No les falta mucho para ser héroes. Sostienen una carrera que lleva tres décadas de impecable profusión, acompañando cada uno de sus proyectos musicales con un imaginario gráfico tan preciso que suele quedar atado inequívocamente a una época, dándole formato incluso, y expandiendo además el diálogo de cada disco con b-sides, ediciones múltiples y memorabilia de insospechadas variedades. Y aunque sus videos ya no se destaquen, verlos en vivo compensa cualquier flaqueza posible. Mañana pisan nuestro país por ¿sexta? vez para presentar en el escenario del BUE su último disco, “Súper”, el segundo en una tríada de coproducciones junto al bestial Stuart Price. La puesta exquisita y coquetísima que hicieran hace un par de meses en la Royal Opera House de Londres funciona como cimiento del show que veremos en nuestro país.

En “Super” hay homenajes: al balearic house más mareado de los ‘90s (“Inner Sanctum”), o al reggaeton que conocieron en profundidad cuando durante su anterior gira salieron a bailar en Bogotá (“Twenty-something”). Hay, como dice Neil Tennant, canciones cuyas letras se inscriben en la tradición observatoria de los Pet: la propia “Twenty-something” describe la vida posible de un joven londinense en 2016, sin plata para el alquiler y con ímpetus múltiples, volviendo solo a casa atento a su smartphone, mientras que “The pop kids” es crónica de una amistad chica/chico bailada a través de los años. Y las canciones que hablan de amor, para variar, lo hacen con una delicadeza y una poesía tan a nuestro alcance que cuesta comprender cómo es que siguen consiguiendo hablarnos con semejante claridad de esos asuntos que nunca tenemos, ni tendremos, del todo claros. Quizás ya hayamos dicho esto, y lo repetiremos: es probable que para casi toda vicisitud amorosa exista una canción de Pet Shop Boys que la describa, le dé marco y sílabas y arreglos de cuerdas. Es probable que las canciones de Pet Shop Boys sigan siendo nuestros himnos más venerados.

Pet Shop Boys: sábado a las 23, en Tecnópolis.