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Viernes, 20 de mayo de 2016

OPINIóN

El oro encerrado

Oscar González Oro presentó novio. La vieja historia del secreto a voces. 

 Por Marcelo Camaño

Pisar los 60 años y seguir negando tu propio deseo debe ser una de las cosas más tristes que puede soportar un ser humano. Dicen que quería comunicarlo hace mucho, que su círculo íntimo lo veía más recompuesto desde que tomó la decisión, que los dueños de los medios donde trabajaba no querían la salida del closet porque las señoras que lo escuchaban casi religiosamente podrían abandonar la audiencia en manada. Como si esas señoras no tuvieran hermanos, hijos, esposos, amigos gays. O ellas mismas no serlo. Son rumores que alimentan lo peor de la argentinidad conservadora y retrógrada. Como queda en el campo del rumor, es probable que todo sea posible, es probable que haya tenido sus detractores también. Nunca fui oyente de GO sencillamente porque en las programaciones donde se encastraba su programa me expulsaba con sencillez. Y sus opiniones me generan violencia, y entonces para qué. Además canta horrible y qué necesidad de prenderse a eso. Sí vi algunas de sus cosas en tele, incluso un viejo programa que condujo junto a Marcela Tinayre por América donde la tensión en el piso era evidente porque él hacía esfuerzos sobrehumanos por ser aceptado. Ahí vi algo llamativo y familiar y descubriéndolo (muy tarde, con respecto al resto del público) que pujaba por salir. Ahora me doy cuenta qué era. Estos casos siempre renuevan la discusión con respecto a si un personaje conocido tiene la obligación de contar su vida, de mostrar su pareja, de decir quién es en su intimidad. ¿Tienen que hacerlo o no? Recuerdo las hogueras en las que el finado Fernando Peña contó historias de personas públicas como si denunciara negociados corruptos. Una actitud miserable de su parte. Había algo tácito con GO desde esa época. En épocas de redes sociales, una foto lo dice todo. O ya nos creemos que dice todo. Y dice lo que el señor quiere decir y nada más. No tenemos derecho alguno de opinar, decir, hablar, ni escribir esta columna. No hace falta salir a justificar como en aquella época en la que Julio Bocca reconociera una posible bisexualidad, o cuando Juan Castro tuvo que hacer una editorial sobre su salida del closet en su programa. Ahora una foto en las redes sociales lo dice todo. Y viene la consabida reflexión: ¿A quién le importa? De verdad, llegar a esa edad, trabajar toda la vida y no permitirte vivir lo que sos porque la clase media que te sigue no se la va a bancar, permítanme una sonrisa socarrona. Porque sos el héroe mientras levantás el dedito desde atrás de un micrófono opinando sobre la vida y obra del mundo y de los alrededores del mundo, sos el referente popular por tus opiniones conservadores y cuasi gorilas –aunque se dice fanático de Scioli, lo que viene a ser lo mismo- y tenés atragantada tu felicidad, es como mínimo un chiste del destino. Genera ternura que alguien se dé cuenta que la vida es finita y puede hacer lo que quiera. Porque un burgués semejante que se hizo popular a partir de ser entronizado por una opinión pública insatisfecha, al menos tiene derecho a desparramarse en una cama con quien quiera. En tiempos impúdicos de la “meritocracia”, quizás encontró el momento justo para manifestarse. O quizás no puede más de dolor. Ahora se vendrán las entrevistas, las notas, las esquivadas. El almuerzo con Mirtha aunque lo retrase, llegará y se lo va a decir. Buscará la manera elegante de hablar de libertad. Porque los hombres políticamente correctos, que se valen de su dinero pueden decidir. Muchos otros siguen escondidos en sus propias telarañas. Quizás alguno se sienta identificado con este patético caso y decida romper esquemas. Vivan muchachos, que todo se termina pronto.

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