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Viernes, 14 de octubre de 2016

MUSICA

Queer & Pop

Iggy Pop, el padrino del punk, presenta su último disco en el Festival BUE, que regresa triunfal con una cartelera muy diversa: Pet Shop Boys, Peaches, Coiffeur, Miss Bolivia. Acá, un rescate de los rastros que hicieron de Iggy Pop uno de los más eléctricos íconos queer del rock.

 Por Diego Trerotola

¿Sabrá tu novia que escuchamos Morrison?

El que abrió la puerta fue Jim Morrison. Lo que resulta raro, teniendo en cuenta que a fines de los 60, a Iggy Pop y sus secuaces malandras no les gustaba The Doors, porque preferían el sonido de su natal Detroit, la frenética suciedad de MC5. Pero Iggy igual fue a ver a la banda de Morrison, a uno de esos recitales llenos de deportistas universitarios recios con sus novias que esperaban para bailar el hit abrasivo “Light My Fire”. Por eso la revelación fue mayor cuando, además de que la banda sonaba como el ruido de un motor, Morrison apareció “muy sensual”, con un peinado que a Iggy le hizo pensar en Hedy Lamarr en la película Sansón y Dalila. Nada de hippie psicodélico al natural, había un look estilizado, la artesanía devenida bijou marica. Pero no solo el tocado del cantante era femenino, cuando comenzó a cantar apareció un falsete: “el cantó como Betty Boop y se negaba a cantar con su voz normal”, recuerda Iggy. Quienes habían ido a aplaudir la viril impronta de un cantante de rock, se encontraron con un tipo seduciendo desde lo mujeril, bien aputazado. “Yo estaba muy excitado. Amaba el antagonismo; amaba que él se cagó en todos. El público era los futuros líderes de Estados Unidos -la gente que hoy son las estrellas de rock de Estados Unidos- y no solo se cagó en ellos, sino que además los estaba hipnotizando... El recital duró entre 15 y 20 minutos porque tuvieron que sacar a Morrison del escenario rápido porque la gente lo quería linchar.” En ese momento de intensidad inolvidable, a Iggy se le encendió la llama: supo que quería ser cantante, porque quería continuar la potencia de esa performances que inesperadamente lo había cautivado. Y así, con la complicidad de orates como él, fue la perra que quiso ser, extendió con Iggy y los Stooges una crudeza queer que terminó fundando una nueva sensibilidad insurrecta, salvaje y brutal, que en ese momento no tenía nombre, que después se llamó punk, una palabra que en slang carcelario de ese tiempo se refería al puto que se cogían todos. Es probable que no exista una mejor génesis queer en la historia del rock.

Ziggy Pop

Dicen que la creación del personaje de Ziggy Stardust de David Bowie a inicios de los 70 estuvo influenciado por las performances de dos monstruos del proto-punk: Iggy Pop y Lou Reed. En el germen del colmo de eso brillante y marciano llamado glam rock estuvo Iggy y la historia entonces se convirtió en una suerte de torbellino de purpurina. Porque si un Morrison poniendo en jaque al género había seducido al cantante, ni podemos pensar lo que un Bowie glam en plan Ziggy Stardust podía provocar en la mirada de la iguana del rock. Por eso, el próximo salto queer de Iggy fue trasatlántico y fundó un mito: de Detroit a Londres ida y vuelta, la colaboración entre Bowie & Pop fue mutación de identidades, intersecciones musicales, sensuales, contaminaciones mutuas. Una sensibilidad compartida del rock como filo en zigzag, rasgando aquello que los aprisiona en un género, discos solistas bien acompañados, donde una voz se funde en otra, la poética inglesa se amalgama con la estadounidense en los terminales 70, dosificando salvajismos y sofisticación. Ambos migrantes, pasajeros exiliados en Berlín occidental, hacen discos fronterizos en colaboración (The Idiot, Lust of Life, Low, TV Eye Live, Lodger), pero sobre todo sientan la base de un amor mitológico, casi transhumano: el romance entre la iguana y el alien.

Anarquismo anal

Si le faltaba algo a Iggy Pop para pudrirla toda era una alianza con el cineasta y escritor John Waters, el más escatológico anarquista anal, que hizo cantar literalmente a un culo en su película Pink Flamingos (1972). Ambos fueron visionarios en la estética de la insurrección, guerrilleros proto-punk. Ambos son padrinos del punk, con toda la carga criminal y de cofradía que suena en ese título. Y la alianza entre los dos llegó en forma de comedia rock, porque siempre es mejor cantar que llorar: en Cry-Baby (1990), Waters hizo un homenaje a Pop al darle el papel de sabio y salvaje líder suburbano de una banda de patoteros, deformes, rebeldes en el auge de la delincuencia juvenil de la década del 50. Y en la primera imagen de Iggy en la película, se baña desnudo en un fuentón, exhibiendo como siempre le gustó hacer en escena, la mayor cantidad de su cuerpo desnudo. Y las primeras palabras que Iggy pronuncia en pantalla son: “¡Epa!, me agarran como vine al mundo, con el culo al aire”, mientras sigue sobando su cuerpo con la espuma, sin pudor y con el disfrute de un niño jugando en el agua. Así, con el culo al aire, Pop se convierte en uno de los más cómplices del anarquismo anal de Waters.

Los chicos de la revolución

Cuando Todd Haynes quiso teñirse de rouge escarbando el corazón del glam rock, finalmente estampó la leyenda: su película puso en escena un desmontaje-homenaje del mítico romance entre Iggy Pop y David Bowie, alrededor del cual orbitó esa sensibilidad musical que brilla en la oscuridad como ojos de gato. El resultado fue Velvet Goldmine (1998), una ópera rock desarmada, donde desde unos reaccionarios años 80 se miran las revueltas utópicas del glamour setentista, bisexual y teatral, donde las mil revoluciones de Marc Bolan, Brian Eno y cada protagonista dandy de la escena glam inglesa es empujado por el amor queer, por una visión orgiástica del deseo, por un sensualidad convertida en signos de interrogación social. La película, producida por Michael Stipe de R.E.M. tiene una banda sonora de potencia aplastante a pesar de que Bowie no autorizó que se use ninguna de sus canciones. Iggy Pop, en cambio, les cedió su “Gimme Danger” y “TV Eye” para que hagan con ellas lo que quieran, porque, ya sabemos, el libertinaje musical siempre fue lo suyo.

Iggy Pop: viernes a las 23, en Tecnópolis.

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