Viernes, 26 de agosto de 2016 | Hoy
TEATRO II > ORQUESTA DE SEñORITAS
Orquesta de señoritas, la obra de Jean Anouilh versionada y dirigida por Jorge Paccini, reflota una mítica puesta porteña de 1974 en la que todos los personajes femeninos eran, como ahora, interpretados por varones.
Por Alejandro Dramis
En algún lugar de Francia finalizando la década del 40, sobreviviendo la posguerra y la desesperación generalizada de un mundo en decadencia, una orquesta integrada por seis mujeres y un hombre intenta divertir, desde lo alto de un palco, a los asistentes del bar de un establecimiento para pacientes estreñidos. La música opera como un modo de supervivencia económica y una excusa que poco y nada parece importarle a una época que no logra despertar de sus peores pesadillas. Entretanto, las señoritas y el pianista dialogan, tocan y exponen sus miserias, pasiones, celos y maltratos hacia adentro y hacia afuera del grupo. Así, en el teatro el escenario oficia como escenario de orquesta, el público actúa como testigo de sus interpretaciones y las seis señoritas son interpretadas por señoritos que, entre canción y canción, con sus conversaciones vuelven público lo privado, exponen las dificultades de la convivencia y, sobre todo, recalcan las diferentes posturas en la construcción de una identidad femenina en los albores de su transformación personal, política y social contextualizada en la consolidación del feminismo del siglo XX y los avatares de la mirada ajena, representada aquí por un misterioso patrón de local que todo lo observa desde lejos.
La obra del dramaturgo francés dista mucho de estar entre sus mejores textos y, contrariamente a sus brillantes rescrituras de clásicos como Antígona o Medea, Orquesta de señoritas forma parte de sus dramas más recreacionales, sin desestimar la acidez de sus parlamentos. Cuando Anouilh escribió esta obra la pensó para ser interpretada por actrices, y no fue hasta 1974 que, en nuestro país, se realizó una puesta dirigida por Jorge Petraglia que tuvo la osadía de representar los roles femeninos con actores masculinos. El resultado: un éxito rotundo que la llevó a mantenerse durante años en cartelera. Si en aquel entonces el intercambio de géneros tenía como principal objetivo acentuar el carácter grotesco del texto, la puesta actual de Paccini rescata el espíritu de su predecesora para poner todo el peso en la interpretación masculina de los personajes femeninos con sus particularidades: pinceladas almodovarianas, identidades bien trabajadas y aún mejor montadas sobre los tacos que logran transformar una pieza de pocas sorpresas en un espectáculo que pone en juego y en jaque los binarismos: la frágil masculinidad al mando del piano de León –el único personaje varón de la obra– frente al poderío de Hortensia, la directora de orquesta magistralmente interpretada por Osmar Núñez, a su vez atrapada en un triángulo amoroso junto al pianista y Susana, la integrante más conflictiva del grupo, la frontalidad sexual de Pamela frente al conservadurismo moralista y retrógrado de Patricia, o los discursos repetitivos sobre la incomunicación matrimonial de Ermelinda, un Ernesto Larresse de entrecerrados y redondeados labios al mejor estilo Tony Curtis en Con faldas y a lo loco (o la bizarra traducción de Some Like It Hot, la genial película de Billy Wilder).
Lejos de pretenderse “queer” o “camp”, esta puesta rescata el espíritu del teatro tradicional para hacer una relectura de los géneros y las corporeidades en clave tragicómica y contemporánea que, en palabras de Paul B. Preciado, parecería acompañar la demanda de una “urgente e imprescindible rebelión de cuerpos en el siglo XXI “. Algo de esto resuena en las carcajadas que inundan la sala durante sus ochenta minutos.
Lunes y martes a las 21, La Comedia, Rodríguez Peña 1062
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