con camisa de cuello mao, pantalón amplio, sandalias guillermina de taco medio cuadrado y medias de nylon, bien de señorona bibliotecaria. Con un decorado escénico igualmente austero, sin ningún maquillaje y de negro de pies a cabeza, salvo por un collar de perlas y un histriónico anillo, Chávez parece una suerte de Jackie Chan afeminado, husmeando en el vestidor de su abuela. No esperes vestuarios glamorosos ni purpurina. “Löttchen” no era así y a Chávez tampoco le hace falta. El tipo puede cambiar esquizofrénicamente de Darth Vader a Isabel la Católica estando en calzoncillos en un abrir y cerrar de ojos. Chávez es la entrevistada Charlotte con perfecto acento alemán maricón, el entrevistador Wright sin acento alemán maricón, el papá y la mamá de Charlotte, su tortísima Tante Luise que siempre la bancó en todas, y su extravagante amante Alfred.
“Ich bin meine eigene Frau”. Así habrá respondido la “Löttchen” a su mamá seguramente, o así lo habrá decidido el enorme Julio Chávez con “akzente” alemán perfecto y su solitaria figura, estática sobre el centro de un escenario en penumbras, sus ojos aguantando el estallido inminente del llanto, y el insoportable silencio posterior que arrasa con toda pretensión de resistencia emocional. Con la mía seguro. Sus ojos llorosos ya están clavados en mí. Así me quise convencer al menos, si era yo la única trans en la quinta fila sala repleta del Paseo La Plaza. Justo frente a él ¿Quién más podría merecer y conectar con semejante declaración, perdida dentro de un público que reía con nerviosismo en cada gesto, decalración o anécdota marica de la Chavez? Reían incómodamente porque no veían, o mejor dicho no querían ver a Charlotte, sino quedarse con la masculina figura de Chávez moviendose como buena loca. En medio de todo ese torbellino, yo le devolví la misma mirada a la Julio y le di a entender “Ich bin meine eigene Frau”, y todo estalló an aplauso.
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